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Javier Somalo

No hay 3.640.000 franquistas

Santiago Abascal ha llevado a su partido a más de 3.600.000 votos… y no hay tantos franquistas en España por mucho que se empeñe la izquierda.

A falta de que los partidos expresen sus estrategias de pactos, España sigue igual pero no es la misma después de estas elecciones generales.

A nadie se le oculta que hay dos protagonistas claros y por cuestiones diametralmente opuestas: Ciudadanos (10 escaños) y Vox (52 escaños). Era algo que barruntaban todas las encuestas y que se convirtió en clamor tras el debate de TVE pero que requería el veredicto de las urnas. Como sólo tenemos los resultados, a ellos hay que ceñirse. Y son elocuentes:

  • El PSOE ha perdido casi 800.000 votos
  • El PP ha ganado más de 600.000 votos
  • Vox ha ganado casi un millón de votos
  • Ciudadanos ha perdido dos millones y medio de votos

No hay sumas posibles en el centro-derecha ni en la izquierda y la repetición electoral vuelve a ser una posibilidad que, desde luego, se convertirá en argumento durante las negociaciones para formar gobierno. Pero merecen análisis los cambios sucedidos en el electorado en sólo siete meses y que nos han traído ascensos y debacles inéditos, si salvamos, por el contexto, la caída de la UCD.

Quizá la primera conclusión que se extrae de las tablas de escrutinio sea que la demonización de Vox no ha funcionado. El grupo Prisa, siempre zapador del PSOE, empleó la campaña electoral en alertar de que la principal novedad de estas elecciones era la existencia de un "partido franquista". Era, por supuesto, la aplicación práctica de la exhumación del cadáver de Franco, ejecutada por el gobierno en funciones de Pedro Sánchez como hito de su forma de entender España. Pero Santiago Abascal ha llevado a su partido a más de tres millones seiscientos mil votos… y no hay tantos franquistas en España por mucho que se empeñe la izquierda.

Otra lección de estos comicios es que el centro puro como adscripción política no es compatible con el hartazgo ciudadano que convive con un golpe de Estado al que pocos quieren llamar por su nombre. Un golpismo que, por cierto, también ha concurrido inexplicablemente a las elecciones. Ciudadanos es un partido valioso para España y, aunque su caída al vacío no tenga paliativo posible, conserva políticos en sus filas que son necesarios para reconducir, cuando sea posible, la situación.

Pero Albert Rivera, que no ha querido dimitir en la noche electoral, se ha tomado estas elecciones como si fueran unas elecciones más y ya había desgastado muchas de sus energías en criticar a Vox durante las negociaciones para gobernar Andalucía, Madrid y Murcia. En esto, el PP ha demostrado mucha más inteligencia política porque de una necesidad no podía hacerse vicio sino virtud. Pablo Casado ha superado los cinco millones de votos y, con 88 diputados, puede y debe ser el eje político que dé salida al bloqueo institucional.

Pablo Iglesias fue claro en su mensaje a Sánchez: "Creo que se duerme peor con más de 50 diputados de extrema derecha que con ministros de Unidas Podemos". Él, desde luego, sí. Pero la frase de Iglesias resume muy bien el fracaso del plan de Sánchez al que se le notó demasiado que siempre tuvo en mente aprovechar la ventaja que otorga firmar decretos para mejorar un resultado electoral, cosa que no ha conseguido.

El presidente en funciones todavía ha tenido la poca vergüenza de celebrar que ha vuelto a ganar tras esta "repetición automática de las elecciones", como si no hubiera tenido posibilidad de formar gobierno. "Automática"… no cabe mayor cinismo y falta a la verdad. En su comparecencia tras las elecciones Sánchez dijo que "la responsabilidad es formar gobierno", como si eso fuera una novedad y no una obligación. Mientras sus simpatizantes le coreaban "¡Con Casado, no!" y "¡Con Iglesias, sí!", Sánchez, que quería convencerse de que ha nacido para ganar cuando todo apunta a lo contrario, sentenció: "Esta vez, sí o sí, vamos a conseguir un gobierno progresista". Pero ya conocemos al autor de la frase.

Es muy posible que esta semana empiecen a aflorar las verdaderas intenciones de cada cual y que el PP de Casado asome la carta de la dimisión de Sánchez –el "sí es no"– como condición para un eventual pacto. Es cierto que eso dejaría a Vox como la referencia en la oposición aunque el PP haga valer su postura como sacrificio patriótico. Abascal y Casado no se han entendido mal en la formación de gobiernos locales y regionales pero siendo Vox la tercera fuerza política de España, no auguro facilidades. Tampoco pasaría nada. Sigue habiendo un golpe de Estado perpetrado por la Generalidad de Cataluña y alguien debe vigilar también desde fuera.

Lo que no pase por un gobierno de salvación escrutado por otra fuerza política sólo puede llevarnos a una repetición electoral o a un abismo que obligue a los libros de texto a recordar los hechos y comicios olvidados de 1931, 1934 y 1936, cuando no había franquistas pero sí existían el PSOE y la ERC.

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