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Jorge Alcalde

Internet se empieza a desenchufar

Cuando hablamos de eso de las nuevas tecnologías solemos pecar de bisoñez. Nos enredamos con análisis sesudos sobre la nueva economía, el derrumbe de la burbuja digital, las fusiones dotcom, etcétera. Nos gusta mucho, he de reconocerlo, jugar a analizar la situación con grandes dosis de metalenguaje. Pero, bien mirado, el quid de la cuestión no está en los grandes números ni en las tendencias anunciadas por los gurúes. La verdadera clave del futuro de la tecnología puede que se halle en pequeños avances que surgen de manera casi espontánea sin que apenas causen admiración al principio.

Por poner un ejemplo, el error es similar a si, para analizar el éxito de la radio como medio de comunicación nos enzarzáramos en debates sobre contenidos, fusiones, grandes comunicadores e intentos varios de control gubernamental (que son importantes, no cabe duda), pero nos olvidáramos de ese fundamental invento que fue el transistor y que cambió la historia del medio radiofónico para siempre.

Pues bien, en el caso de las tecnologías en red, nos puede estar sucediendo lo mismo. Quizás nos preocupemos demasiado sobre la crisis empresarial de los encargados de dotar a Internet de contenido mediático y comercial y nos olvidemos de la parte fundamental del asunto: la tecnología que sustenta ese contenido, la arquitectura real de la Red. Es decir, el cable o, en su caso, la ausencia de cable.

Y es que es precisamente aquí, en la elección de un modelo cableado o inalámbrico, en la apuesta por la tiranía del enchufe o la libertad de la ubicuidad donde puede que se esté cociendo gran parte del futuro de esa palabra mágica que es Internet.

En este sentido, un avance silencioso y modesto empieza a hacer temblar a algunos suministradores de conexión por cable y a pintar la efigie del dólar en los ojos de los amantes del modelo inalámbrico. Me refiero a las redes inalámbricas comunitarias que afloran modestamente todavía en Estados Unidos y que parecen un modelo inteligente, eficaz y barato de red ubicua.

Como es sabido, contemplar a un usuario abriendo su ordenador portátil en un parque, en medio del vagón del metro o en el aeropuerto no es raro. Lo que de momento parece evidente es que en el 99 por 100 de los casos ese usuario está trabajando sobre el disco duro de su aparato y no lo está haciendo en red. El motivo es evidente: las conexiones telefónicas a la red inalámbrica son todavía caras y de mala calidad y los sistemas de red Ethernet que permiten conexiones, por ejemplo, por radio tienen una autonomía reducida.

Hoy por hoy, Internet significa cable y "ancho de banda" significa más cable. Pero en 25 ciudades de Estados Unidos ya ha empezado a establecerse un sistema de conexión inalámbrica harto interesante. Grupos espontáneos de usuarios han comenzado a prestarse mutuamente sus accesos a Internet enganchando la conexión tradicional que tienen contratada a estaciones inalámbricas que repican la señal vía radio. Esta señal puede ser recibida por el ordenador portátil del usuario simplemente incorporando un dispositivo especial que hace las veces de antena. Lo que comenzó como una locura de los profesionales de la informática de California ha cobrado importancia en ciudades como Nueva York, donde varias comunidades de internautas están extendiendo el uso de redes inalámbricas.

La intención de casi todas las empresas que se han lanzado a la aventura de servir este tipo de conexiones es, más que obsesionarse con el ancho de banda, vender libertad de movimientos. No se trata de conexiones superpotentes, pero tienen la virtud de que permiten a cualquier ordenador situado en cualquier punto de la ciudad comunicarse con cualquier otro.

Pero la iniciativa tiene su cruz. Las redes inalámbricas utilizan una porción del espectro radioeléctrico que es de libre uso en Estados Unidos según la Ley. Precisamente por eso, porque no está sometida a restricciones, se encuentra constantemente saturada. Los teléfonos móviles, los transmisores de radioaficionado e incluso los hornos microondas ocupan con sus radiaciones esas frecuencias. Además, la Comisión Federal de Comunicaciones del país da prioridad a las comunicaciones de radio, los satélites y las conexiones de carácter científico y médico.

De momento, pues, el interesante avance deberá hacerse un hueco en este reguladísimo entorno radioeléctrico (ni que decir tiene lo que pasaría en Europa) pero no cabe duda de que las redes inalámbricas comunitarias han puesto algo de alegría en el aburrido panorama de las conexiones por cable. Si, en el futuro, Internet quiere seguir siendo lo que es, deberá apostar por la libertad de movimientos.


Este artículo, junto a otros de Antonio López Campillo, Enrique Coperías, Ana Díaz, etc. se publica en la Revista de Ciencia y Sociedad de Libertad Digital. Si desea leer más, pulse AQUÍ

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