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Análisis

La ética Cebrián

Del Watergate a Sogecable

Por Javier Somalo

Treinta años después del caso de investigación periodística más famoso, el Watergate, el consejero delegado de PRISA, Juan Luis Cebrián, reflexiona desde su hall en El País en un artículo titulado “El oficio de periodista”. Para el número dos de Polanco, aquel episodio que desbancó a Nixon en agosto de 1974 es “el símbolo de la prensa frente al poder político y recordatorio del papel que a los diarios compete en una democracia, en tanto que desveladores de corrupciones y manejos sucios”. Su diario no fue demasiado estricto con esta máxima en los tiempos de González, los GAL, Filesa, Ibercorp... Se reservaba otras argucias para más tarde.

Pero tras una interminable disertación laberíntica, el pensador llega a una conclusión que le provoca no pocos lamentos. Es irremediable citarle: “Durante mucho tiempo he pensado que, siendo muy importante la contribución del caso Watergate a la historia de la prensa y de la libertad en general, su mitificación había generado no pocas desgracias. Entre las mayores de ellas puede situarse la obsesión de algunos colegas míos por derribar y encumbrar presidentes a su antojo (...) La decidida vocación de gran parte de la prensa española por intervenir activamente en las reyertas y conspiraciones del poder, poniendo en juego con gran descaro intereses de la empresa o de los periodistas que toman las decisiones, es lo que permite que se mantenga su carácter provinciano y atípico, marginal, en el panorama general de los medios de opinión pública europeos”.

Tal vez en el Post no conozcan a un tal Nicolás Redondo Terreros y no sepan que desde un gran diario nacional –y luego desde todo el grupo empresarial al que pertenece– se orquestó una maniobra para derribarle de una secretaría general que les daba problemas porque osaba acabar con ETA sin miramientos partidistas. Aquel político vasco dijo sentirse como “un jabalí al que los perros muerden las patas”. Se le quitó de en medio y se puso a otro más del agrado de los columnistas. Quizá los estudiantes de periodismo, que quieren ver en Cebrián a una autoridad moral de esta profesión, no recuerden a un magistrado de la Audiencia Nacional que trató de investigar un caso de ingeniería empresarial fraudulenta. Menos aun sabrán, que su posible referente profesional se inventó la forma de que a ese juez se le acusará y condenara por prevaricación sin si quiera llegar a la instrucción del caso. Eso sí, se acercaba peligrosamente a la verdad. Puede que los intrépidos periodistas norteamericanos no hayan leído a Polanco pidiendo sin ambages que se vaya Aznar. O no sepan de las reprimendas que el autor del artículo de referencia dirigió al candidato del partido que protege. Un leonés de ojos claros que ya ha pasado del cambio tranquilo al ataque directo por prescripción mediática. Muy a su pesar.

El Watergate se veía en la era González como una quimera. Con los GAL, Filesa o Sogecable no se derribó a ningún Nixon. Los jueces, algunos procedentes de Argentina y con pensiones de lujo no declaradas, se encargaron de que sólo pagaran de la X hacia abajo. Marino Barbero, otro juez, debió morir con la esperanza de que una trama de financiación ilegal saliera a la luz. Él tuvo que abandonar tras mil zancadillas. No se dio ese papel “desvelador de corrupciones y manejos sucios” que ansía Cebrián.

En su ejercicio de ética periodística para desmemoriados, el autor de “El futuro no es lo que era” lamenta también que se llegue a “(...) la provocación a cometer irregularidades y corrupciones para así demostrar su existencia, la utilización del engaño y la mentira como métodos de trabajo (...) son cosas que permiten suponer que algunos periodistas de esos que se llaman agresivos están convencidos de que el fin justifica los medios. Ésa es la raíz y la esencia del pensamiento totalitario, por lo que, si queremos que el periodismo del futuro siga cumpliendo el rol social que le compete, debemos huir como de la peste de semejantes aberraciones profesionales”.

La vista atrás hacia aquel verano de 1974 ayuda a recapitular y a comprender. Juan Luis Cebrián lo pone en bandeja. Es verdad que no es el único.

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