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Javier Somalo

El Gobierno del PRESOE

Nuestro posible Gobierno transita entre una persona que estuvo en la cárcel, otro que está y un tercero que puede estarlo pero que representa a un cuarto que es prófugo de la Justicia.

Nuestro posible Gobierno transita entre una persona que estuvo en la cárcel, otro que está y un tercero que puede estarlo pero que representa a un cuarto que es prófugo de la Justicia.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tras la firma de su pacto. | EFE

Nuestro posible Gobierno transita entre una persona que estuvo en la cárcel, otro que está y un tercero que puede estarlo pero que representa a un cuarto que es prófugo de la Justicia. De ellos podría depender que el PSOE y Podemos consigan una suma suficiente junto a los nacionalistas vascos y gallegos y otros partidos regionalistas que no tardarán en reclamar la autodeterminación de los pueblos. Esta es hoy la imagen mundial de España y el baldón que cae sobre sus ciudadanos.

Es cierto que Sánchez podría evitar a Bildu, al partido de Puigdemont y a la CUP si se concentra en el cálculo sobre la segunda votación de investidura, que sólo requiere más síes que noes, en vez de sobre los 176 que exige la mayoría absoluta. Pero, en cualquier caso, necesita la abstención de los golpistas de ERC y por eso Podemos vuelve a ser delegado del Gobierno para negociaciones carcelarias. El nihil obstat es cosa del preso Oriol Junqueras. Se dice pronto.

Así las cosas, Pedro Sánchez ya ha corregido su moral y apañado su insomnio para que las hemerotecas rujan cuanto quieran contra el bien considerado superior. El pacto de Morfeo ha derogado de forma tácita la línea de pensamiento disimulada hasta un segundo antes por el presidente en funciones y que él mismo reflejó a través de una colección de reflexiones que ha sido descatalogada:

-Sería un presidente del Gobierno [en caso de gobernar con Podemos] que no dormiría por la noche… junto con el 95% de los ciudadanos que tampoco se sentirían tranquilos.

-Hoy podría ser presidente del Gobierno, con plenas competencias, pero de un gobierno de coalición en el que tendría que haber aceptado perfiles sin experiencia. Un gobierno de coalición hubiera fracasado.

-Lo que el señor Iglesias defiende es un referéndum de autodeterminación en Cataluña que partirá en dos definitivamente a la sociedad catalana. Iglesias y Podemos defienden que hay presos políticos en España.

-Vamos a incorporar en el Código Penal un nuevo delito para prohibir de una vez por todas la celebración de referéndum ilegales en Catalunya, como ha ocurrido cuando gobernaba el PP.

-Ni antes ni después el Partido Socialista va a pactar con el populismo. El final del populismo es la Venezuela de Chaves (sic por lapsus), la pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de democracia y sobre todo la desigualdad.

Gran parte de la prensa española, la que se derrite denunciando las fake news, atribuyó la última frase, la de las cartillas de racionamiento, a Santiago Abascal. Y lo cierto es que el de Vox la pronunció, pero citando a su verdadero autor: Pedro Sánchez. Pero, tras el resultado electoral, y al comprobar que nada había rescatable a su derecha, Sánchez acudió raudo a la "alerta antifascista" que ya había lanzado Iglesias tras las elecciones andaluzas. El resultado es que, como si fuera una venganza por el resultado de Vox y el crecimiento del PP, al otro lado ya sólo hay extrema izquierda y nacionalismo golpista. Y parecen dispuestos a demostrar, como si no lo supiéramos, de lo que son capaces.

Será, como dice Sánchez, "el primer gobierno de coalición" de la democracia postfranquista. Un gobierno de España que se sentará en igualdad de altura con la Generalidad de Cataluña, sediciosa según el Supremo, rebelde a todas luces y golpista en rigor. Será el primer gobierno que se alía con los que pretenden expulsar a España de Cataluña antes de hacerlo con el País Vasco y Navarra. Será también la primera vez que un gobierno renuncia a sofocar un golpe incorporando a los golpistas en la solución. Será, como poco, el Gobierno de Pedralbes. Será, en suma, la España colaboracionista.

Y ya hemos sentido los primeros síntomas de lo que puede se nos puede venir encima.

Una de las primeras señales ha sido enviar a los reyes a Cuba en visita de Estado –es competencia del Gobierno– sin programar una cita con la disidencia. Felipe VI ha sabido dejar claro que el ejemplo de España en la Transición sigue vigente, lo que es válido para Cuba y para los populistas, PSOE incluido, que pueden gobernar aquí. Pero el desprecio institucional ha sido mayúsculo al mantener esa visita de Estado alejando al rey del proceso postelectoral español. Sánchez se siente Jefe de Estado y ya ha puesto en suerte el cuestionamiento de la monarquía, clave del primer paso hacia un cambio de régimen. Habría sido mucho más práctico enviar a La Habana al representante de la "nación catalana", llamado a ser socio de Gobierno, con el cartel de "Llibertat pressos politics". El golpista de turno se habría sentido importante y los cubanos de bien habrían agradecido el lema sin preguntarse por qué estaba escrito así.

Otro aviso ha sido el lanzado por Isabel Celaá sobre la libertad de elección de los padres en la educación de sus hijos. El discurso de la portavoz en funciones, invitada a la apertura del XV Congreso de Escuelas Católicas, asustó a los asistentes y cualquier ciudadano, católico o no. Esgrimiendo una sentencia del Tribunal Constitucional de 1981 sobre una ley de Educación que no llegó a promulgarse (la LOECE), Celaá regaló a los asistentes su impertinencia autoritaria reinterpretando el artículo 27 de la Constitución y negando la libertad de elección como derecho. Luego La Moncloa remitió un comunicado orwelliano en el que, como de costumbre, quedó claro que nadie supo interpretar correctamente las palabras de la ministra. Pero el mensaje está sobre la mesa y ya no es una promesa electoral sino una decidida intención.

Como los anteriores, día a día nos irán llegando más síntomas y avisos de lo que nos espera en materia de sanidad, seguridad, impuestos, justicia, censura, inmerecidas amnistías… Y todas las señales tendrán algo en común: ser herramientas para un cambio de régimen que necesita descarrilar el proceso iniciado en la Transición porque Pedro Sánchez, que es el PSOE, no se siente identificado con la izquierda que contribuyó a ponerlo en marcha.

Aburre decirlo pero liberales y conservadores estaban obligados a tener un plan inmediato y adelantado porque, sin mayorías absolutas, unas elecciones no llegan a su fin con el mero resultado. Ya no es posible la anticipación pero PP, Vox y Ciudadanos no pueden empeñarse en ser la segunda parte de una frase condicional. Actuar en segunda instancia, a rebufo, tras graves hechos consumados, es resignarse a hacerlo de forma póstuma porque ciertas políticas que se van a aplicar provocarán un daño irreparable. Las intenciones de Sánchez no les pueden ser ajenas y España no se merece un gobierno nacido en prisión. La campaña electoral ya ha terminado.

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