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Javier Somalo

El PP, ante su peor congreso y su última oportunidad

A Pablo Casado se le ha consentido deambular durante un mes para despedirse como si cediera el relevo tras un exitoso periodo.

A Pablo Casado se le ha consentido deambular durante un mes para despedirse como si cediera el relevo tras un exitoso periodo.
El presidente de la Xunta de Galicia y candidato a la presidencia del PP, Alberto Núñez Feijóo, y el presidente saliente del Partido Popular, Pablo Casado. | Europa Press

Lo peor de un congreso político es que sea público, que trascienda al resto de los mortales con todo detalle y en el preciso momento en el que sucede. Es la base del periodismo, sí. Pero es insufrible, además de dañino para el propio partido y, por descontado, para sus votantes.

La prueba definitiva de lo irracional de este tipo de congresos llega con las ovaciones: a Rajoy, a Casado, a Ayuso... Es cierto que la brindada a la presidenta madrileña fue quizá la más espontánea o sincera, pero no puede ser que aplaudan los mismos o con similar intensidad a la causa y al efecto. Siempre ha habido palmeros profesionales, y este es un mal que ya hemos advertido en otras ocasiones en el PP, pero encerrarse para aplaudir sin criterio es casi indecente. Son aplausos dentro de una burbuja que apenas se oyen, apagados, desde fuera, en la calle, allí donde votan.

El primer gran error en el que ha incurrido el PP es celebrar un congreso obligado por una causa de despido procedente dando la palabra al despedido. Un congreso para salir de un problema con el problema como invitado estrella y encima agradeciéndole su labor. ¿Cabe mayor cinismo? Resulta inexplicable ese afán del PP por arrastrar los vicios sin provocar una verdadera crisis, la que se convierte en oportunidad. Este es el segundo error: "Aquí todos suman, aquí no sobra nadie", expresiones que escuchan, fuera de la burbuja, los que fueron restados, los que sobraron y los que casi mueren. Casado no merecía agradecimiento alguno. Por algo estaban allí.

A Pablo Casado se le ha consentido deambular durante un mes para despedirse como si cediera el relevo tras un exitoso periodo. Ahora Casado se va, como él mismo ha dicho, "orgulloso". Resulta extraño sentir orgullo de haber sido el primer presidente del PP expulsado —formalmente no habrá sido así pero objetivamente sí— antes de ganar una sola elección, sin haber gobernado jamás institución alguna y teniendo a todo el partido, salvo tres incondicionales, en contra. Pero si él quiere colgarse el diploma lapidario en la pared del despacho, libre es de hacerlo.

El congreso que aupó a Casado empezó de forma ilusionante. A Rajoy lo echaron también, pero los enemigos y tras haber gobernado y conocer incluso la mayoría absoluta, quizá la última en décadas. Además, se dejó ir sin lucha: "por mí, por mi partido y por España", "in that order", como Gareth Bale con Gales, el golf y el Real Madrid. Un joven con anunciados principios y cacareado liberalismo académico se encaramaba con entusiasmo por encima del resto, sobre todo por encima de las dos eternas enemigas Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal. Y todo lo que dijo que iba a hacer no lo hizo y todo aquello que jamás haría lo perpetró. No había nada en aquella joven promesa. Nada.

A lo mejor ahora resulta al revés y de un congreso malo sale una buena política. Da lo mismo, el espectáculo es lo de menos y merece ser olvidado cuanto antes. ¿Qué cabe esperar?

Aznar, Feijóo y el poder verdadero

El PP que surgió de Alianza Popular, el de la sucesión a Fraga, tiene un punto en común —menos es nada— con el que este fin de semana surge de un congreso por despido procedente. Alberto Núñez Feijóo, como José María Aznar, conoce el ejercicio real del poder. Ni Rajoy ni mucho menos Casado procedían de la máxima representación de un gobierno autonómico, modelo a escala del gobierno de la nación que enseña a formar equipos, a tener claras las líneas de actuación y a delegar sólo en los mejores como única forma de permanecer en el poder. No es mal entrenamiento.

Tal y como están las cosas en este preciso instante y con la cara de expresidente que se le ha puesto a Pedro Sánchez es muy posible que el nuevo líder del PP pise La Moncloa como inquilino más pronto de lo que algunos esperan. No hay mucho tiempo que perder en sombras chinescas o shadow cabinets y cargos inútiles. La luz del gobierno está ya a la vista y Feijóo, como Aznar, tiene la ventaja de la experiencia. No hay tiempo para posar.

El nuevo líder de Génova, como quien compra casa, quiere un partido sin anotaciones al margen, sin cargas ni embargos: el PP no es Vox, se dicen y se repiten. Bien, pues que Feijóo lo distinga de una vez por todas y dejen de aspirar a convencer a los votantes de Abascal para que "vuelvan", como si el ciudadano necesitara un guía de voto, el sonido de una flauta que les obligue a marchar como autómatas rumbo a Génova 13 o donde quiera que terminen estando.

El PP no es Vox, son dos partidos autónomos, se acabaron el palo y la astilla. Bien, mejor tenerlo claro. Pero sólo sumando con Vox echarán al PSOE. No es tan complicado localizar al adversario, socio seguro, y distinguirlo del enemigo. Salvo que la prioridad sea sólo el poder, ("he venido a ganar y a gobernar") lo que implicaría consentir el apoyo del PSOE, un partido que ya ha enterrado su interés por España y que, de hecho, la perjudica más que nunca. Esta es la crucial decisión que marcará el nuevo rumbo de un PP que puede gobernar muy pronto.

Las primeras señales de la nueva era, más allá de bochornos congresuales, son variadas. Aunque un congreso con pretensión fundacional no ofrece pistas ciertas porque los nombres igual que vienen se van (Cayetana, Lasquetty…) sí merece la pena preguntarse si era necesario el nombramiento de Cuca Gamarra como secretaria general. No resulta comprensible a no ser que quisieran añadir ismos a su dilatado historial de adhesiones inquebrantables: del marianismo al feijóoismo pasando por el sorayismo y el casadismo. Pero frente a Teodoro García Egea, lo cierto es que casi todo parece bueno o, al menos, menos invasivo.

A la hora de escribir este artículo faltan por salir los nombres y cargos principales, cosa que, como digo, no me preocupa demasiado. Al lado de Gamarra estará Elías Bendodo como coordinador, cargo al que el propio Bendodo tendrá que dar significado. Pero el ejercicio de intenciones de Feijóo en este caso sí parece alentador: un compás de gobierno que pasa por Galicia y Andalucía, con el centro marcado en Madrid. Juanma Moreno Bonilla, Isabel Díaz Ayuso y el propio Feijóo podrían poner en común muchos nombres dignos de un gabinete a la altura de las circunstancias. La secretaría general, sospecho, va a tener menos importancia con Feijóo, que debe preocuparse por gobernar.

La otra sombra que carece de explicación es la de Esteban González Pons. El tiempo dirá si su cometido, como el de Cuca Gamarra, sirve para que Feijóo llegue a La Moncloa o sólo para que el PP se enfrente a Vox y al votante de centro derecha que suma una holgada mayoría absoluta y empieza a perder la paciencia. Hay hasta quien dice que Casado se espera un puesto de algún tipo en un gobierno de Feijóo. Espero que las bromas las dejen para los chistes o monólogos de Rajoy.

En cuanto a ideas, el nuevo presidente habló de la nación pero encalló con el "bilingüismo cordial", que sería bueno si fuera posible en todas partes. "Somos el partido de las lenguas de España". La frase, y el discurso entero si quiere, se puede pronunciar en gallego o en alemán pero prometiendo luchar sin cuartel contra el supremacismo catalán que ya pinta al profesor castellanohablante como un borracho. No hay cordialidad y eso lo saben muchas familias en muchas partes de España donde no se persigue una lengua sino a los que la quieren hablar por derecho. Queda camino por recorrer y ya se agotan tiempo y paciencia.

El PP necesita garantizar que no habrá mercadillo de jueces por más que la izquierda le susurre. El PP necesita confirmar si de veras cree en que se puede generar riqueza y garantizar la atención social con impuestos bajos y colaboración público-privada, como han demostrado Madrid (Javier Fernández Lasquetty) y Andalucía (Juan Bravo). El PP necesita huir de la ley especial, de la excepcionalidad oportunista y ceñirse al objetivo sagrado de cumplir y hacer cumplir la ley. Y el PP necesita demostrar, de una vez por todas, que no se siente culpable de una guerra civil, que no está en el lado oscuro de la Historia y que la memoria de la izquierda no puede detener más tiempo la marcha de España.

Esperemos que el congreso de abril se olvide pronto y que Feijóo haya emprendido su camino más provechoso. Antes del verano lo sabremos.

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