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Javier Somalo

Sir John Chilcot y los españoles

No todos los españoles estaban en contra de la guerra de la misma forma y eso conviene no olvidarlo antes de celebrar la presunta sabiduría popular.

Dice Lucía Méndez en El Mundo que "el 15 de febrero de 2003, millones de españoles se manifestaron contra la Guerra de Irak" y que el celebradísimo Informe Chilcot les ha dado la razón, que "estaban en lo cierto".

Hay que suponer que las hordas que paseaban por las calles las cabezas del Consejo de Ministros clavadas en picas y aprovechaban su indignada actitud para destrozar cajeros tenían entonces datos precisos que sir John Chilcot ha tardado en recopilar siete años. Pero ya se sabe que determinada facción de la sociedad española conoce la verdad antes que las autoridades, como en el 13-M madrileño en el que preguntaban Quién ha sido hasta que ganó el PSOE y abandonaron su curiosidad. No todos los españoles estaban en contra de la guerra de la misma forma y eso conviene no olvidarlo antes de celebrar la presunta y tan temprana sabiduría popular.

También sería de rigor recordar que José María Aznar no envió a los españoles a la guerra, algo que sí hizo Felipe González con soldados de reemplazo, de mili obligatoria. Libertad Digital publicó en solitario el reconocimiento de este hecho por parte del recién llegado gobierno socialista en noviembre de 2004 que, bajo firma de siete ministros, explicaba por decreto que la guerra de 2003 contó con el aval de tres resoluciones de la ONU mientras que la de 1990, la Guerra del Golfo, no tuvo amparo alguno. Los detalles, en internet, son muy fáciles de releer.

En cuanto a Chilcot, habrá que agradecerle que tarde trece años en investigar si era cierto que Sadam Hussein tuvo armas de destrucción masiva sin recordar que entonces se negaba a facilitar las inspecciones, que masacró a su pueblo y a todo el que se hubiera puesto en su camino. No comprendo el esfuerzo en probar si aquella guerra contra un genocida estuvo justificada al no hallarse armas de destrucción masiva pero entiendo aún menos que la prensa quiera deducir de ello que los manchados de sangre son entonces Tony Blair y sus compinches. Si el sir mirara dentro de casa, en menos años y con menos millones de dólares, quizá encontraría uno de los paradigmas de la Europa durmiente donde la sharia se aplica enfrente de un tenderete de fish & chips y con el Big Ben dando las cinco.

En cuanto a España, la deserción de José Luis Rodríguez Zapatero en Irak, en su primer acto como presidente, consolidó la versión manipulada del 11-M para convertirla en oficial. La guerra y, sobre todo, el No a la Guerra fueron la gran pantalla de las bombas de Madrid, el principio de Arquímedes que desalojó a un gobierno "culpable" en tres días de marzo. Quizá en otros trece años nos diga un Chilcot qué pasó en Atocha. Apuesto a que no será recibido con tanto aplauso en la prensa española.

En Reino Unido –en todas partes– siempre hay un Churchill y un Chamberlain pero, como dice Lucía Méndez de los españoles, parece que aquí y allí siempre se prefiere enterrar la Historia para que pueda repetirse cada cierto tiempo.

En España

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