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Javier Somalo

El Escollo y su sonrisa

La política española se ha convertido en una escollera repleta de faroles y disimulos, muros de cartón piedra y escenarios virtuales.

La política española se ha convertido en una escollera repleta de faroles y disimulos, muros de cartón piedra y escenarios virtuales.
El líder de Podemos en su vídeo | Twitter Pablo Iglesias

Enero de 2016. Un sonriente Pablo Iglesias, seguro de sí mismo, impostaba la frase del día:

"La posibilidad histórica de ser presidente de Pedro Sánchez es una sonrisa del destino que me tendrá que agradecer".

Le acompañaban –más bien, escoltaban– seis cargos de Podemos. Al final de aquello no hubo sonrisa, pero para nadie. Faltaba por llegar la moción de censura y su resaca.

Julio de 2019. Sombrío y sin presencia de ánimo, Pablo Iglesias se aproxima al cadalso y graba un vídeo para todos y todas:

"El PSOE dice que el único escollo que evita un gobierno de izquierdas soy yo. He estado reflexionando en estos días y no voy a ser la excusa para que el PSOE evite ese gobierno de coalición. Mi presencia en el Consejo de Ministros no va a ser el problema…".

Con camisa de lino y cuello Mao –por si acaso– Iglesias se aparta advirtiendo a Sánchez de que será su partido el que proponga los nombres para la coalición.

En el vídeo no hay rastro de escoltas ni asomo de aquellos palmeros de 2016, ni animadores y animadoras, menos aún cuadros del partido. Sólo don Pablo Bueno Mártir, descreído y atormentado, sobre un fondo de antaño, una foto de plazas atestadas de fieles que no conocen la verdad. Pero con cuello Mao, por si acaso. Es lo que exige el guion para esta temporada de su nefasto juego de tronos.

No podrá ser vicepresidente revolucionario ni ministro levantisco pero es El Escollo, que no es moco de pavo. De los seis que mesaban su ego en 2016 sólo queda una, Irene y, según parece, ella no es escollo. ¿Acaso Irene Montero no tiene la misma ideología que el escollo? A falta de errejones propios, ¿hay perfiles en Podemos que no piensen y actúen como Iglesias? ¿Acabará siendo Iglesias el escollo de Podemos? Ha estado reflexionando, dice.

Quizá piense que es un escollo personal de Sánchez, nada más y nada menos, por puro miedo a su liderazgo. Cuando el asunto es tan personal –deducirá– significa que no hay demasiada diferencia ideológica. Sánchez no quiere ver sentado en la mesa del consejo de ministros al escollo pero no pondría trabas a un subordinado suyo o a la misma compañera y número dos del escollo porque cree que eso debilita al que puede ser su competencia más directa. Al final –se sorprenderá mientras piensa–, Sánchez hace con él lo mismo que Ciudadanos con Vox. Coincide pero no quiere que se note, lo desprecia en público y recurre al castigo pueril: Tú no, pero ella quizá. O tampoco.

La reflexión se deforma como cuando llega el sueño… Siempre podrá acompañar a Begoña Gómez, esposa del presidente que frecuenta escalinatas y presume de activismo feminista, para dar de comer a los peces en los estanques de Japón mientras Irene se sumerge en cuestiones y hasta en secretos de Estado. Despierta súbitamente. ¿Puede ser tan despiadada la propuesta de Sánchez: fastidiar la placentera convivencia del proyecto familiar de la finca de Galapagar? Eso de Unidas Podemos quizá no fue buena idea… Y mira que avisaron de que "vuELve", tras el permiso de paternidad. Ay, el sueño de la razón.

Pero es que Sánchez llegó a acusar al Escollo –superlativo de oposición– de poner en cuestión a la democracia española. Si no opina lo mismo de Irene Montero o de otro –reflexionará, ya alarmado, el de Galapagar–, ¿será porque Sánchez está haciendo un proceso encubierto de primarias en Podemos? Cánovas tuvo a su Sagasta; Polanco, a su Gallardón pero ahora Sánchez ha señalado a su Escollo con el tridente y podría acabar sumergido para siempre en las aguas de Ferraz. ¿Quién será el culpable de todo? ¿Cómo hay que jugar esta manga?

La Moncloa –y la política española, por extensión– se ha convertido en una de esas factorías de ficción donde se pergeñan los guiones con la serie ya estrenada y hasta los actores jubilados. Y si uno cede, o acaso lo aparenta, se dobla la apuesta porque hay que vender muchos episodios hasta que se improvise el gran final, que está por ver. ¿Qué dicen que fue lo que votaron los españoles? ¿Cuándo fue eso?

Eso sí, todavía es posible que a los Sánchez-Redondo les explote el bidón de gaseosa en el garaje de La Moncloa. Hasta Google tiene horas bajas en su dominante creatividad.

De frentes, bloques y escollos

La incontenible vicepresidenta Carmen Calvo, inventora del feminismo de Vogue, ha superado sus miedos y diserta ya sin límite sobre teoría política. Dice que el PP y Ciudadanos son un frente que impide el paso de la democracia. Es más, sentencia la ministra: "Estamos delante de una derecha que tiene tres partidos pero que es una, que todavía no acepta la Constitución". Le faltó decir si se refería a la de 1978.

La derecha es entonces la CEDA, que como tal cede el paso a la izquierda, en eso le acompaña algo la razón a Calvo aunque sea de forma involuntaria. Pero no ve rastro de Frente Popular, el suyo, mucho más parecido al original y que se abrió paso a mamporros contra su querida Segunda República, contra las urnas municipales de los años treinta y contra los propios y extraños antes, a la vez y después de la guerra civil que sigue siendo trending topic ochenta malditos años después.

Pero ese frentismo de bloques parece que es vírico y, paradójicamente, amenaza epidemia. La política española se ha convertido en una escollera repleta de faroles y disimulos, muros de cartón piedra y escenarios virtuales como los que ya dominan los telediarios, que se han volcado en los efectos especiales sin contenido. Cristina Losada lo explica a las mil maravillas a cuenta de las amenas partidas veraniegas de dominó entre Felipe González y José María La Roca Aznar, que reinaron solos o con nacionalistas pero sin Twitter. El problema de los bloques es que están por todas partes, tendiendo a infinito y alejando toda posibilidad de solución general en favor de los caprichos personales, los escollos. Con bloques definidos, si de veras lo fueran, como añora González y como denuncia Calvo, otro gallo cantaría.

En la semana de las investiduras que se nos viene encima puede haber gobierno en Murcia, que podría ser contagio de Madrid, y gobierno en España. O no. Todo depende de los escollos, con sonrisa o sin sombra de ella, de los bloques dentro de los frentes y de lo que quieran prolongar la burla al ciudadano.

Quizá resulte simplista pero el personalismo de este fin de década en la política española sólo se explica por una cosa: Twitter. Autobiografías al minuto. Vanidad a granel. Todo efímero. Y España, que se aguante.

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