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Joan Valls

Morir en otoño

Siento una inmensa pena por esos 112.138 seres humanos a los que se les ha impedido vivir, pero también por todos nosotros, como sociedad, por nuestro fracaso colectivo.

Éste es el artículo más difícil al que me he enfrentado jamás. Trata de la muerte de mi hijo, que habría nacido en unos meses. Intento escribir con toda la delicadeza sobre un ser humano que ya no está entre nosotros, que fue amado y protegido y al que Dios se llevó de repente. Pasan los días y me desespero, hasta que, lentamente, empiezo a sentir cómo la muerte de un ser amado abre vías de compasión, de empatía con los más vulnerables, con aquellos condenados al más absoluto de los olvidos.

El mazazo cayó súbitamente, poco después de que leyera la espantosa noticia de los 112.138 abortos cometidos en España en 2007. No albergo ninguna intención de juzgar a las madres. Muchas de ellas cargarán el resto de sus vidas con ese dolor. Sólo siento una inmensa pena por esos 112.138 seres humanos a los que se les ha impedido vivir, pero también por todos nosotros, como sociedad, por nuestro fracaso colectivo. Por eso, desde ese dolor que nos hace, al menos por un tiempo, más compasivos, deseo utilizar este artículo para recordar a esas 112.138 criaturas que se perderán en el olvido o en la memoria más amarga.

El número de abortos se ha duplicado en España en los últimos diez años. Las campañas para sensibilizar a la sociedad han fracasado frente a las políticas pro abortistas. En ese sentido, es más necesario que nunca plantear nuevas fórmulas que recuperen el terreno perdido. Si yo dispusiera de los recursos necesarios, alquilaría, por ejemplo, el Camp Nou toda una noche y cubriría las gradas y parte del terreno de juego con 112.138 velas. Ya de madrugada, abriría las puertas e invitaría a ciudadanos y medios de comunicación a que pisaran el césped y contemplaran la magnitud de la tragedia. 112.138 velas consumiéndose en el silencio de la madrugada podrían dar la vuelta al mundo y convertirse en el mejor recuerdo de todos esos seres humanos.

"Tanto te he mirado que me basta que el tiempo se declare inocente en el surco que tu paso deja", escribió una vez Odysseas Elytis.

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