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Jorge Alcalde

Ecologistas, transgénicos y agua infecta

Ignoro si el profesor Prakash, experto biotecnólogo de la Universidad de Tuskegee en Alabama, ha visitado recientemente Barcelona. Pero su último discurso, ofrecido nada menos que en la Academia de las Ciencias sueca, ha hecho un guiño a nuestra actualidad patria. Si hace unas semanas un estudio del CSIC y del Instituto Municipal de la Salud de Barcelona alertaba sobre el exceso de halometanos en las aguas españolas, ahora Prakash declara ante la efigie de Alfred Nobel que "los organismos modificados genéticamente son más seguros que el agua del grifo".

La idea de unir ambas informaciones es tentadora. Así que vayamos por partes. Los halometanos son unos productos químicos que nacen cuando el cloro reacciona con algunas sustancias orgánicas presentes en el agua. Algunos estudios, todavía muy dudosos, aseguran que estos compuestos pueden ser causantes de cáncer de vejiga y de otros tumores que provocan en España unas 600 muertes al año. Los grupos ecologistas se han apresurado a solicitar que se detenga la cloración de las aguas destinadas al consumo.

El cloro, demonio entre los demonios para los verdes, no sólo es una bomba medioambiental (dicen) sino que supone una amenaza para nuestra salud. Afortunadamente, nadie les va a hacer caso. Prescindir del cloro sería exponer a la población a todo tipo de infecciones y agentes patógenos que tienden a colonizar las aguas de consumo. Es curiosa la insistencia de los grupos ecologistas en caminar sin frenos hacia la autodestrucción, en proponer como meta deseable el subdesarrollo. Porque precisamente eso, beber agua sin cloro, es lo que hace la inmensa mayoría de la gente que vive en el Tercer Mundo, donde la causa más habitual de muerte es la gran variedad de infecciones y diarreas transmitidas por el líquido insalubre.

Es cierto que el progreso (en este caso la tecnología de cloración que permite que podamos beber agua del grifo sin miedo al cólera) tiene sus efectos secundarios. Pero éstos se pueden contrarrestar con nuevas medidas tecnológicas como el filtrado de productos orgánicos vertidos a la red sanitaria o la utilización de otros derivados del cloro para la desinfección.

En este contexto, el profesor Prakash se atreve a poner las cosas en su sitio. Su discurso advierte de una obviedad que, de tan obvia, parece haber escapado a la atención general: "dos mil millones de personas han consumido alimentos genéticamente modificados en los últimos cinco años y nadie ha caído enfermo por ello". De ese modo, comer transgénicos se convierte en una actividad más segura que montar en bicicleta, subir las escaleras, ir al médico y beber agua del grifo.

Su declaración, que comparte la mayoría del estamento científico, se basa en que la humanidad siempre ha pretendido modificar genéticamente las plantas que se come. Todas las frutas, hortalizas y verduras fueron en su momento malas hierbas, productos silvestres molestos. La agricultura ha conseguido mediante el cultivo lo que la ganadería mediante la selección: domesticar al reino vegetal. Y para ello se ha recurrido a herramientas como el cruce de semillas, la polinización forzada o la radiación. Como resultado hoy tenemos tomates del tamaño de una manzana, a pesar de que el tomate original silvestre era un fruto tan pequeño como una uva.

La biotecnología no hace más que aplicar ese criterio milenario pero en el laboratorio. Es decir, de modo más eficaz, seguro y controlado. Es cierto que, como el cloro de las aguas, presenta sus riesgos. Pero parece evidente que ambas tecnologías son una herramienta formidable para garantizar la seguridad alimentaria de una población creciente.

¿Prefieren los ecologistas comer tomates como uvas y agua infecta? Pues que les aproveche.

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