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Jesús Gómez Ruiz

Liberalismo domesticado

¿Hay que renegar de quienes han defendido, ante todo, la libertad, bien desde la cátedra o bien desde la tribuna política? Si ese es el precio, somos muchos los que no estamos dispuestos a pagarlo.

Los postulados liberales que asumió el Partido Popular hace ya casi 20 años contribuyeron de forma decisiva a renovar ideológicamente el centro derecha español. Fueron esos postulados liberales que invoca José María Lassalle en su artículo de El País los que hicieron posible que el Partido Popular gobernara en España durante 8 años, los de mayor libertad, prosperidad y bienestar de nuestra historia reciente. Y han sido esos postulados liberales, que Esperanza Aguirre ha defendido siempre abiertamente y sin complejos, los que han permitido al Partido Popular obtener los mejores resultados de su historia en la Comunidad de Madrid.

A todo verdadero liberal, nada le entusiasma más que debatir sobre cuáles son las vías más eficaces para poner en práctica las ideas y las políticas liberales. Un verdadero liberal jamás rehúye el debate de las ideas. Por eso, me sorprende que un destacado liberal como José María Lassalle no vea la necesidad de debatir sobre cómo poner en práctica hoy, en el siglo XXI, nuestras ideas liberales en el Partido Popular. Ideas que, como él muy bien dice en su artículo, forman parte inseparable del patrimonio ideológico de nuestro partido.

Y el principal reto para los liberales del siglo XXI es, en mi opinión, combatir ese totalitarismo de terciopelo, heredero de los totalitarismos duros del siglo XX. Un nuevo totalitarismo que reparte credenciales de corrección ética, moral y política desde el oportunismo político y desde el relativismo moral y cultural donde está instalado, que redefine los conceptos a su antojo, que trata de excluir de la vida política a quienes no comulgamos con sus ruedas de molino y que destruye por su base las ideas y los valores sobre los que se asientan las sociedades libres y abiertas.

Mucho me temo que algunos liberales, como Lassalle, están cayendo en la trampa de los totalitarios de terciopelo. Mucho me temo que comienzan, quizá por fatiga de combate, o quizá porque, en su fuero interno, ya han dado por perdida la batalla antes de comenzarla, a comprar los carnés de limpieza ideológica que reparten nuestros adversarios. Tanto es así que el propio Lassalle utiliza en El País el término "neoliberal" peyorativamente, exactamente igual que lo hacen nuestros adversarios. Alude, igualmente, al "fundamentalismo de mercado", otro de los latiguillos típicos con que la izquierda ataca a los liberales. A Lassalle llega a inquietarle que Esperanza Aguirre cite en sus intervenciones a dos de los grandes maestros del liberalismo en el siglo XX: Hayek y Friedman. Y también señala Lassalle con el dedo, peyorativamente, a Reagan y Thatcher, que, con todos sus fallos y sus errores, no hay que olvidar que fueron quienes ganaron la guerra fría utilizando la mejor y más eficaz de las armas: el debate ideológico y la firmeza en la defensa de la libertad.

Por eso mismo, no es extraño que Hayek y Friedman, en el plano teórico, y Reagan y Thatcher, en el plano de la política práctica, sean las principales bestias negras de los enemigos de la libertad. Sí es extraño, en cambio, que un liberal como Lassalle se una al coro de detractores de dos pensadores y de dos líderes políticos occidentales a quienes, con todos sus errores y sus defectos, el mundo libre debe en buena parte su libertad y su bienestar actual. ¿Acaso es ese el precio que hay que pagar para obtener los carnés de limpieza ideológica y corrección política que otorgan nuestros adversarios políticos? ¿Hay que renegar de quienes han defendido, ante todo, la libertad, bien desde la cátedra o bien desde la tribuna política? Si ese es el precio, somos muchos los que no estamos dispuestos a pagarlo.

El verdadero liberalismo, compañero Lassalle, siempre es y será igualitario e integrador. No necesita comprar esas virtudes en la tienda de enfrente, porque son consustanciales a él. Y el verdadero liberalismo jamás podrá ser trasnochado ni excluyente. Porque el liberalismo es, por naturaleza, enemigo de la arbitrariedad y de los privilegios de casta. Por eso el verdadero liberalismo jamás podrá ser antipático. Salvo para los enemigos de la libertad, naturalmente.

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