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Jorge Alcalde

La intimidad de los microbios

La comunidad bacteriana del suelo de cualquier lugar deja huella en las suelas de los zapatos.

Un estudio piloto publicado esta semana en la revista Microbiome ha sugerido que las pequeñas huellas microbianas depositadas por un individuo es sus aparatos de uso cotidiano (teléfono, zapatos, mandos a distancia, libros...) pueden ser utilizadas para determinar dónde ha estado anteriormente, qué lugares ha visitado y cuál ha sido el trazo de sus movimientos pasados.

Hasta ahora se había usado la microbiota, es decir, la inmensa cantidad de microorganismos que anidan en nuestro cuerpo y que desperdigamos con nuestra actividad, para identificar qué persona ha utilizado un objeto determinado. Por ejemplo, la colonia bacteriana hallada en el teclado de un ordenador puede servir para demostrar si un sospechoso escribió en él o no. Pero nunca antes se había planteado la posibilidad de analizar el tránsito de esta microbiota de un lugar a otro y seguir así el rastro de los movimientos de una persona.

Para probar si esto es posible, se pidió a varios voluntarios que recogiesen cada hora muestras de bacterias de las pantallas de sus teléfonos móviles, la suela de los zapatos y el suelo de los lugares que visitaron durante dos días. Después de ese periodo, el análisis de las bacterias de los zapatos permitió encontrar relaciones entre ese cultivo y la microfauna de los lugares visitados. De manera que se demostró que la comunidad bacteriana del suelo de cualquier lugar deja huella en las suelas. En otras palabras, estudiando microscópicamente las suelas se puede establecer qué camino han seguido. Curiosa paradoja, porque hasta ahora el estudio de las suelas consistía justamente en lo contrario: en buscar la huella que los zapatos dejan en el suelo, no la que el suelo deja en los zapatos.

Con un programa informático suficientemente potente que albergara datos sobre la microfauna de los principales edificios de una ciudad sería sencillo reconstruir los movimientos de cualquier persona durante los dos últimos días.

También se han encontrado restos bacterianos en las pantallas del teléfono móvil, posiblemente derivados de la manipulación de los zapatos. Pero en este caso las probabilidades de éxito del rastreo son menores. En cualquier caso, está claro que ha nacido una nueva herramienta para una disciplina como la microbiología forense, que es cada vez más requerida en el escenario de un crimen.

Noticias como esta han alentado el temor a que estudiando nuestras bacterias se pueda saber demasiado sobre nosotros. También esta semana un equipo de los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos ha demostrado que el análisis del ADN de los microorganismos que habitan en nuestro intestino (el microbioma) puede servir para identificar a una persona y descubrir datos íntimos sobre su estado de salud, su etnia, su dieta, sus hábitos sexuales... Los autores del estudio lo han dejado muy claro: "Vivimos un periodo de Salvaje Oeste en la gestión de datos del microbioma". No hay leyes, no hay normas, no hay costumbre. Contamos con herramientas cada vez más potentes para conocer datos insospechados de un individuo: ¿estamos legitimados a indagar en esa íntima identidad microbiológica?

Desde que se decodificó el ADN humano, la preocupación por el uso de los datos extraídos de él es creciente. En 2013 un grupo de científicos demostró que podía identificar a 5 personas al azar de una base de datos anómima que contiene los genomas de 1.000 individuos. Bastaba con cruzar esos datos con otras fuentes, como historiales clínicos, genealogías o fichas policiales. El anonimato saltaba por los aires.

Si ahora añadimos a esa información la ingente cantidad de datos extraídos de las bacterias, la posibilidad de una fuga de información sensible crece exponencialmente. La ciencia médica confía en el microbioma como una herramienta terapéutica de futuro. La composición de la fauna que nos habita influye en nuestro metabolismo, en nuestro sistema inmunitario, en el modo en el que reaccionamos a un determinado fármaco. Por eso pronto los médicos mirarán el ADN de nuestros microorganismos acompañantes antes de recetarnos un medicamento, ponernos una dieta o decidir si nos intervienen quirúrgicamente. Pero ese ADN también les dirá si somos fumadores o no, si hemos mantenido relaciones sexuales recientemente, si somos propensos a la depresión. Les informará de dónde hemos estado en los últimos días. Un reciente análisis de la micriobiota de la boca de cientos de voluntarios demostró que es posible saber a qué persona hemos besado en días anteriores por el intercambio de bacterias entre los fluidos de la saliva.

Así que, del mismo modo que un día la medicina nos acostumbró a olvidar el pudor ante el médico y expusimos nuestros cuerpos desnudos a su escrutinio, quizá pronto hagamos lo mismo con las bacterias que anidan en nuestro interior y con la íntima y, hasta ahora, secreta información que atesoran.

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