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Javier Somalo

Europa Republicana de Catalunya

La sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) sobre el golpista Oriol Junqueras es la penúltima pulga del perro flaco.

Con un golpe de Estado perpetrado en un Estado miembro lo único que no puede hacer Europa es proferir remilgos procesales. Y si lo hiciera por purismo jurídico, lo suyo sería acompañarlo de tal andanada de garantías contra el golpe y los golpistas que quedara claro que en Europa no caben atajos contra la "unión", que los que violan las leyes no pueden tener más suerte que los que las observan y que el nacionalismo es el enemigo a combatir en Europa y en el mundo.

La premisa es tan grave como un golpe de Estado y, ante eso, todo lo demás debería estar subordinado. Pero la cuestión que quizá explica todo es cómo ha sido visto ese golpe en Europa a la luz de la reacción oficial española. Si España no ha sabido defenderse, ¿por qué iba a hacerlo Europa? O, como acertadamente dijo Alberto Núñez Feijóo en entrevista con Federico Jiménez Losantos, "Europa no respeta al reino de España porque el reino de España no se respeta a sí mismo".

Y qué razón tiene. Todo se ha hecho en España pasando por alto un golpe de Estado: elecciones europeas, elecciones municipales y autonómicas y elecciones generales. Y allí estaban los partidos y los candidatos que habían perpetrado el golpe, como si nada les impidiera romper las instituciones y, al tiempo, servirse de ellas. Hasta el juicio por el golpe se hizo con el golpe en marcha y con la institución rebelde, la Generalidad de Cataluña, en perfecto funcionamiento bajo la ejecución de un artículo 155 diluido. Como si nada pasara.

La Constitución española, ley superior tan alabada en Europa por ser la traducción legal de una transición modélica, tenía mecanismos para defenderse procediendo a la suspensión –perfectamente legal– de la autonomía de Cataluña hasta restaurar la normalidad institucional. La medida, qué duda cabe, habría despertado el interés de nuestros vecinos europeos y el claro mensaje habría sido incluso agradecido por la Europa que sabe muy bien lo que significa el nacionalismo y los escombros que deja a su paso. No hemos querido convertirnos en dique europeo de la sinrazón nacionalista. Hemos renunciado a ser buen ejemplo.

Pero el verdadero problema de todo esto es que, además, personajes como Oriol Junqueras son necesarios para cumplir el deseo de Pedro Sánchez de gobernar con los comunistas en España, un Estado miembro que va camino de convertirse en un peligro para Europa como reconoció –¡es asombroso!– el propio Sánchez en un artículo que escribió para El País y para la prensa europea y que se publicó el 7 de noviembre de 2019, tres días antes de las elecciones que él forzó porque pensó o le dijeron que las iba a ganar por goleada. El artículo se titulaba "Cataluña, España, Europa: mejor unidos" y decía cosas como estas:

Ningún Estado contempla la vía unilateral de la secesión de uno de sus territorios en su ordenamiento constitucional. Y ningún demócrata puede entender que los líderes del separatismo emprendieran ese camino y menos aun contando con un apoyo inferior al 48% de los votos emitidos en las elecciones autonómicas

Y hasta detalló la ignominia resumiendo a la perfección lo que hicieron aquellos que le habían llevado al poder sin elecciones y que ahora le pueden aupar de nuevo sumando sus escaños:

(…) Incumplieron todos los requerimientos y resoluciones del Tribunal Constitucional (…) aprobaron leyes de desconexión del Estado español declaradas inconstitucionales, convocaron ilegalmente un referéndum sin ninguna garantía democrática y proclamaron una supuesta república catalana

Aunque incluía la posibilidad de diálogo con los separatistas si acaso dejaban de serlo –estupidez habitual de la que no escarmentaremos jamás– la conclusión de Sánchez era tan brillante que cualquier incauto burócrata europeo podría pensar que, tras las elecciones, acudiría a pactar un gobierno de emergencia con el PP, Ciudadanos y, en un alarde de sacrificio, hasta con Vox:

La Europa que admiramos se ha forjado frente a los nacionalismos excluyentes y los extremismos que superponen identidades al principio de igualdad de todos los ciudadanos

Ante lo que calificó de "desafío a Europa y a los europeos" y la "normalización de la violencia" que pretendieron los separatistas, según sus propias palabras, sólo cabría hacer el sacrificio de evitar a España y a Europa el peligroso trance de "normalizar" a unos golpistas.

Pues no. El autor de esas líneas llegará a La Moncloa –al gobierno de un estado miembro de la Unión Europea– con los personajes y las políticas que él se atrevió a denunciar en un artículo para El País y otros periódicos europeos. Así que, ahora mismo y según sus propias deducciones, el incompatible con Europa es el propio Pedro Sánchez.

Si de verdad alguien creyera en una Europa como realidad política continental debería darse cuenta de que España se convierte en un problema muy serio para la Unión. Pero ese análisis se ve sustituido por una hipocresía que va por la vida de garantista de los derechos del delincuente y que, según parece, demostrará que en España no hay una dictadura sino una democracia modernísima en cuyas anchas espaldas cabe todo porque todo se soluciona con diálogo.

Y luego están los que dicen que todo esto es un peligro porque alentará a Vox, a la eurofobia y hasta al "Spexit". Es curioso y muy cobarde cómo algunos, bien abrigados por lo políticamente correcto, delegan en los "fachas" sus propios miedos. En cualquier caso, siempre los habrá que encuentren un supuesto mal superior derivado y venidero al que están viendo con sus propios ojos. Que el niño se deje pegar no exculpa al abusón ni puede ser un argumento justo. Pero si, como dice Núñez Feijóo, Europa no nos respeta porque así lo merecemos, bueno será que tomen nota del regalo que les llevamos a todos los europeos para el año 2020.

Ahora que Junqueras es inmune y que Carles Puigdemont y Toni Comín se han acreditado como eurodiputados, han de saber en el Parlamento europeo lo que hacen estos tipos en el de Cataluña. Baste para ello con recordar los aciagos días 6 y 7 de septiembre de 2017. Fue entonces cuando Soraya Sáenz de Santamaría dijo aquello de que "la democracia ha muerto en Cataluña". Tenía razón y no hizo nada para impedir lo que llegaría al mes siguiente. Sí hizo lo que pudo la Justicia hasta que el río desembocó en el Supremo charco de la "ensoñación".

Que no se quejen pues, si los ya acreditados diputados europeos plantan urnas en Bruselas para decidir si Bélgica debe formar parte de la UE o de la antigua lista de países no alineados o si buscan socios para promover una convocatoria de referéndum contra algún país miembro o una ley de transitoriedad contra Europa misma. Está en su naturaleza.

Aquí pasó tal cual. En aquellos días de septiembre de 2017 tramitaron una ley que anuló el Estatuto autonómico y la propia Constitución española. Como reflejó entonces Pablo Planas en su crónica en Libertad Digital, "la ley se cursó sin ninguna de las garantías democráticas previstas en la legislación autonómica". Tras muchas quejas y flagrantes violaciones del reglamento de la Cámara, los diputados constitucionalistas abandonaron el parlamento autonómico dejando en los escaños banderas de España que fueron retiradas por el ahora socio comunista del gobierno central. Fue el paso previo al Golpe de Octubre en el que se celebró un referéndum ilegal custodiado por la Policía autonómica, que no atendió a la legalidad, y se proclamó la República de Cataluña. Hubo intimidación, persecución y violencia. Y todos, gobernantes y ciudadanos, fuimos meros espectadores. Cierto es que, muy poco después, millones de ciudadanos, el Rey y algunos jueces y fiscales estuvieron a la altura. Esa es la esperanza que aún nos queda.

En España todavía no hay gobierno ni villancico que lo soporte pero los políticos y jueces europeos –incluidos, claro está, los representantes españoles– saben que Sánchez negocia con un tipo que está en la cárcel, otro que ha sido inhabilitado y un tercero que permanece fugado de nuestra Justicia, amén de con un partido que surgió de una banda terrorista y otro –sustento principal– que nació en los despachos de Hugo Chávez.

Si lejos de preocuparles lo alientan, los eurófobos son ellos. No es consuelo, desde luego, pero toda Europa puede pagar muy cara esta histórica irresponsabilidad.

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