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Javier Somalo

¿Hay Podemos sin Pablo? Responde Solzhenitsyn

Podemos no es sino el comunismo guiado, como siempre, por un caudillo. Hasta la forja del líder, fue un movimiento que transitaba fuera del sistema.

Podemos no es sino el comunismo guiado, como siempre, por un caudillo. Hasta la forja del líder, fue un movimiento que transitaba fuera del sistema.
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Este fin de semana Libertad Digital dedica uno de sus habituales rincones de Historia –habrá más entregas– a un Héroe de las letras: Alexandr Solzhenitsyn, con artículos de Montaner y Soley y sus títulos imprescindibles.

Archipiélago Gulag fue denostado en Europa y, con especial virulencia, en España. No es de extrañar, fue un revulsivo. Con él y, años antes, con Vasili Grossman o con la síntesis del horror en la obra coral de Stéphane CourtoisEl Libro Negro del Comunismo– y hasta con algunos momentos, no todos, de Martin AmisKoba, el temible. La risa o los Veinte Millones–, o con Hanna Arendt, muchos descubrieron el verdadero comunismo, oculto hasta entonces tras el horror nazi que no resistía parangón. Ay del que osara no ya compararlo sino denunciar que los años treinta no fueron exclusiva de Hitler y que, desaparecido el sátrapa, otro régimen asesino se asentaba impunemente entre los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Hoy el comunismo está desnudo para todo aquel que quiera contemplarlo.

Podemos no es sino el comunismo guiado, como siempre, por un caudillo. Hasta la forja del líder, lo que hubo fue un movimiento que quiso transitar fuera del sistema en el que la Izquierda política estaba incluida, bien en forma de socialismo recocho o de comunismo residual. Aquel 15-M que, inexplicablemente, tanta simpatía despertó en algunos, trajo en volandas al caudillo que ya campeaba por los platós. Pero las manitas abiertas de aquellas asambleas acampadas en la vía pública ya no aprueban, haciendo los cinco lobitos, las propuestas escritas en cartones y luego cantadas a megáfono por tal o cual camarada. El puño se ha cerrado. El círculo también. No va más.

La estructura del poder comunista –y Podemos lo es– no está diseñada para formar parte de un régimen democrático. Es como envainar la hoz en la funda de un sable; no cabe, no tiene su forma. No está hecho el comunismo para sistema alguno; es El Sistema, único, sin competencia.

Siguen hablando casi todos –sobre todo, Irene Montero– con la misma entonación y cadencia del líder: atropelladamente, como quien canta las tablas de multiplicar, convirtiendo la doctrina aprendida en aparente solvencia individual que se hace añicos al primer intento de improvisación en solitario. Siguen compareciendo de forma colectiva dando a entender que sus decisiones son colegiadas tras una razonada y libre discusión. Pero el comunismo –y Podemos lo es– no ofrece razonamiento alguno más allá del que da lugar a la purga. Y la purga es sólo la ejecución de una orden, unilateral siempre. El primer y peor enemigo del comunismo es el interno, hay que mermar la fila propia hasta conseguir la adhesión inquebrantable. Recuerda a la Directiva 227 de Stalin, la del lema Ni un paso atrás, que incluía la orden de ejecutar a los propios –"derrotistas y cobardes"– en caso de retirada "para que nuestros fieles tengan la oportunidad de cumplir con su deber ante la patria". Como recuerda Solzhenitsyn, aquel decreto se fundamentaba en que "la patria no podría perdonar su vergüenza".

Releo también, gracias al autor que en esta semana recordamos en Libertad Digital, la sencilla base de la Doctrina Vyshinsky, expresada después en la Teoría de las pruebas judiciales en el Derecho Soviético, según la cual, el juez sólo tenía que establecer la mera probabilidad de los hechos. La confesión inducida –bajo tortura, claro– hacía el resto. Así se encontró la forma de fabricar procesos. Todo un detalle en el que la historia justificaría después y hasta hoy el crimen del comunismo.

El problema sigue siendo el mismo: quién deja de aplaudir. Ocurrió entonces, en los años previos a la década de los treinta, tras una resolución de fidelidad a Stalin formulada por un jefe de partido en una fábrica. Al pronunciar el nombre del líder todos saltaron como resortes de sus asientos para aplaudir. El problema era dejar de hacerlo. Tras más de un cuarto de hora ininterrumpido, el director de la fábrica decidió sentarse poniendo punto final a la ovación para regocijo del auditorio. Naturalmente fue detenido esa misma noche y condenado por cualquier otro precepto violado o con probabilidades de haberlo sido o ni siquiera eso. Relata Solzhenitsyn:

Pero después de firmar el 206 (acta final del sumario), el juez de instrucción le recordó:

¡Y nunca sea el primero en dejar de aplaudir!

Esta es la selección de Darwin. A esto se le llama agotamiento por estupidez.

Pobre de aquel que sucediera al director de esa fábrica. Sería el siguiente o moriría aplaudiendo.

Sin embargo, la purga no significa que haya disidencia democrática, no es una medida drástica para acallar un clamor; en definitiva, no es el desengaño ante el poder omnímodo de Iglesias, el que criticaba la falta de democracia en los partidos de la casta. No hay decepción.

Llegado el momento el menchevique –¿Errejón, Echenique?, qué más da– se da cuenta de que nunca podrá ser Pablo. Se dijo de Juan Carlos Monedero que era el verdadero ideólogo de Podemos. Ideólogo, como si eso hiciera falta en figura distinta a la del líder, esa dualidad jamás ocurrió en el comunismo con personas vivas. Así que, si desde fuera o al borde del Círculo siguen sonriendo y cuidando el no desaparecer del todo es porque pretenden el trono, es porque quieren ser Pablo y hacerlo como Pablo, despejando estorbos, suplantándolo. Y claro, morirán en el intento o cuando dejen de aplaudir. Que repasen si no cómo acontecían en la URSS las sucesiones en cargos de importancia: el sucesor lo era por desaparición –física– del antecesor. La mejor muestra se dio en los distintos Comisariados del Pueblo, suerte de ministerios del Interior, más bien la institución de la represión en estado puro. El cadáver de Yagoda dio paso al de Yezhov, que fue sustituido por Beria, también en ese esquema darwiniano que denunció Alexandr Solzhenitsyn. El juez no era otro que Stalin. La ley, entendida como Justicia, que ya es difícil, nunca fue necesaria.

Y dice Pedro Sánchez que Pablo Iglesias es "hard at the negotiation". Si lo sabrá Pedro, que quiere ser Pablo.

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