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Jorge Alcalde

Educar a los hijos

Los años 90 han sido la década del cerebro. Una de las consecuencias más llamativas de tal declaración ha sido que las neurociencias dejaron de ser una disciplina de interés menos que minoritario para ocupar las portadas de las revistas y los periódicos de información general. Y eso, no cabe duda, es bueno. Pero la popularidad tiene pequeñas rémoras que los científicos, ahora, se ven obligados a conllevar. Por ejemplo: la frecuente aparición de mitos populares que se incrustan en la cultura general y resultan harto difíciles de desmentir.

Según John T. Bruer, uno de esos mitos surgidos al calor de la moda por las cuestiones de la mente es el de los tres primeros años, la idea de que los acontecimientos vividos en la más tierna infancia (de 0 a 3 años de edad) son definitivos para el desarrollo cognitivo de los individuos. Basándose en esta idea, han proliferado las escuelas de educación temprana, las técnicas de estimulación infantil, los programas de inteligencia precoz y toda una serie de teorías, sin duda bienintencionadas, que, como resultado más evidente, han cargado con grandes dosis de estrés y de sentimiento de culpabilidad a los padres de medio mundo.

Bruer, en este libro, se preocupa por argumentar su escepticismo ante esta visión de las cosas y propone una alternativa: que el cerebro es una materia plástica y maleable cuyo desarrollo dura toda la vida. Por lo tanto, el aprendizaje también ha de diseñarse a largo plazo.

Visto con cierta distancia, hay que advertir que las tesis de Bruer han creado tantos argumentos a su favor como en su contra. Y que, por mucho que el autor se empeñe en que la neurociencia le da la razón, lo cierto es que abundan los científicos que se la quitan. Pero el libro permite un acercamiento más que interesante al efervescente mundo de las ciencias del cerebro, una de las áreas del conocimiento que más frutos ha dado en los últimos años.

La conclusión pretende ser tranquilizadora. “Los padres han de ser conscientes de que no existe un modo científicamente correcto de educar a los hijos y que éstos pueden crecer perfectamente en una inmensa variedad de formas y ambientes”, nos dice Bruer en un alegato a favor del escepticismo. Hace un par de años, la estadounidense Judith Harris venía a explicar lo mismo con su best-seller “El mito de la educación”, en el que proponía que el ambiente de la calle, de las amistades y del colegio influyen mucho más en el desarrollo de los adolescentes que los consejos de un padre o una madre.

En definitiva, se trata de constatar que la crianza de la prole es más bien una cuestión de azar y que ninguna escuela o teoría educativa puede pretender contar con el marchamo de “científicamente probada”.

Por lo tanto, los padres, hagamos lo que hagamos, no dejaremos de sentirnos culpables

John T. Bruer, El mito de los tres primeros años. Paidos, octubre de 2000, 251 páginas.

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