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Javier Somalo

La política del hortelano

Una mínima atención por parte de Rivera al partido de Abascal habría facilitado los pactos sin tanto estruendo y daño futuro para los votantes.

Una mínima atención por parte de Rivera al partido de Abascal habría facilitado los pactos sin tanto estruendo y daño futuro para los votantes.
El alcalde de Madrid, José Luis Martinez Almeida, y la vicealcaldesa de Ciudadanos, Begoña Villacís. | EFE

La buena noticia en muchos ayuntamientos españoles deja necesarias lecciones que aprender por lo sucedido durante las negociaciones entre PP, Ciudadanos y Vox.

Si Vox se ha mostrado tan irritantemente intransigente ha sido como respuesta a la aún más irritante desorientación política de Ciudadanos. A nadie se le escapa que ante una mínima atención por parte de Albert Rivera, el partido de Abascal habría facilitado los pactos sin tanto estruendo y daño por venir. Se trataba sólo de negociar y después venderlo, si así es como lo ven, como un mal menor. Entiendo, comparto y celebré siempre el veto de Ciudadanos al nacionalismo y a todo aquel que pueda ser coadyuvante porque por eso y para eso nacieron. Todo lo demás me resulta inexplicable.

Twitter se ha convertido en una herramienta de presión política donde en apenas unos minutos se mezcla la discusión por una junta de distrito con una supuesta crisis en París provocada por los montaraces de Abascal. Macron, Villacís, Vox, Le Monde, La République En Marche… Pero, ¿a alguien le suena quién es Pedro Sánchez? ¿Alguien está denunciando que a este tipo le da lo mismo pactar con el diablo si eso le mantiene en el poder y que ni Le Monde ni Macron moverán una ceja porque a Francia jamás le ha interesado una España fuerte? Pues resulta que Pedro Sánchez va a gobernar y, como aperitivo, ahí le tenemos enviando notas a las embajadas en todo el mundo para comunicar que, diga lo que diga el Supremo sobre el golpe de Estado, la estrategia es la del pacto de Pedralbes: consentir, o sea, colaborar con el golpismo. Y la oposición pactando sus bastones a bastonazos.

El PP de Pablo Casado y Teodoro García Egea, con todos sus errores posteriores a la campaña de las generales, esta vez ha estado a la altura de las circunstancias promoviendo las negociaciones generales y particulares. Las de Madrid se enconaron tanto que acabaron a las cuatro de la madrugada y, pese al enorme ruido provocado por Vox y, sobre todo, por Ciudadanos, suponen el primer paso necesario para contrapesar el sanchismo y sus adherencias. Es así de sencillo: era necesario. Un gobierno de José Luis Martínez Almeida es suficiente garantía para arrancar y está claro que sin Ciudadanos no habría sido posible. Pero sin Vox tampoco. Sólo el PP parecía entenderlo de forma global.

En Vox sobran aficionados que han querido ver las negociaciones como un pulso particular en el que un brazo sin torcer, el suyo, daría alegre entrada a la izquierda. A ojos del ciudadano, tal actitud sólo puede interpretarse de una manera: que, a juzgar por la sorna con la que lanzaban la amenaza, a ellos no les afecta un eventual gobierno de izquierdas. Ser necesario para llegar a un fin común –me refiero tanto a Vox como a Ciudadanos– no da derecho a jugar la baza en contra de los intereses de muchos votantes, propios y ajenos. Los faroles, para las procesiones.

Ciudadanos –o, al menos una parte– ha ejercido de partido del hortelano, enmarañando cualquier avance y poniendo en riesgo innecesario el gobierno de muchas ciudades. Dicen que rompen con Valls pero actúan como si fuera Valls el que guiara el estúpido plan de arrinconar a Vox por más que renunciara a exigencias. Ha sido todo inexplicable y, por momentos, vergonzoso. Pero, sobre todo, innecesario.

Hay muchos políticos de envergadura en Ciudadanos que harán falta para afrontar la complicada situación a la que nos conduce el PSOE de Pedro Sánchez. Pero sus votantes, y todos los que votaron contra este PSOE, merecen más seriedad: Vox es un partido legal y constitucionalista que no puede ser acordonado y que, de momento, es necesario para frenar al Zapatero de la nueva década, más peligroso aún. Será labor de Santiago Abascal frenar ciertas salidas de tiesto que no aportan nada a las urgencias actuales. Y será labor de Ciudadanos concretar si Albert Rivera sigue representando los principios fundacionales de su partido. Desde luego, en estas negociaciones por las alcaldías, creo que no ha sido así.

Quizá todo lo sucedido sea necesario. El lunes Madrid puede empezar a ser –me aprovecho del éxito editorial– la ciudad que fue. Dependa de uno, de dos o de tres, a ver cuándo le toca a España.

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