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Javier Somalo

Sánchez menospreció a Abascal

Abascal inhumó –políticamente– a Sánchez con un discurso tan poco fascista como el de la concordia.

Dice Ana Blanco, inspirada por Tezanos, que en las pasadas elecciones un 7% de los ciudadanos decidió su voto tras ver el debate de TVE. A la vista está que no solucionó mucho la cosa pero, tras tanto gatillazo político, al de ayer se le colgó el cartel de aforo completo. En términos competitivos, que es como se miden los debates, creo que sólo podemos atender al último tramo, el que comenzó recién pasada la media noche, y que dio casi todo el protagonismo a Santiago Abascal.

Gracias a un rebote de Pablo Iglesias al preguntar por los pactos que propondría cada partido, los candidatos empezaron a ser candidatos y no portavoces de sus jefes de campaña, dicho sea con todos los respetos para el que los merezca. Fue en ese punto de ruptura cuando Pedro Sánchez rompió a sudar y, si mi atención a la pantalla no fue vencida por la vergüenza, comenzó a sufrirlo visiblemente la sisa de su chaqueta. Estaba a punto de salir Franco… baluarte electoral del candidato presidencial de Moncloa más pobre que recuerdo.

Ya Pablo Casado le había aguado minutos antes los anuncios de dureza de cartón piedra contra el golpismo que jamás ha reconocido y nos quedamos sin saber cuántas naciones hay en España y si Cataluña lo es, como reconoció en inglés Josep Borrell. Cuando Sánchez no sabe contestar se esconde puerilmente como si estuviera repasando los gastos de combustible del Falcon, su inconfundible blasón. Casado cogió carril pero no insistió lo suficiente como para evitar que Albert Rivera le robara el turno. Es difícil competir con la rebotica del líder naranja, cuyo estrado parece siempre la gabardina de Harpo Marx, en el que sí se explicaba tanto atrezzo porque el pobre era mudo. Así que el primer tanto se lo apuntó Pablo Casado pero, lamentablemente, no volvió a golpear con la dureza suficiente como para anotar puntos claros.

Tras un asalto de agresiones callejeras entre los partidos del centro derecha en el que Albert Rivera agotó las existencias de su bazar y en el que Casado consintió que Pablo Iglesias le hablara de sobres y de evasiones fiscales sin mencionar siquiera a Echenique el negrero, llegó el momento de Santiago Abascal. No lo había pasado demasiado bien en materia económica, único momento en el que el líder de Vox tuvo que bajar la vista al atril para revisar los datos de deuda. Pero en cuanto asomaron los Fundamentos del Progre, que siempre parecen inmutables e inalterables, el vasco vio el campo abierto, se relajó, dejó hablar para poder contraatacar y lidió la faena de la noche. Sánchez exhumó a Franco por enésima vez y Abascal inhumó –políticamente– a Sánchez con un discurso tan poco fascista como el de la concordia. Pablo Casado asintió parte de ese discurso, cosa que le honra y mucho porque la honestidad también es un valor político, Sánchez rabió y volvió a sudar, Iglesias se encorvó como cuando vivía en el pisito de Vallecas comparando los bandos de la Guerra Civil con las SS y los judíos y Rivera se disolvió definitivamente pidiendo a los chicos que dejaran el pasado y volvieran a no sé dónde, que tenía carteles preparados.

A partir de ese momento, lo que yo vi fue a un candidato tranquilo porque defendía cosas sencillas por las que ya le llevan llamando facha mucho tiempo. Él no tenía nada que medir, Casado algo y Rivera todo. Y se notó. En Memoria Histórica, en inmigración ilegal –hay valla en Ceuta y no la puso Abascal, no nos engañemos, pero no impide la entrada, hiere a los que escapan de su infierno y pone en peligro a policías y guardia civiles–, en política sexista e ineficaz contra la violencia doméstica, familiar o como la quieran llamar, y en terrorismo. Iglesias intentó minimizar el riesgo que Abascal –y toda su familia y todo el PP y el PSOE– sufrió en el País Vasco desde bien joven pero le salieron sus chiquitos en las herriko tabernas, tascas de ETA con hucha, para entendernos. Y ahí lo dejó, con el ceño fruncido y las cervicales hundidas como si tuviera que esquivar los latigazos que dan las encinas cuando vas del cenador del lago a la casa del servicio, allá en la finca.

A esas horas, Pedro Sánchez estaba desfondado y completamente sonado. Tanto, que por dos veces dijo sentir envidia de Angela Merkel para quitarse de encima el guante de Abascal. Le llegarán hoy noticias confusas a la política de Hamburgo...

El resumen de lo que yo percibí es que Santiago Abacal ganó el debate por sinceridad y Pedro Sánchez lo perdió estrepitosamente por su infinita vanidad, sólo comparable a su escasa preparación para presidir un país democrático como España. Pablo Casado acertó en muchos puntos pero no supo hacerse oír en el momento en que arrinconó al presidente en funciones con el recuento de naciones. Albert Rivera llevó el "doble o nada" al doble de nada por abuso de alforjas aunque acertó con algún golpe, los que da con sinceridad por Cataluña o las dictaduras bolivarianas. Y, por lo que parece, Iglesias no será nunca vicepresidente. Yo ya sólo veo su finca cuando habla y reconozco que el bosque no me deja ver el árbol. En cuanto al minuto de oro final… ya tenemos bastante con la campaña. Deberían evitarlo los organizadores.

Pero esto fue sólo un debate. Si Rivera es capaz de taponar la supuesta hemorragia de votos –sobredimensionada, en mi opinión– y Casado hace realidad el mejor tramo de sus encuestas, queda espacio para que merezca mucho la pena salir a votar.

Por cierto, o me lo perdí, o nadie quiso ofrecer un velero con remos para Greta.

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