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Javier Somalo

La Bella y Penélope

Hay demasiados príncipes y princesas que no quieren que nos parezcamos a lo que son sino a lo que dicen.

Hay demasiados príncipes y princesas que no quieren que nos parezcamos a lo que son sino a lo que dicen.
Penélope Cruz en Piratas del Caribe | Disney

Penélope Cruz se había quedado rezagada al paso de la corriente y decidió dar un paso adelante:

"En mi versión de Cenicienta, cuando el príncipe dice: '¿Quieres casarte?', ella responde: 'No, gracias', porque no quiero ser una princesa. Quiero ser astronauta o chef".

Habla Penélope mientras posa para Narciso Rodríguez, Dolce&Gabbana, Oscar de la Renta y Le Specs en la revista "Porter Edit".

"Cuando leo cuentos de hadas a mis hijos por la noche, siempre estoy cambiando los finales, siempre, siempre, siempre, siempre. Que le jodan a Cenicienta, a la Bella Durmiente y a todas las demás. Hay mucho machismo en esas historias", añade la prota de "Piratas del Caribe" (sí, de Disney).

Al fin, una confesión: ¡cambian el final de los cuentos! Bueno, y el principio. Y el cuento entero. Y así como la Bella Durmiente acaba plantando al príncipe porque, en realidad, lo que ella quiere es ser astronauta, –y como todo el mundo sabe eso es incompatible con el matrimonio porque sería morganático y ya no es plan– pues los ricos, si son de izquierdas, molan y ayudan a causas superiores y se merecen el dinero que cobran porque llevan toda la vida trabajando, no como otros, no como los demás.

Rico progre, rico bueno. Tal condición permite casarse por lo hortera y pegarse un mes en Nueva Zelanda sin rubor porque en el matrimonio ya se sabe: unidos, podemos. La patente da crédito también para poner a parir la sanidad privada pariendo en clínica exclusiva con cristales tintados y calle cortada o para clamar contra el imperialismo yanqui y el capitalismo salvaje desde un plató de Hollywood al que han llegado en limusina, con escolta y patrocinados. Sí que cambian el cuento, sí. A lo mejor es que, en realidad, son los oprimidos infiltrados en las líneas enemigas del mercado para dinamitarlo porque las niñas ya no quieren ser princesas. Pero para conseguirlo han de vivir como tales, muy a su pesar.

Dice Penélope, disfrazada de marca para pasar desapercibida: "Desde la edad de 25 años, me han estado preguntando si tengo miedo a envejecer. Es una locura de pregunta y siempre me negué a responder. Nunca le harían esta pregunta a un hombre". Pero, ¿lo tendrá? ¿Le habrán hecho alguna vez semejante pregunta a Concha Velasco, a Lola Gaos, a Nuria Espert, a Lola Herrera o a su suegra?

En cuanto a la brecha salarial entre millonarios, y a falta de auditoría, en la pareja Bardem-Cruz sospecho que rompe a favor de la actriz de "Piratas del Caribe", o por ahí debe andar la cosa después de James Bond, pero ella, soportando estoicamente sedas, cueros y complementos para "Porter Edit" pronuncia sin ambages el mee too al que quizá Bardem exclame –por lo bajini si es en gananciales– el tu quoque, en su versión tampoco te pases.

Cada día es más larga la lista de hipócritas que viven del cuento con final –y comienzo y desarrollo– alternativo. De Penélope Cruz a Alberto Garzón, pasando por Jordi Évole, Oxfam o la plana mayor y menor de Podemos hay demasiados príncipes y princesas que no quieren que nos parezcamos a lo que son sino a lo que dicen. Para la sufrida tarea de mantener abultadas cuentas nada corrientes ya están ellos, que nacieron con esa maldición y la soportan como Marx les dio a entender.

Es verdad, y por fin empiezan a confesarlo, acostumbran a cambiar el final de los cuentos. ¡Que se joda la Bella Durmiente! ¡Y la otra, que dormía menos! Y ya puestos, también la Bestia, que ha quedado en evidencia.

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