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Javier Somalo

Escrache, sabotaje, terrorismo

Otros sabotajes como estos contra el Zendal son ya lo más cercano al terrorismo porque peligran vidas de forma indiscriminada.

Otros sabotajes como estos contra el Zendal son ya lo más cercano al terrorismo porque peligran vidas de forma indiscriminada.
Un enfermo en el Hospital Isabel Zendal de Madrid. | EFE

En junio de 2013, Pablo Iglesias dijo desde la televisión iraní Hispan TV que "los escraches son el jarabe democrático de los de abajo".

Todavía no existía Podemos, Pablo lucía coleta floja y no sacaba las manos de los bolsillos. Vivía en Vallecas. Su ejemplo era Hugo Chávez y así lo dijo en una arenga callejera mientras administraba dosis de su jarabe a algún político:

"De alguna manera, Chávez había sido un escrache permanente contra los poderosos. Los escraches no son más que la expresión de la democracia cuando se hace digna de los de abajo".  

Mirando hacia su izquierda y hacia arriba, apuntando quizá hacia algún balcón, añadió: "Y eso es lo que creo que estamos haciendo ahora: escrachar a esta gentuza"Cuando a él le tocó una cucharadita del jarabe, recordó que la patente es suya:

"Hoy es gente de derechas manifestándose en la puerta de mi casa. Mañana puede ser gente de izquierdas manifestándose en frente del apartamento de Ayuso, de la casa de los Espinosa de los Monteros o de Abascal".  

Mañana no, que todo eso pasó ya, pero le faltó mandar un whatsapp con la ubicación de los objetivos mencionados.

Y de escrache en escrache, forjado en la universidad —"sóviet complutense", lo llamaba Rita Maestre cuando despertaba "miradas lujuriosas"— en la que coordinó el ataque sufrido por Rosa Díez, nació Podemos. Y por las gracias y desgracias de muchos medios de comunicación y por lamentables estrategias políticas de la era Rajoy, el de la coleta floja se apretó un moño pasionario y llegó a vicepresidente del Gobierno para imponer, poco a poco, su modelo violento de asalto a los cielos no sin antes agenciarse una casa digna, que la vivienda es un derecho y el comunismo no entra en detalle de metros, muros o lagos.

El escrache bien entendido no ha de reducirse a caceroladas o a rondar los balcones ilustres. Si en el curso de una jornada de jarabes democráticos se agarra del cuello a un cámara, como sucedió en noviembre de 2019 durante un acto de la diputada de Vox Alicia Rubio, son cosas del directo pero ahí quedan. Y si vuela una piedra, como sucedió en Sestao también contra un acto de Vox y le abre una ceja a otra diputada, es un bulo que sólo necesitó "ketchup", según Pablo Echenique, pero ahí queda también. Y, por supuesto, Soraya Sáenz de Santamaría, Cristina Cifuentes o Esperanza Aguirre inauguraron el marcador revolucionario. Curioso, de haber sido al contrario todavía estaríamos coleccionando hashtags contra el machismo de la derecha heteropatriarcal.

Con la llegada de la pandemia, y siguiendo la doctrina chavista en Vargas y la que expresó el propio Iglesias, el comunismo encuentra nuevas oportunidades de consolidación. Es cierto que desde el poder se necesitan menos excusas pero una vicepresidencia y varios ministerios requieren todavía de fórmulas callejeras para ir forjando el asalto completo y la excepcionalidad puede cubrir esas expectativas de sobra.

Del escrache y sus variantes más o menos violentas se evoluciona naturalmente al sabotaje. Y aquí el hospital Isabel Zendal se ha convertido en objetivo prioritario. La dificultad de montar una campaña contra un hospital público desde la izquierda se supera tirando de clásicos, como hizo el coordinador general de Podemos en la Comunidad de Madrid, Jesús Santos: "La historia se repite. Como si de Esperanza Aguirre se tratase, Isabel Díaz Ayuso vuelve a inaugurar un hospital que es puro decorado y pelotazo inmobiliario, sin terminar, sin personal, apenas a un cuarto de la capacidad que había anunciado y, sobre todo, con unos sobrecostes que superan el cien por cien". Público, sí, pero no suyo.

En el programa de Jesús Cintora en TVE (este sí que tiene sobrecostes del cien por cien) una enfermera denuncia que el hospital "no ofrece las condiciones para trabajar así como la seguridad del paciente". Dice que se negó a ir a trabajar allí pese a que se lo solicitaron. Que "se ve en las imágenes —no ha estado— que es una estructura diáfana que no tiene intimidad para el paciente, que los enfermeros no tienen información de dónde están las cosas ni se les explica cómo funciona la unidad, lo que puede dar lugar a errores, que no tienen material necesario… y un montón de etcéteras". Es de suponer que entre el montón de etcéteras entrará algún baño atascado, un grifo roto, suciedad… De momento, sólo eso. Habla la enfermera objetora de supuestas irregularidades grabadas en móvil por una "compañera". Cintora dijo de pronto que él no conocía de nada a la enfermera. A lo mejor es que lo parecía. Por supuesto, la entrevista apareció destacada en la web de Podemos.

Otro enfermero, también en TVE pero esta vez en el programa de Mónica López y también destacado en la web de Podemos, dice que "nadie en su sano juicio acudiría al hospital Zendal". Se llama Ernesto y, según la reportera que lo entrevista "no ha durado ni un día dentro del hospital". Además de cuestiones sindicales varias, el enfermero dice que comprobó que "se vulneraba la seguridad del paciente sistemáticamente". Marta Nebot, muy afectada, por lo "terrible" del testimonio, pregunta: ¿Tienen miedo los pacientes, cómo es posible que haya pacientes que pidan ir a ese hospital? Pero Ernesto… no tuvo "la oportunidad como tal de hablar con esos pacientes" aunque supone que si van allí es "por desconocimiento". ¿Lo vas a denunciar, Ernesto?, apunta incisiva Mónica previendo una gran borrasca mediática. "Bueno yo ya me he quejado y hemos hecho un llamamiento a los sindicatos". Vamos, que le preocupa mucho.

Poco después, el mismo Ernesto aparece en el programa Todo es Mentira, de Cuatro. Su testimonio se ha hecho viral, según dicen, mala figura para el caso. ¿Por qué dimites el primer día? Pues porque "se vulnera la seguridad del paciente sistemáticamente". Tras repetir exactamente la frase que usó antes en TVE concluye diciendo que el Zendal "no es un hospital porque no cumple los requisitos y que los pacientes empeoran en cuestión de horas". Y muy pocas, a juzgar por el tiempo que pasó el enfermero allí.

Uno de los medios más combativos contra el hospital Zendal es el que le puso Pablo Iglesias a su exasesora Dina Bousselham en medio del escándalo de la tarjeta telefónica. La web presume de no llevar publicidad porque es "independiente". Tanto que, a efectos registrales, fijó su sede en el despacho profesional de Enrique Santiago en la calle Jorge Juan. Son estos y los de Neurona los que señalan amiguismos y cajas B. Desde la web de Dina-Podemos se hacen gracias como la de la existencia de un "Comando Zendal" y hasta se adentran en los paralelismos con el 11-M para que la burla sea un poco más asquerosa. Por cierto, sería curioso conocer con más detalle la hipótesis de Bousselham al respecto de aquellos días de marzo.

El caso es que Podemos ha alimentado, con ayuda de TVE y de los brigadistas habituales, una campaña infame contra un hospital público de apoyo que trata a enfermos de coronavirus. La sanidad privada es demoniaca y debe sacar sus manos de la pandemia, de las vacunas y de "la gente". Las farmacias deben ser nacionalizadas y llevar la cruz morada. Y el Isabel Zendal, o el Simón Bolívar, sería una obra de arte de lo público si la izquierda estuviera en el poder en la Comunidad de Madrid. Todo estaría justificado. Como lo estaba el silencio ante las imágenes de los hospitales venezolanos, repletos de mugre y, lo que es peor, de cadáveres. No morían, ni mueren, por otra pandemia que no fuera el comunismo. Ya se sabe, "un escrache permanente", la "expresión de la democracia". Hay un informe detallado de Naciones Unidas que es una llamada desesperada de auxilio pero, por alguna oculta razón, es más popular Donald Trump que Nicolás Maduro.

Tras negarse a asistir a la inauguración del hospital Zendal, Podemos dijo que Isabel Díaz Ayuso iba a "derivar millones a sus amigos". Sí, sí, lo dijo Podemos-Neurona-CEPS. También denunció que en el hospital del demonio había atascos en los baños y "cortes de luz y de agua". Claro, y hasta de cables, que ya no se cortan sin un poquito de ayuda. Y aparecen empapadores metidos en los inodoros. Y saltan alarmas de desalojo de madrugada. Y se desconectan equipos necesarios para monitorizar constantes vitales de los enfermos. ¿Denuncian lo que provocan? Si dejan de suceder desgracias después de la denuncia interpuesta por la comunidad de Madrid y de la instalación de cámaras, la respuesta es sí.

Sabotear la inauguración de una fuente pública probablemente no ponga en peligro la vida de nadie pero otros sabotajes como estos contra el Zendal son ya lo más cercano al terrorismo porque peligran vidas de forma indiscriminada. Además, es la penúltima parada habitual —la última es el poder— cuando se empieza el viaje con "jarabes democráticos" dentro de una democracia.

Como se dejan ver, pues los miramos. Hablan mucho, más de la cuenta, y van tan contentos cargando vigas en el ojo propio y lanzando briznas al ajeno. Es el comunismo de siempre, sin complejos. Y, también como siempre e inexplicablemente, sin apenas resistencia.

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