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Javier Somalo

España Suma y sus votantes

¿Están los votantes del centro derecha decididos claramente por una opción, por un partido, por un líder o preferirían una coalición?

¿Están los votantes del centro derecha decididos claramente por una opción, por un partido, por un líder o preferirían una coalición?
Cayetana Álvarez de Toledo en una imagen de archivo. | EFE

Asumiendo que las cocinas del CIS no superarían un examen apenas superficial de Chicote, lo cierto es que unas elecciones en noviembre podrían dejarnos tan estancados como ahora e incluso decantarse más hacia la izquierda y con la crisis económica llamando a la puerta. Sin una fragmentación del centro derecha, los guisos de Tezanos serían la misma fritanga pero no sorprenderían tanto.

El verdadero problema, porque se aspira a una solución, está en el centro derecha y conlleva muchas y poco halagüeñas derivadas. Si repasamos la historia reciente de España no encontraremos una coalición de partidos que haya dado frutos. Sólo cuando los partidos se han hecho fuertes por sí mismos –PP y PSOE, fundamentalmente– han sido capaces de derrotar al contrario y gobernar con cierta holgura.

El partido mata demasiadas veces al político y, en el momento que atravesamos, es doblemente frustrante. Pablo Casado, Cayetana Álvarez de Toledo, Juan Carlos Girauta, Toni Cantó o Santiago Abascal probablemente resuman buena parte de lo que el centro derecha, desde la confluencia original liberal conservadora, puede aportar al votante que no quiere ver a un Sánchez o a un Iglesias pisando moqueta. El problema –suyo y de sus votantes– es quién lidera esa respuesta.

La relación entre PP, Ciudadanos y Vox es enormemente compleja pues, por entendernos y con todos los matices necesarios, son una madera y dos cuñas. No me refiero al aspecto ideológico –Ciudadanos tiene también ADN socialista– sino a la oportunidad de su nacimiento: es el PP el que, de alguna manera, engendra dos partidos en dos momentos determinados por abandono de sus principios. Si resumiéramos mucho, la esencia de esos abandonos está en el mismo sitio: Cataluña. Es cierto que el PP también flaqueó en el País Vasco –tan ligado a su forma de actuar contra el reto separatista catalán– pero es en Cataluña donde arranca el verdadero problema de España que, además, se lleva por delante al PP por obra de Mariano Rajoy. Fue allí donde Ciudadanos ocupó el vacío del PP que se fraguó en la era Aznar. Reprochar a Casado que aquel PP se abocara a pactos con la derecha nacionalista del PNV y CiU es justo pero inútil ya. La propia Rosa Díez, ahora invitada como embajadora civil del PP, fue consejera del Gobierno vasco en tiempos de esquelas y nadie podrá discutir su lucha contra el terrorismo y su sincera valentía antinacionalista. Pero lo cierto es que el PP cambió sus principios en Cataluña para agradar, o al menos no importunar, al eterno posible socio huyendo de todo reto.

La irrupción de Vox, pasando de movimiento social a partido nacional, se explica sola desde que se personó como acusación particular en el proceso contra los golpistas de la Generalidad de Cataluña, otro apunte en la interminable cuenta de Mariano Rajoy que ahora tiene saldar Pablo Casado. Como resumen, quizá hiperbólico, cabría concluir que las causas de nuestros males son dos: el nacionalismo y la ausencia de lucha contra él. En la izquierda de partido nunca se ha esperado nada bueno pero en la derecha constitucionalista, desde luego que sí.

¿Están los votantes del centro derecha decididos claramente por una opción, por un partido, por un líder o preferirían una coalición? Lo único seguro es contra quién están y lo triste es que ante el enemigo común hay una respuesta política desunida.

Resulta extraño que el PP quiera integrar ahora a Rosa Díez como catalizador de una coalición sin haber conseguido que el partido, impulsor de la idea, la apruebe del todo o teniendo incluso destacados detractores en sus propias filas. Se dijo que Alfonso Alonso estaba condenado por la nueva Génova pero esta semana ha podido recrearse en la cadena SER contra la política de su partido en Madrid, a favor de las bondades del fuero y las singularidades del PP vasco, contra Rosa Díez en el día de su presentación como invitada y, por supuesto, contra el proyecto de España Suma. Ya ha quedado claro que Alfonso Alonso reta a Pablo Casado con inexplicables aires de superioridad. Falta que reconozcan en nombre de quién y saber cómo acaba el pulso.

Pero, ¿se piensa en los votantes al pretender que un partido absorba a otro como si se tratara de una fusión bancaria tras la cual el cliente del banco A y el del banco B se encontrarán en el mismo cajero y se saludarán sin más?

En esta casa, Santiago Abascal dijo que el proyecto España Suma es una trampa propagandística y es lógico que lo piense porque podría implicar su desaparición. Quizá por esa razón, Vox está haciendo lo posible por acentuar sus diferencias con el PP –con Ciudadanos no es necesario– en cuestiones en las que tiene asegurada, como mínimo, una respuesta desigual de los populares. La proposición no de ley planteada esta semana por Vox sobre la construcción de un "muro infranqueable" en Ceuta y Melilla va, precisamente, en esa dirección. En cuestiones como la Memoria Histórica, el aborto o la lucha de géneros a falta de la de clases Vox no tardará en "retar" de forma directa o indirecta a las bases ideológicas y cuadros del PP. Aunque está claro que Pablo Casado no es Rajoy, su partido aún no ha desarrollado una voz unánime y desacomplejada en ciertas materias y sigue siendo lento en la gestión de las crisis.

España Suma requiere víctimas

Reconozco el liderazgo natural y la autoridad intelectual de Cayetana Álvarez de Toledo. Y no por ello deja de extrañarme que pergeñe ahora un movimiento social, transversal, sin siglas, más civil que político como el que promovió con Libres e Iguales, extracto sensato de izquierdas y derechas y hasta de sindicatos, que ya es mérito. Ese carácter civil suele ser fruto de disidencias políticas que se convierten en causa y casa común. Pero siempre desde una especie de partitofobia y, desde luego, siempre extramuros. La estrategia de atraer a intelectuales de la órbita de Ciudadanos desde dentro de un partido con el que ya se identifica me parece más arriesgada. Sin embargo, Cayetana bien podría contestarme con su propio ejemplo: ingresó en un PP con el que se sentía identificada, lo combatió desde dentro apoyada en un movimiento civil cuando interpretó que no defendía los principios fundacionales y contribuyó a propiciar los cambios que, a su entender, le merecieron tanto la pena como para convertirse en su portavoz parlamentaria. Pues sí, es cierto. Pero el argumento surgió, evolucionó y culminó dentro de un partido, el PP, a modo de regeneración. Lo que ahora pretende es la convergencia de otros dos, Ciudadanos y Vox o, al menos, de uno de ellos.

La disolución de Ciudadanos por descapitalización intelectual que busca Álvarez de Toledo coloca indiscutiblemente al partido de Casado más lejos de Vox. Y quizá sea esa la clave de todo, que el eslabón débil de la cadena sea hoy, por deméritos propios, Albert Rivera y que Génova haya interpretado que Vox seguirá su camino a la derecha del PP dejando abiertos posibles canales de entendimiento en materias cruciales como la firmeza contra el nacionalismo y confiando en que el tiempo encauce de nuevo las aguas. Si esta fuera la estrategia, aún le quedaría al PP mucho trabajo interno de desbroce y saneamiento y eso implicaría algunos años más de desierto electoral. Este mismo fin de semana, tras el congreso del PP vasco que tan mal recibe a su portavoz parlamentaria nacional, podríamos tener más pistas. No sorprendería a nadie que Álvarez de Toledo y Abascal compartieran opinión sobre la estéril foralidad de Alonso.

Creo que el objetivo del PP en el corto plazo es el abordaje a Ciudadanos para consolidar al PP en el ámbito liberal renunciando cordialmente y sólo de momento a la competición en conservadurismo con Vox.

Pero lo complejo no es el diagnóstico sino la solución. Si quedaran dos o tres años para unas elecciones, el tiempo y las coyunturas contribuirían a ordenar algo las cosas en los tres partidos del centro derecha –y hasta en los dos de la izquierda– por concentración, por selección natural o por catarsis. Pero con Sánchez siempre hay elecciones y eso obliga a estar todo el día de campaña, midiéndose y defendiendo la casa propia en detrimento de la común. Bien lo sabe él.

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