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Javier Somalo

La portada del 11-M

Necesito ver la portada que responda a aquellas pancartas de la agitación: "¿Quién ha sido?" Necesito verla aunque no seamos los primeros.

Dos mayorías absolutas, tres presidentes del Gobierno, dos reyes, tres Papas, dos atentados terroristas que cambiaron el rumbo de la Historia, cada uno por un motivo bien distinto, una crisis económica galopante, tratos con ETA hasta legalizar a la banda y, como dicen ahora en comunista-cursi, "empoderarla". Hemos vivido y contado muchas cosas en Libertad Digital desde aquel 8 de marzo de 2000 y, sin embargo, tengo la sensación de que nos queda por vivir y contar lo más intenso, de que todo está por venir. Conocemos el planteamiento y el nudo pero nos quedan los desenlaces y alguna que otra trama paralela.

En el repaso y celebración de estos quince años necesito pararme en una fecha: el 11 de marzo de 2004. Tengo la convicción de que a algunas personas que saben lo que ocurrió les ha rondado la idea de contarlo cuando no se sentían solos leyendo nuestras informaciones. Al final vencieron a la tentación por no dejar vacía la próxima página de su currículum. Desde la matanza de marzo hemos estado en varias ocasiones muy cerca de tocar la verdad con la mano y en todas ellas siempre sucedió algo que nos condujo a vía muerta. Ya se habrá convertido en una remesa de lavaplatos aquel vagón que nadie quiso examinar, aquel vagón virgen que encontró Libertad Digital y que podía contener, años después, la moviola del 11-M. La verdad hoy es chatarra, como la de los demás vagones que se desdeñaron para concentrar la ciencia criminalística y el arte del engaño en un clavo, en un polvillo de extintor. Las pruebas oficiales del asesinato de 192 personas pesaron apenas unos gramos.

Es muy distinto irse a dormir con la frustración de no conocer la verdad que con la certeza de que se contribuye a esconderla aunque ambas situaciones puedan provocar insomnio. Sería una ingenuidad pensar que la verdad vendrá hacia nosotros fruto de un problema de conciencia pero quizá las travesías por el desierto que algunos tienen por delante y esos días en los que el teléfono ya no suena animen a alguien a mirarse en un espejo. Hay demasiadas personas que saben exactamente lo que se ocultó y no pocas que conocen exactamente lo que ocurrió. Jueces, fiscales, abogados, peritos, policías, políticos... Me repatea pensar que he hablado con alguna de ellas.

Ese 11 de marzo es el primer día de todo lo malo sucedido hasta hoy y de lo peor que pueda llegar. Por eso, el 11-M es una de las razones más poderosas para que Libertad Digital y esRadio sigan cumpliendo años. Sí, es una obsesión, necesito ver la portada que responda a aquellas pancartas de la agitación: "¿Quién ha sido?" Necesito verla aunque no seamos los primeros en contarlo.

España empezará a ser otra cosa a partir de este próximo 22 de marzo, arranque andaluz del frenesí electoral que ya nos lleva de encuesta en encuesta, de resultado en resultado, de campaña en campaña y de puñalada en puñalada hasta el 20 de noviembre, fecha redonda y última: cuarenta años de democracia tras cuarenta de dictadura. Las elecciones generales serán en ese mes o al siguiente pero todo indica que el resultado merecerá efeméride a modo de cierre de esas dos cuarentenas políticas. La última ya la vamos a cumplir con sus tres baldones encerrados en un baúl: el 23-F, los GAL y, claro, el 11-M.

España será otra, sí, poco antes de que acabe este año de nuestro aniversario. Y lo será también su panorama mediático, no sólo por la debilidad del papel frente a internet –eso es un escalón lógico desde Gutenberg– sino por el arqueo de lealtades que empezará a practicarse cuando cierren los colegios electorales. Cuando los argumentarios políticos habituales cambien de remitente y de buzón. Cuando la dependencia, más bien el comensalismo, pase factura.

Hoy, Libertad Digital es una empresa de comunicación de tamaño perfecto, con una radio-milagro, pirenaica en ocasiones, que está en casi todas las partes de España en la que no se prohíbe y que se escucha en todas partes de España –del mundo ya, con internet– donde alguien quiera hacerlo. Desde el principio, en el piso de la calle Conde de Aranda, con Javier Rubio y Alberto Recarte hemos sido un medio molesto o, como diría Lasalle del PP de María San Gil, un "nasty media". Quizá por ello, los que siempre han vivido del poder político se han empeñado en decir que estábamos al servicio y hasta financiados por un partido. Como ya hemos demostrado en alguna ocasión, no hay mejor ejercicio que consultar las hemerotecas, propias y ajenas. Así pues, lo que esté por llegar nos cogerá acostumbrados.

Ni somos tan grandes como para hundirnos por sobrecarga ni tan pequeños como para ser tragados por la corriente. Creo sinceramente que Libertad Digital es la empresa periodística ideal para soportar, sin dejar de decir la verdad, la inestabilidad que se avecina. Y ahora me ocurre lo contrario que al repasar el panorama político de quince años: cuando barrunto cuáles serán los obstáculos venideros, las zancadillas futuras, pienso en los que ya hemos sorteado y, enseguida, en los próximos veinte años que empiezan hoy.

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