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Javier Somalo

Después del ruido

No deberíamos esperar una década ni una crisis que nos vuelva a hundir para despertar.

No deberíamos esperar una década ni una crisis que nos vuelva a hundir para despertar.
La campaña se cerró este viernes con múltiples actos de partido | EFE

Se han cometido demasiados errores en esta primavera tan electoral de 2019 y la sobreexposición mediática de los líderes del centro-derecha ha hecho estragos en muchos candidatos.

Hoy la foto de Colón parece irrepetible. ¿Qué reclamo o argumento podían usar por separado PP, Ciudadanos y Vox que no incluyera pedir a los votantes de los otros dos partidos que se pasaran a sus filas evitando la fragmentación? Era imposible no hacerlo. La única fórmula electoralmente eficaz en los comicios generales habría sido la elaboración de listas conjuntas, una coalición similar a la que arrancó en la Transición, imperfecta y revisable con los años pero necesaria, de emergencia. Sin embargo, los liderazgos personales y la preeminencia del partido sobre la idea de Gobierno lo impidieron: un presidente de Gobierno es hoy, por encima de todo y a la vista está, el líder de un partido por pocos votos que tenga.

No sé si habrá algún proceso de reunificación o simplificación en los partidos de Colón pero lo más probable es que aquel que lo inicie no será el que lo lidere y eso, que se llama sacrificio, no es un valor en alza en esta política del culto a la personalidad.

Viendo la historia evolutiva de lo que llamamos "centro-derecha" desde el PP de 1976 que condujo a la UCD y al residual CDS y desembarcó en AP transcurriendo por posiciones azules, conservadoras, liberales, democristianas y socialdemócratas hasta llegar al PP de Aznar, se entiende que sólo un gran partido al otro lado es capaz de tumbar al PSOE.

Adolfo Suárez se subió a un partido, la UCD, que llevaba en sus filas a franquistas y antifranquistas, un partido imposible como casi todo en aquella "sopa de letras" de la Transición. Pero es que acababan de enterrar a Franco y todo era mucho más complicado. La casualidad, o no, ha querido que en la desintegración del centro-derecha de hoy –no me refiero a desaparición sino al proceso inverso a la integración– también esté cerca el cadáver de Franco, esta vez saliendo de la tumba empujado por el PSOE en vez de entrando por causas naturales llevadas a la agonía por la incertidumbre. Y no es lo mismo, claro. Entonces existía un riesgo cierto de que todo se fuera al traste y, de hecho, en varias ocasiones estuvo a punto de suceder. Hoy son fantasmas traídos por los que sólo hablan de la dictadura sobre el mármol de una pesadísima lápida.

Aquella UCD, fruto de decenas de lo que hoy llaman "sensibilidades políticas" tenía que ser el partido de las primeras elecciones democráticas de 1977. Y Suárez se subió a ese tren… tres meses antes de que se celebraran. Hasta ese momento, el presidente del Gobierno de la monarquía posterior a cuarenta años de dictadura, sencillamente no tenía partido. Y creo que no lo tuvo nunca. Pero insisto en lo complejo de aquellos años y en lo ventajista que resulta criticarlo hoy porque lo que se hizo entonces con mucho instinto, habilidad política, riesgo, sacrificio y enorme preparación entre el rey Juan Carlos, Torcuato Fernández Miranda, el propio Suárez y una decena de personas más, sólo merece elogio. La prueba de ello es lo mal que le sienta a Podemos, que lo confiesa, y al PSOE, que lo disimula.

También es verdad que ya no está enfrente el mismo PSOE, al que le ha salido el hijuelo de Podemos y que comparte mesa ya en exclusiva –antes eran también comensales del PP– con los nacionalismos católicos de derechas además de con los de izquierdas. Ambos frentes se han desgajado y cada uno trata a su manera de recomponer filas aunque sea más fácil hacerlo desde el Gobierno.

La pena es que Andalucía siga siendo una excepción que se resiste a ser antecedente, porque desde ahí podrían comenzar muchas cosas necesarias.

Todavía no hay Gobierno y todavía se puede votar

El miedo a Vox entre la izquierda funcionó para el PSOE en las elecciones generales y ni PP ni Ciudadanos… ni Vox quisieron darse cuenta. Entre los tres convirtieron el acto de Colón en un argumento para Sánchez, movilizando a la izquierda y decepcionando a la derecha. ¿Cuántos de los asistentes a aquella concentración decidieron no votar tras ver a los convocantes olvidarse de Sánchez para liarse a palos entre ellos?

Ahora el miedo a la izquierda y, sobre todo, a la voracidad impositiva, un peligro real que no yace bajo tierra en ningún Valle, tendría que funcionar contra la izquierda. Porque si entre los tres partidos no consiguen gobernar el mayor número de comunidades autónomas y ayuntamientos clave terminaremos pagándolo.

Pagaremos (más) por comprar y por vender. Pagaremos cada vez más por tener una casa aunque ya hayamos pagado la casa con sus impuestos. Y si decidimos cambiar algo dentro de nuestra casa volveremos a pagar porque nuestra comodidad, pagada siempre por nosotros, bien vale otro impuesto. Y todo se irá al traste cuando de pronto nos despierte un patadón en la puerta de al lado: han entrado los okupas. Se acabó el IBI, las licencias de obra por ampliación o reforma, las tasas. El agua manará y la luz iluminará sin traba alguna. Y hagan lo que hagan al lado los de la patada, mi IBI y mis tasas y su ley no me protegerán y en la puerta de mi casa colgarán un cartel: aquí vive otro imbécil.

Tanto disgusto nos puede llevar por delante… y además de pagar por la muerte de nuestros allegados –que no dejaron de pagar en vida por lo querían legarnos– nosotros mismos dejaremos una factura como recuerdo, una estampita funeraria en euros que recordará al que quede que todo aquello que pagamos unos y otros no fue bastante y, por irnos de este mundo, deberíamos pagar la última, o la penúltima, como se dice supersticiosamente en los bares. Eso sí, no sé qué pasa pero nunca mereceremos una subvención porque no estaremos en riesgo de exclusión.

Se trata de encontrar un comercio abierto en día festivo o a una hora que nos permita comprar y trabajar a la vez y que no nos obligue a ser tan asquerosamente capitalistas como para comprar por Amazon, que como también está feo, lo impedirán con impuestos. O tener la libertad para elegir un médico o un colegio: salud y futuro. O leer un libro de texto que me cuente que hay ríos y montañas más allá de los que me pillan cerca de casa y que hay una historia de España y del mundo que consiste en relatar lo que sucedió y no lo que quisieran que hubiera sucedido. O entrar en un hospital público de gestión privada y no ver a nadie de traje oscuro, pelo engominado y puro en la comisura llevándose la mordida sino sencillamente un hospital público de gestión privada donde algunas cosas funcionan mejor. Porque ha habido corrupción, mucha, pero, ¿está la izquierda también por encima de eso?

Nos hemos hartado de tanganas, de refriegas navajeras, de mentiras y de una competición más teatral que sincera, una campaña hiperbólica y sensacionalista entre los partidos que podrían haber desalojado a Pedro Sánchez de La Moncloa y que ahora están disputándose la oposición.

Las elecciones de este domingo no son una segunda vuelta en la que se pueda evitar un gobierno de izquierda incivilizada. Pero son el primer paso de la segunda oportunidad. Y es un paso ineludible.

La debilidad del centro-derecha de la Transición llevó a catorce años de socialismo que hoy, visto el PSOE de Zapatero y Sánchez, hasta despierta nostalgia. Aquella fragilidad estuvo justificada y nos trajo la democracia. Poco más se puede pedir. Pero la derecha supo recomponerse y estar lista para cuando el PSOE demostrara su habitual incapacidad en la gestión económica, en la seguridad jurídica y en las libertades individuales más básicas. No deberíamos esperar una década ni una crisis que nos vuelva a hundir para despertar. Es necesario eliminar el ruido, olvidar la competición en el centro-derecha o centro-izquierda-derecha o como lo quieran llamar y reducir la salsa a lo que es antimarxismo y antiseparatismo. Si no lo saben hacer ellos lo tendremos que hacer los demás.

La última desgracia sería la abstención. No hay excusa.

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