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Javier Somalo

Agua de Cloaca y agua de Canal

Lo realmente sobrecogedor es que de pronto, tantos viejos conocidos hayan salido a la vez del laberinto.

Lo realmente sobrecogedor es que de pronto, tantos viejos conocidos hayan salido a la vez del laberinto.
EFE

El miércoles de Pascua las miradas se dirigían a Génova 13 por aquello de que el presidente Mariano Rajoy tendría que declarar como testigo en el caso Gürtel. Pero un brusco fogonazo cambió el centro de atención.

Los guardias civiles que "custodiaban" a Ignacio González ese miércoles de detención televisada bien podrían ser unos navy seals como los que se cargaron a Osama Ben Laden. Aparecieron en las fotos de todos los periódicos junto al reo, pertrechados con equipo desmedido y luciendo brazo de operaciones especiales remangado. Era la segunda parte, anunciada muchos días antes de que sucediera, del cogotazo de Rodrigo en el coche celular. Tan anunciada fue la escena que dio tiempo a poner las cámaras como cuando la CNN grabó, desde la playa, un desembarco de los marines en Somalia; los unos iban con gafas de visión nocturna y los otros, con focos y trípodes. Así está la cosa: por la mañana se anuncian las detenciones y los registros que habrá en día para que el gran público pueda hacer agenda.

Pero esto no deja de ser la necesaria diferencia entre las formas y el fondo. En algunos casos, la justicia puede caer con el mismo peso sobre el presunto delincuente con una citación que con una aparatosa detención televisada. Está claro, que si se opta por la segunda vía –y que Josu Ternera, por ejemplo, pueda verlo desde su archiconocido escondite–, es porque interesa que el primer golpe deje fuera de juego a ciertas personas cuanto antes y el mensaje llegue a quien tenga que llegar.

Lo realmente sobrecogedor es que de pronto, tantos viejos conocidos hayan salido a la vez del laberinto, en el que cada cual deambulaba por su callejuela, y ahora se encuentren en la explanada de salida, confundidos, cegados por el sol del campo abierto, con las lealtades difusas, dañadas colateral o vilmente. Periodistas, tertulianos, políticos, personajillos, empresarios, comisarios, jueces disidentes o fiscales concurrentes... Allí están todos, demasiado juntos, como el cuadro de actores –con héroes, villanos y secundarios– que sale a recibir el aplauso o abucheo final de la platea. Uno, dos, tres sumarios, quizá seis u ocho, qué más da. Gürtel, Nicolay, Pujol, Púnica, Lezo… el "caso España", en definitiva, dividido en piezas judiciales o en actos teatrales.

En el asunto de Ignacio González y el Canal de Isabel II no ha tardado en aparecer, por ejemplo, Javier López Madrid, que compartió piso de estudiante en Londres con Francisco Granados –en prisión por la Púnica y a la espera de juicio– además de ser "compi yogui" de la reina de España y yerno de unos de los hombres de siempre del emérito Juan Carlos y que presuntamente conseguía o colocaba dinero para Ignacio González, el cual ya fue espiado en Colombia y grabado cuando trató del asunto de su ático con Enrique García Castaño y Villarejo, que también intimaba con López Madrid, con el que se metió en el follón de la dermatóloga Elisa Pinto y que dice que asesoraba a Corinna en sus líos y que Adrián de la Joya –detenido también por hacer de bróker suizo de la cosa– era su "tronco" o que "el CNI es muy Mauricio Casal" –imputado junto a Francisco Marhuenda por presuntas "coacciones" a Cifuentes– y "muy amigo de la pequeñita", la vice de Barcelona que tan callada está. ¡Qué fatiga!

Recuerdo ahora también aquella comida discreta celebrada en mayo de 2016 en un restaurante madrileño de la calle de Claudio Coello aireada desde El País por Javier Ayuso, ex jefe de prensa de la Casa Real. Los comensales fueron el comisario Villarejo, Mauricio Casals, Antonio García Ferreras y Adrián de la Joya. Sólo queda sano –en libertad– García Ferreras, director del programa de máxima audiencia del grupo mediático al que pertenece Edmundo Rodríguez Sobrino, también detenido. Pero ninguno de ellos figura en la cartelera del tramabús de Podemos. Y en medio de todo, siempre en cameos estrambóticos, el pequeño Nicolás, protagonista de un sumario que hace estragos entre periodistas y policías.

¿Qué tendrá que ver Bárbara Rey con un pinchazo de navaja a una dermatóloga, cuentas en Suiza, financiación irregular de un partido, grabaciones a ministros, compiyoguis, tanto comisario, Corinna, vídeos en Colombia, comisiones, áticos, coacciones a políticos, latrocinio en Cataluña, el chivatazo del Faisán o las pesquisas póstumas, paralelas e inservibles del 11-M? Si esto es lo que los agentes chavistas llaman "la trama" les queda mucho por contar y más por desentramar.

Todo parece gravísimo, sí, pero, ¿qué habría pasado si en las épocas de Filesa-Malesa-TimeExport, los GAL, Roldán y el capitán Kahn, Paesa el zombi, Mariano Rubio, las cartas portuguesas, las escuchas del CESID, la Cruz Roja, el AVE, el BOE… hubiera existido internet? He recabado opiniones diversas: unos dicen que eso no habría sucedido tan groseramente de haber existido internet; otros opinan que el mismísimo presidente del Gobierno habría acabado en prisión.

De momento, el agua sucia de la cloaca se ha mezclado con la potable del Canal de Isabel II pero todos dicen de esta agua no beberé –ni bebí– y la dejan correr por si, aunque sea pasada, mueve molino. Queda por saber si la enorme explosión de la tubería que ha enfangado la semana política ha sido inducida por artificieros expertos o ha surgido por una sobrecarga inesperada de caudal. Tendremos más pistas si la semana que viene, como se comenta, se cobran piezas superiores, aunque sean antiguas, porque está claro que una dimisión de Esperanza Aguirre no contendrá la riada. Empieza a convertirse en evidencia lo que algunos ya barruntan como una de las batallas finales del PP contra el PP.

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