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John Stossel

Los muertos trabajan la tierra

Un agricultor ya fallecido, por ejemplo, recibió más de 400.000 dólares entre 1999 y 2005. Para que luego digan que no te lo puedes llevar a la tumba.

A estas alturas es posible que haya oído ya que un nuevo informe de la Oficina de Transparencia Gubernamental dice que "desde 1999 hasta el 2005, la USDA pagó 1.100 millones de dólares en subsidios agrícolas a nombre de 172.801 particulares fallecidos. [...] el 40% fue a agricultores que llevaban tres años muertos o más y el 19% a gente que llevaba fallecida siete años o más". Un agricultor ya fallecido, por ejemplo, recibió más de 400.000 dólares durante esos años.

Para que luego digan que no te lo puedes llevar a la tumba.

Defendiendo a la USDA, la Oficina añade: "La naturaleza compleja de algunas operaciones agrícolas –como entidades incluidas dentro de otras entidades– puede hacer difícil que la USDA evite hacer pagos a difuntos". Exactamente. La parte referida al agro en las leyes norteamericanas tiene casi 1.800 páginas. Pero existe un modo fácil de evitar estos absurdos: abolir todas las subvenciones agrícolas.

¿Por qué se obliga a los contribuyentes a pagar a los agricultores 25.000 millones de dólares al año? Es cierto que los granjeros tienen el riesgo de tener que enfrentarse a sequías e inundaciones, pero eso viene sucediendo desde los días de Moisés. No pueden decir, por tanto, que no supieran que la explotación agrícola conllevaba riesgos. Dirigir un restaurante o una compañía de software también los tiene, pero los ciudadanos no garantizan a la fuerza que sigan operando pase lo que pase. Tanto esas empresas y como Estados Unidos son más fuertes gracias a eso.

Los subsidios agrícolas son populares entre los políticos porque los grupos de presión del colectivo agrícola nacional presionan fuerte y muchas personas están convencidas de que sin ellos no tendríamos una fuente fiable de alimentos.

Pero qué mito demencial es ese. Como escribí en Mitos mentiras y simple estupidez, la mayor parte de los cultivos no están subvencionados. Pero no tenemos escasez de frutas, verduras, animales domésticos o ganado. Estados Unidos tiene un montón de melocotones, ciruelas, guisantes, habas verdes, etc., y los agricultores que los cultivan se ganan bien la vida. ¿Qué hace diferente al trigo, el algodón, el maíz, la soja o el arroz?

A primeros de mes, el New York Times informó de que la industria láctea en Nueva Zelanda sale adelante perfectamente bien sin subsidios: "Desde que un gobierno progresista pero que apoyaba el libre mercado llegase al poder en 1984 y esencialmente cancelara los pagos a los ganaderos –algo que todos y cada uno de los demás gobiernos de países avanzados han considerado tanto política como económicamente imposible, la producción se ha disparado."

Pero en Estados Unidos, nuestros congresistas decretan una ley agrícola de 742 páginas que, entre otras cosas, multiplica por diez el dinero que en el 2002 se dedicaba a "cultivos especiales", incluyendo cítricos, tomates y melones, y una enmienda que incluirá la carne de cabra en el obligatorio Programa de Etiquetado del País de Origen. En cambio, una enmienda que habría retirado los subsidios a los granjeros con ingresos de 250.000 dólares o más fue rechazada por la Cámara.

La política agraria es un repulsivo sistema de regalos a los ricos. El agricultor medio gana mucho más que el norteamericano medio. Incluso gente rica que evidentemente no trabaja en el campo ha recibido dinero, entre ellos el difunto Ken Lay, de Enron; Ted Turner, fundador de la CNN; mi colega Sam Donaldson, de la ABC; y el banquero David Rockefeller.

¿Y qué me dicen de lo siguiente? "Tras conceder subsidios que pagan a los granjeros para plantar más –  observa Bruce Riedl, miembro de la Heritage Foundation –, Washington cambió de opinión después y pagó a otros granjeros para no explotar 40 millones de acres de cultivo cada año; el equivalente a dejar en barbecho todas las explotaciones de Wisconsin, Michigan, Indiana y Ohio".

Es hora de que superemos el mito de que el Gobierno ayuda a la heroica familia campesina. Riedl señala que "las políticas agrarias federales evitan ayudar a las familias que tienen una pequeña granja. Los subsidios se pagan por acre, de modo que las mayores y más lucrativas explotaciones agrícolas reciben automáticamente los cheques más grandes".

Además de todos las razones obvias, existe otro motivo para poner fin a los subsidios agrícolas. Nos dejan en evidencia como auténticos hipócritas. ¿Cómo podemos predicar el libre mercado en nuestras conversaciones con las naciones en desarrollo cuando subvencionamos a los agricultores que, a continuación, inundan con sus excedentes los mercados de los países pobres y arruinan su agricultura local?

Déme un respiro.

En Libre Mercado

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