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Javier Somalo

Sabíamos que esto iba a pasar

Sánchez pretende que lo peor del sistema autonómico devore a sus enemigos y le permita desaparecer del problema sobreviviendo a la escandalosa ineptitud de su gestión.

Sánchez pretende que lo peor del sistema autonómico devore a sus enemigos y le permita desaparecer del problema sobreviviendo a la escandalosa ineptitud de su gestión.
Un celador transporta una camilla en el hospital de Bellvitge, en Cataluña. | EFE

En la primavera de 2020, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, presumió de haber vencido al virus y hasta de haber salvado 450.000 vidas. Lo dijo en el Senado, el 16 de junio:

“El estado de alarma ha servido, ha salvado vidas. Informes científicos independientes como el del Imperial College dice que se han salvado 450.000 vidas en España”.

Pero un mes antes, había dicho que eran 300.000 las vidas salvadas.

“El camino que estamos siguiendo desde el principio de la epidemia es el único posible. Algunos dijeron que una solución era dejar que el virus se difundiera hasta alcanzar la inmunidad de grupo, que implica un 70% de la población. Hubo países que iniciaron esa vía y tuvieron que dar marcha atrás. Si hubiéramos optado por esa fórmula, la infección podría haber alcanzado a 30 millones de compatriotas y podría haber costado la vida a 300.000 personas. O tal vez más porque se habría colapsado el sistema sanitario”.

Así que en un mes todavía salvó otras cien mil vidas, pero jamás se atrevió a contarnos cuántos, de verdad, murieron ni qué expertos le susurraban. Durante el verano estuvo presumiendo todo lo que pudo y el 4 de julio llegó a decir:

“Hemos doblegado la curva, hemos controlado al virus y hoy tenemos bajo control la pandemia”.

Era su 4 de julio, casi su Independence Day. Poco después, tanto éxito llevó a Fernando Simón a fumarse el puro de la victoria en la playa de Carrapateira, calculando la incidencia de otras olas con su tabla de surf y sin mascarilla.

Seis meses después de la gran victoria, en enero de 2021, el doctor gracioso lamenta la condición humana, siempre alejada de la razón:

“Queramos o no, todos creo que somos conscientes, y siento decirlo, de que en Navidades la gente lo pasamos mejor de lo que lo debíamos haber pasado. Ya podíamos proponer lo que fuera que sabíamos que esto iba a pasar (…) Es cierto que las medidas han sido buenas pero sabemos que cuando estamos en una situación en la que queremos vivir más abiertamente se van a implementar peor”.

“Sabíamos que esto iba a pasar”. Pero es que la gente quiere “vivir más abiertamente” y así no hay manera. Este es el mensaje oficial del Gobierno de España.

Muchas personas prudentes que llevan mascarilla, guardan distancias, restringen relaciones y no se desatan por los garitos han contraído el coronavirus. Otros más relajados de costumbres, no. La mascarilla nos ha librado este 2020 de la gripe estacional y de la bronquiolitis pero eso no puede significar que pretendamos erradicarlas con bozales. La vacuna, si no metemos mucho la pata, no evitará todavía un aumento coyuntural de los contagios pero reducirá las muertes y, poco a poco frenará la virulencia hasta convertir el Covid-19 en esa gripe con la se puede convivir aunque también mate. Irresponsables los hay en todas partes pero culpar a los ciudadanos sin ser ejemplo, sin liderazgo y sin tener un plan concreto de acción más allá de la jaula es una desvergüenza sin igual.

El confinamiento por sí mismo no es la solución y la prueba está en que cuando finaliza vuelven los contagios y hay más ruina. Pero ahora tenemos la ventaja de la vacuna y es ahí donde hay que concentrar todos los esfuerzos clínicos, médicos, asistenciales, divulgativos y de crítica feroz ante cualquier obstáculo. Si el ministro candidato está más preocupado por no despatarrarse al saltar de la moqueta del Ministerio a la del Palau, el caos está garantizado. Y eso también lo sabrá Simón.

Unas comunidades cierran los comercios a las seis de la tarde y otras, a las ocho o a las diez. Y algo similar ocurre con las peticiones de toque de queda. Al final, casi sin darnos cuenta, 17 problemas salvan al gobierno de Sánchez, despiadado superviviente que sólo comparece si es para presumir o para criticar decisiones ajenas que tratan de llenar su vacío.

El verdadero problema de la pandemia en España es que el Estado central no existe en uno de los pocos momentos en los que sería necesario. El sistema autonómico —bueno para unas cosas y perverso para otras­— ha sido la vía de escape perfecta para Sánchez. La restricción de horarios y movimientos ya es cosa de las autonomías y, por supuesto, el desgaste político que ello pueda acarrear, también: hay 17 posibles culpas —los éxitos no computan— que pueden reducirse a las comunidades menos amigas. Siempre será posible una apertura de telediario o una portada de periódico que critique la mera existencia de un hospital de apoyo como el Isabel Zendal en vez de poner en su sitio al ministro de Sanidad por ser candidato a unas elecciones regionales sin dimitir de su cargo o que haya una diferencia de 30.000 muertos entre las cifras oficiales y las que se desprenden de muchos otros registros.

En definitiva, Sánchez pretende que lo peor del sistema autonómico devore a sus enemigos y le permita desaparecer del problema sobreviviendo a la escandalosa ineptitud de su gestión.

En Libertad Digital y esRadio hemos compartido con lectores y oyentes los testimonios de muchos expertos de verdad, con nombre, apellidos y reconocido historial. Escuchándoles con atención comprobamos que en España hay personas muy preparadas que, salvo excepciones, no tienen capacidad real de decisión ni son llamados a asesorar a la administración central. Pero existen, saben lo que dicen y dicen la verdad. Seguir sus consejos es un buen camino y exige sacrificios.

Ante la ausencia del Estado, es la hora de la responsabilidad ciudadana. Merece la pena dar tiempo a las vacunas, abrir el camino sin estorbar, para que cerquen definitivamente al virus. Para ello no es necesario un confinamiento global sino medidas diarias acompasadas con una correcta campaña de vacunación que no se reduce a competir por demostrar quién pincha más sino quién gestiona mejor la doble dosis y cómo se elige correctamente a los sectores de población que, por sus características, harán de primer dique de contención contra el virus.

Hay información de sobra para que dejemos de estorbar a las vacunas y que el Estado deje de molestar si no sirve cuando hace falta. Es el momento de demostrar al incompetente experto de los incompetentes Sánchez e Illa, que los ciudadanos sabrán ejercer su deber sacrificando un poco más esa pretensión de “vivir más abiertamente”. Desde luego, cuando salgamos de este infierno no será gracias a nuestro gobierno. También esto lo sabe Simón. A ver si después nos acordamos todos.

 

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