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Javier Somalo

¿Monarquía o comunismo?

Hoy no existe un solo hecho que motive la abdicación de Felipe VI y sí muchos para proteger la institución

Si Juan Carlos I ha de saldar su cuenta tendrá con qué hacerlo y, aunque un balance siempre es negativo cuando se traspasan las líneas de la honradez, podrá poner en el otro platillo un servicio a España y a la democracia cuando más falta hacía. Su hijo, el rey Felipe VI, no tardó en tener que desempeñar su papel –complicado por las limitaciones constitucionales– con la crisis nacional por el golpe de Estado de la Generalidad de Cataluña. No cabe duda de que para muchos la determinación mostrada fue y sigue siendo un escollo, un estorbo que entorpece el último paso necesario para el cambio de régimen iniciado desde la llegada al poder de José Luis Rodríguez Zapatero, impulsado desde la ineptitud por Pedro Sánchez y ansiado como fin en sí mismo por Pablo Iglesias, sumido ahora en un oscuro proceso que podría verse aliviado mediáticamente por los presuntos escándalos del emérito. ¿Qué han aportado ellos?

Dice Gloria Elizo, vicepresidenta tercera del Congreso de los Diputados y miembro de Podemos, que "la única manera de desvincular a Juan Carlos I de Felipe VI y de la Jefatura de Estado es un referéndum y la abdicación de Felipe VI". Y la disolución de las Cortes y nuevas elecciones generales, le faltó añadir. Pero la claridad de la frase revela la verdadera intención de la formación de Pablo Iglesias que arrastra también a Pedro Sánchez como demostró el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, al deslizar la existencia de una "crisis constituyente".

Desde que gobiernan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no han faltado los desplantes a Felipe VI ideados desde el Palacio de La Moncloa y aquí hemos dado cuenta de algunos. Porque Sánchez comparte con Iglesias la tesis de que la monarquía constitucional en España es mera continuidad del franquismo, lo que ellos llaman despectivamente "el régimen del 78". Por eso era tan importante el show del Valle de los Caídos, punto de arranque de su política y no cierre de nada, como querían hacernos ver. En la carrera contra Iglesias y en su estéril afán por monopolizar el liderazgo de la izquierda, es posible que tenga razón en lo que dijo Santiago Abascal en el programa de Dieter Brandau: "Sánchez quiere la Jefatura del Estado". Desde luego, formalmente han sido muchas las ocasiones en las que lo ha demostrado.

Que tras un golpe de Estado, la llegada al poder de un partido comunista y una pandemia gestionada al estilo chavista, la pieza a abatir sea la monarquía parlamentaria demuestra que la política ha caído, tanto en el Gobierno como en la oposición, en las manos equivocadas. Quizá no había otras. Quizá era esto a lo que se referían en alguna prensa como "regeneración de la democracia". Pues ahí la tienen. El hecho es que la responsabilidad como nación ha desaparecido por la acción de políticos sin talla y de medios de comunicación que hoy pretenden abocarnos a una elección entre monarquía y (segunda) república. Entre todos nos han metido de lleno en una guerra de desgaste de lo institucional y rearme de lo rupturista.

Las razones por las que Juan Carlos I debía abdicar estaban claras años antes de que diera el paso, el 19 de junio de 2014. Lo reclamó en solitario y en este medio Federico Jiménez Losantos y se armó la mundial hasta que, a toro pasado, todos dijeron que ellos también lo habían pedido de una u otra manera. Siempre se ha llevado en España la postvalentía, o sea, la cobardía más hipócrita. Hoy no existe un solo hecho que motive la abdicación de Felipe VI y sí muchos para proteger la institución, se sea o no monárquico, discusión que en España está desnaturalizada, como casi todo últimamente, por la Guerra Civil. Si Juan Carlos I tiene que pagar sus culpas, que lo haga cuando se lo reclamen judicialmente y el rey Felipe VI no supondrá un obstáculo. Pero la maniobra nos resulta bien conocida porque fue la empleada para llegar al poder: apoyarse en un escándalo para cambiar de tercio. Lo hicieron con el gobierno de Mariano Rajoy –y con su inestimable ayuda– a cuenta de la sentencia del caso Gürtel, mil veces menor que cualquier episodio de corrupción del PSOE andaluz o de la familia Pujol. Sánchez estuvo un año gobernando bajo los efectos de una moción de censura y sin convocar elecciones hasta que se atisbó alguna posibilidad de ganarlas con sus nuevos socios, los que resumen los problemas de España. Estamos en lo mismo, en la excusa para forzar un cambio.

Un vicepresidente formado en la política bolivariana y que pretende distraer las canas de su coleta en una conspiración de las cloacas se permite poner en duda el proceso más complicado y exitoso –política y socialmente– de nuestra historia reciente violentando la concordia, que fue real, a cambio de nuevas luchas: si no cunde la de clases, pues la de sexos; si fracasa la de sexos, pues la de cloacas; y si todas pasaran sin pena ni gloria, pues la fratricida a costa de monarquía y república, su República. Está sucediendo delante de nuestros ojos y casi nadie con responsabilidad para frenarlo lo hace con la debida seriedad.

Se queja Iglesias de que la monarquía basa su legitimidad en la filiación. Y nos lo dice aquel que coloca en puestos de responsabilidad a todo el que le apetece aunque carezca de preparación alguna para ello. ¿O es que la ministra de Igualdad, su compañera sentimental, puede demostrar alguna experiencia como para desempeñar su cargo? ¿Es esto machismo? Desde luego que sí: el suyo. Por otro lado, tampoco se conocen críticas de Iglesias a los regímenes familiares como el castrista o a los líderes supremos vitalicios de teocracias como la iraní, país financiador, al menos, de los programas televisivos de Iglesias. La monarquía podrá resultar extemporánea si la sometemos a un análisis político actual pero el comunismo, además, es letal.

España pesa menos que nunca en Europa y en el mundo, como se ha visto recientemente –es sólo el penúltimo ejemplo–, en el rechazo a Nadia Calviño como presidenta del Eurogrupo. Pero claro, ha costado mucho construir la imagen de un país racista que conquistó América a sangre y fuego para esclavizar, matar y violar; uno de los países más machista e inseguro donde las mujeres no pueden si quiera "volver a casa solas y borrachas"; un país anclado estructuralmente en el franquismo a través de la monarquía y que somete a otros pueblos que desean un futuro en libertad. A nuestro alrededor todos son y han sido mejores.

Tal es la imagen que se ha construido y permitido construir y, como siempre, hay mucha culpa que repartir. No sería de extrañar, pues, que el relevo de la persona –y la Institución– que, a fin de cuentas, metió a España en una democracia lo recojan y retengan aquellos que nos quieren sacar de ella y que lo hagan con el aplauso o el silencio del resto de la clase política.

Ya hay medios de comunicación haciendo encuestas sobre monarquía o república que convertirán en grandes titulares con pretensión informativa. Al menos podrían afinar algo más en la pregunta: ¿Qué prefieren, monarquía parlamentaria o comunismo?

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