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Jesús Laínz

La lengua castellana es tan catalana como la lengua catalana

Todos los días desayunamos algún versículo sobre el genocidio lingüístico, la lengua vehicular, la propia, la impropia, la materna y la impuesta.

Todos los días desayunamos algún versículo sobre el genocidio lingüístico, la lengua vehicular, la propia, la impropia, la materna y la impuesta.
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No falla: todos los días alguien repite alguno de los versículos del evangelio catalanista. Paraula de Déu. Contra ella no cabe argumento. Como cualquier creencia, es contraria a la razón y a los hechos y exige a sus fieles una fe ciega. Y a quien se salga de la fila, excomunión. Uno de los favoritos es el que declara presos políticos por sus ideas a los políticos presos por sus delitos. O el que define como demócratas perseguidos por el fascismo a los delincuentes totalitarios procesados por el Estado de Derecho.

También circulan mucho últimamente los relacionados con la lengua. Invocados por Pilar Rahola, Ramón Cotarelo o cualquier otro apóstol, casi todos los días desayunamos algún versículo sobre el genocidio lingüístico, la inmersión, la lengua vehicular, la lengua propia, la impropia, la materna y la impuesta. Precisamente de la condición de impuesta e invasora atribuida a la lengua de Cervantes arranca su discriminación en la Cataluña de hoy, con todos los efectos ideológicos, políticos, sentimentales, jurídicos y pedagógicos que ello implica. Así que merece la pena echar un vistazo superficial a la historia para corroborarlo o desmentirlo.

Comencemos por el siglo XIII y por uno de los grandes, Jaime I, aquel rey al que los nacionalistas de siete siglos después colocarían la medalla de "padre de la nacionalidad catalana" (Rovira i Virgili dixit). Pues no son pocos los textos de aquel rey catalanohablante redactados en otras lenguas como el latín o el castellano. Como ha recordado el distinguido filólogo catalán Albert Branchadell (L'aventura del català. De les Homilies d'Organyà al nou Estatut, 2006),

contrariamente a lo que pueda creerse (…) Jaime I no se caracterizó por un gran uso del catalán. A la vista de la documentación de su reinado, que conservamos en el Archivo de la Corona de Aragón, Josefina Font ha señalado que, de los numerosos pergaminos que se conservan, muy pocos fueron escritos en catalán.

Según fueron transcurriendo los siglos bajomedievales, la lengua de Castilla fue afianzándose, por motivos demográficos y geográficos, como la lengua franca dominante en todos los reinos peninsulares, y no sólo entre las clases aristocráticas y cultivadas: así, el gran recuperador del romancero medieval catalán, Manuel Milá y Fontanals, rastreó la presencia en suelo catalán de romances populares en lengua castellana desde al menos el siglo XV.

Pero, efectivamente, los intelectuales dieron ejemplo. En 1517 Cristófor Despuig escribió sobre la lengua castellana:

és necessari saber-la les persones principals, perqué és la espanyola que en tota Europa se coneix.

Nadie obligó a Martí de Viciana, Viñoles, Boscán y Timoneda a escribir en castellano.

Los catalanes fueron apartando paulatinamente la lengua catalana para la creación literaria por preferir la mucho más asentada, cultivada, extendida y prestigiosa lengua castellana. Por ejemplo, en el muy castellanófobo año de 1641, en plena revuelta contra Olivares, el panegírico dedicado a Luis XIII de Francia por Francisco Martí y Viladamor titulado Cataluña en Francia, Castilla sin Cataluña y Francia contra Castilla, así como las Lágrimas catalanas al entierro y obsequias de Pablo Clarís, dedicado por Gaspar Sala al cardenal Richelieu e impreso por orden de los diputados del Principado, fueron escritos en castellano. Y también en castellano escribió medio siglo más tarde el austracista Francisco Castellví sus Narraciones históricas, principal fuente de conocimiento de la Guerra de Sucesión.

El eminente historiador dieciochesco Antonio Capmany consideró la lengua catalana "un idioma antiguo y provincial, muerto hoy para la república de las letras". El diputado liberal mataronense Antonio Puig y Blanch abogó al comienzo del siglo XIX por que los catalanes la abandonaran para su ilustración y progreso. Y nada menos que Aribau, el involuntario prendedor de la Renaixença, animó al Gobierno español a que "generalizase en todos sus dominios una misma lengua".

La expansión de la lengua castellana fue acompañada de la subsiguiente mengua de la catalana. Hasta el punto de que, cuando comenzó a publicar sus versos en catalán en 1839, Joaquín Rubió y Ors, Lo Gayter del Llobregat, se lamentó de estar solo, de que ningún autor contemporáneo considerase la lengua catalana como lengua literaria y de que "a molts los semblará una extravagancia, un ridícol anacronisme".

Cuatro años después, en 1843, se editó el primer número de Lo Verdader Catalá, hito de la Renaixença por tratarse de la primera revista escrita íntegramente en catalán. Su principal objetivo fue "sacar del abatimiento y estado de postración en que se encuentra nuestra hermosa lengua". Dos meses y seis números después sus promotores tuvieron que cerrarla debido al escaso interés despertado, la insuficiencia de suscriptores y las críticas recibidas por redactarla sólo en catalán. En el último número se despidieron de sus escasos lectores lamentando que los catalanes tuvieran tanto desprecio por la lengua catalana:

¡Pobre Cataluña! ¡Cómo desprecian tus ingratos hijos una de tus mayores glorias!

Un siglo más tarde, en 1906, Prat de la Riba se lamentó: "Las familias humildes consideran un insulto, una ofensa, que se les escriban en catalán las cartas". Y de las clases cultas catalanas, incluso de aquéllos que se preocupaban de la recuperación de la lengua catalana en la segunda mitad del siglo XIX, deploró: "Lloraban los males de la lengua catalana y en su casa hablaban el castellano".

Su camarada Francesc Cambó declaró en 1916: "Durante tres siglos hemos trabajado todos de acuerdo para ir a la destrucción de la personalidad catalana. Y por ese camino hemos andado juntos. Quienes más han trabajado para conseguirlo han sido los propios catalanes, y fracasamos en el intento". Y en 1930 escribió: "Durante más de trescientos años los catalanes hicieron todo lo posible para desprenderse de su propia lengua y ligar la expresión de su pensamiento con la lengua castellana". La Veu, portavoz de su partido, ya lo había dejado claro el 17 de febrero de 1910:

El castellano no se ha impuesto por decreto en Cataluña, sino por adopción voluntaria, lenta, de nuestro pueblo, efecto del gran prestigio adquirido por la lengua castellana. Éramos libres, teníamos completa autonomía política, con Cortes más soberanas que las propuestas por las Bases de Manresa, y ya se hablaba y escribía en castellano, y en castellano hubimos de leer uno de los discursos más ardorosos que se hicieron en el Salón de san Jorge en las últimas Cortes Catalanas.

La mano de Franco es alargada.

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