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Análisis

Artículos comparados

Las contradicciones de Cebrián sobre la guerra

A finales del pasado febrero, todavía sin guerra, Juan Luis Cebrián publicaba en “El País” un artículo titulado “Responsables ante quién”. El Gobierno de Aznar aparecía a ojos del consejero delegado de PRISA como autista e irresponsable al no escuchar la voz de las manifestaciones contra la intervención. Pero hay una frase perdida que conviene someter a contraste: “...Yo mismo, en según qué ocasiones, me he mostrado a favor de intervenciones armadas –en la antigua Yugoslavia, en Afganistán-, pues no creo que todas las guerras sean iguales, aunque todas sean horribles, salvo la de Perejil, ni que todos los terrorismos sean iguales, aunque todos me parezcan detestables”.

Lo que importa ahora no es que Cebrián se haya mostrado a favor de la guerra en Kosovo sino cómo y con qué argumentos la defendió. El referente periodístico está cerca y llevó por título “Democracia y guerra” (El País, 23 de mayo de 1999). La lectura comparada de este artículo con los más recientes del mismo autor (“Responsables ante quién” y “Amenaza de tormenta”, febrero y marzo de 2003 respectivamente) revela la debilidad argumental. Abordemos las diferencias punto por punto.

1. LOS HORRORES DE LA GUERRA Y LOS EXTERMINIOS. En “Amenaza de tormenta”, Cebrián dice: “...pero nuestros gobernantes han elegido ya el arrogante papel de señores de la guerra mostrándose del todo indiferentes ante la sangre que haya de verterse (...) al fin y al cabo, sólo hablamos de unos pocos de cientos o miles de soldados americanos muertos, y de una pequeña o grande multitud de iraquíes a los que es preciso liberar de los grilletes del dictador, aun si al hacerlo provocamos que paguen nuestro triunfo con sus vidas”. Cuatro años atrás parecía tener la conciencia más curtida. En “Democracia y Guerra”, Cebrián abría confesándose irónicamente sorprendido por las “novedosas iluminaciones” de algunos comentaristas de periódicos y radios: “que las guerras matan y que en ellas muere gente inocente”. Así apunta que “(...) es fácil, y sale gratis, condenar la inutilidad de los bombardeos, criticar los errores en las operaciones y, como consecuencia, solicitar el inmediato alto el fuego, pase lo que pase después”.

La gratuidad de la oposición a una guerra y lo caro que puede resultar políticamente apoyarla resulta sorprendente cuando quien lo describe es Cebrián. Pero en el otro lado de la balanza de la moral, al autor coloca una pesa abrumadora que a su juicio inclina el fiel sin dudas. Hay muerte en una guerra pero “... la acumulación de errores de los aviadores aliados, la obstinación de Milosevic, el horror de la sangre vertida, y nuestra voluntad de que no se nos atragante el postre por culpa del telediario no pueden llevarnos a conclusiones precipitadas que sólo sirvan para amparar nuestra buena conciencia de ciudadanos amantes de la paz”. Así que “cuanto antes es preciso acabarla (la guerra), desde luego, pero no como sea”. De hecho, parar la intervención de golpe con el pacifismo por bandera le lleva a concluir: “No vaya a ser que por lograr la paz en los corazones atormentados de los ciudadanos occidentales contribuyamos a la masacre definitiva de pueblos enteros que se juegan, simple y llanamente, su supervivencia física”.

2. LA ONU. En “Responsables ante quién” (febrero 2003), Cebrián dice que las dos primeras víctimas de la guerra, antes de comenzar, eran “las relaciones Europa-EEUU y la cohesión interna de la UE”. Critica también que la ruptura “se haya hecho explícita en una carta pública firmada y promovida por nuestro presidente”. En 1999 (“Democracia y guerra”), su análisis era el siguiente: “La intervención armada (en Kosovo) se ha hecho en nombre de casi una veintena de países democráticos, defensores de los derechos humanos y de las libertades individuales, con la sola excepción del régimen turco. Este detalle es frecuentemente olvidado por quienes reivindican el protagonismo de Naciones Unidas y se lamentan por la ilegalidad de la intervención”. Es más, “los bombardeos no han podido sorprender a nadie. Durante meses la OTAN advirtió a Milosevic de que pasaría a la acción si no aceptaba las condiciones mímimas impuestas en Rambouillet (...)”.

La importancia del Consejo de Seguridad sugería al autor que “(...) es imposible desconocer los fracasos de la ONU como mediadora en conflictos, la farsa que encierra la vigencia del derecho de veto en el Consejo de Seguridad”. Conclusión: “dudar de la eficacia de la ONU para solucionar situaciones como la actual”.

Con todo ello, llega Cebrián en 1999 hasta EEUU, con una visión bien distinta al “acto de política imperialista” que denuncia en 2003. A saber: “En ocasiones sólo el empleo de la fuerza puede disuadir a los criminales de sus acciones y castigarlos si se obstinan en ellas”. Pero Europa hace mucho que abdicó de ser ella quien administrara esa fuerza en su propio territorio, descansando su empeño en el músculo americano. No se puede anatematizar e éste por su acción, y al mismo tiempo, no dar un solo paso para sustituirlo. Si los europeos somos incapaces de poner orden en Europa, alguien tendrá que hacerlo”. Líneas antes de esta contundente contradicción, Cebrián sostiene que “desde un punto de vista democrático, la neutralidad o la equidistancia no son admisibles en la confrontación”. En el caso de Irak parece que no había que jugar papel alguno: “(...) la doctrina del ataque preventivo, asumida sin matices por nuestro Gobierno, es sólo un eufemismo para designar un acto de política imperialista”.

3. LAS PANCARTAS. Quizá sea en este punto en el que Cebrián se revisa con más intensidad. En “Responsables ante quién” dice que “yo no acabo de entender por qué es más responsable la actitud de quienes apoyan la guerra que la de quienes tratan de evitarla.” Al calor de las manifestaciones encabezadas por Zapatero y Llamazares, Cebrián sentencia: “Considerar subversivo un cartel que dice NO A LA GUERRA me parece ya el colmo de la irresponsabilidad, porque lo evidentemente inaceptable sería una pegatina que dijera lo contrario”. Pero desde el Gobierno, el propio Aznar de lo que se quejaba es de que no hubiera una sola condena a Sadam, ni un solo lema contra el dictador.

Cuatro años atrás, en el otro artículo de referencia, Juan Luis Cebrián explicaba que ante el panorama de los Balcanes... “también se echaron en falta las manifestaciones, los duelos y los ruegos por el genocidio constante y sistemático de los musulmanes kosovares a manos de las milicias y la policía serbia”.

Sólo resta agradecer a un lector fiel –no aturdido por la inmensa corriente de datos sobre la guerra dentro y fuera de España– el haber remitido a este periódico lo que opinaba Juan Luis Cebrián cuando la OTAN bombardeó a expensas de la ONU el régimen totalitario de Milosevic, un calco del de Husein del que sólo nos separan kilómetros, no valores.

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