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Jorge Llorens

Ahora o nunca

En el mes de febrero tuve la oportunidad de entrevistar a Jaime de Piniés embajador de España durante la descolonización del Sahara Occidental. El ilustre diplomático declaró que la salida de España de su antigua colonia fue una auténtica vergüenza. De Piniés, uno de los mejores diplomáticos que ha tenido España, no sólo tuvo que defender los intereses de nuestro país contra los continuos ataques marroquíes en Naciones Unidas, sino que tuvo que luchar tenazmente contra la incoherencia de los últimos gobiernos de Franco respecto a la cuestión del Sahara.

Es cierto que el contexto socio-político de España no es el mismo que el de hace veintisiete años. En 1975 el gobierno español fue protagonista de una de las páginas más ridículas de la historia de España. Aunque en muchos libros de historia se comenta simplemente el “abandono” de la antigua colonia por su metrópoli, en muy pocos se profundiza sobre las razones materiales que llevaron a ese abandono. No solamente fue indecente el hecho sino también las formas. No se comenta que Solís, ministro del movimiento y coordinador del lobby pro-marroquí tenía más peso que el propio Arias –era el hombre de confianza de Hassan II en España– o que gran parte del gobierno español fue sobornado por el “amigo” marroquí para firmar los acuerdos de Madrid con los que se ponía fin a la presencia española en el Sahara. No podemos tampoco olvidar la humillación que tuvo que sufrir nuestro Ejército para evitar el enfrentamiento. Tampoco se puede olvidar el incumplimiento sistemático de Marruecos de su promesa recogida en los Acuerdos de Madrid de 1975 de reconocer el derecho de pesca de mil barcos españoles durante más de veinte años a cambio de casi el ochenta por ciento de las acciones de Fós Bucráa por mucho menos de su coste real, y además lo más indignante es que no se le exigieron intereses. Hechos como éstos son innumerables.

Cuando el gobierno español empezaba a perder el control de la situación debía haber formado un gobierno autónomo asesorado desde Madrid. Sin embargo no contaba con la traición “mora” como elemento fundamental de ataque. En vez de adoptar una aptitud seria y responsable, confió en el presidente de la Yemáa o asamblea general, quien el mismo día que Juan Carlos I llegaba al Sahara para apoyar y prometer que “España nunca dejaría en una posición indigna a su Ejército en este conflicto”, rendía pleitesía al monarca marroquí.

El Sahara ha sido y es la gran cuestión de Marruecos, y hasta que no consiga la anexión oficial de este territorio no descansará. No puede dejar que se le escape lo que siempre ha sido y será el gran proyecto de un régimen dictatorial y corrupto. A nadie se le oculta que la “estabilidad” de Marruecos se debe no sólo al férreo control de la monarquía alauita sobre toda la sociedad, sino también al proyecto imperialista del gran Marruecos –tolerado por Francia–, que EEUU empieza a ver con cierta preocupación.

Francia está adquiriendo una presencia en algunas partes de África que por derecho le debería corresponder a España. Bajo la careta de idealismo que el gobierno francés muestra continuamente, apenas pueden ocultarse sus verdaderos fines; que, en el caso del Sahara, son el petróleo y los fosfatos. El verdadero objetivo de Francia no es el respeto de los derechos humanos, como ha pretendido hacernos creer con su oposición a la guerra de Irak. Si fuera así, ¿por qué no entonces apoya el derecho a la autodeterminación del Sahara y se opone al estatuto de autonomía que ilegítimamente se quiere imponer al pueblo saharaui? Porque, aun a pesar de que el Consejo de Seguridad de la ONU ha aprobado por unanimidad el nuevo Plan Baker y una nueva prórroga de tres meses de la Misión de la ONU (MINURSO), lo cierto es que Francia sigue protegiendo a Marruecos y no ha ocultado su satisfacción por que el texto de la resolución –autonomía y posterior referéndum– no obliga a su protegido. Hasta última hora, los galos se han resistido a dar su apoyo a una resolución firmemente sostenida por EEUU, cuyo nuevo interlocutor en asuntos del Magreb, Argelia, comienza a desplazar al tándem Francia-Marruecos. Y, temerosos quizá de desairar nuevamente a EEUU, los franceses no han tenido más remedio que aceptar el nuevo Plan Baker, que coloca la pelota en el tejado marroquí.

Esta vez, Mohamed VI no podrá contar con el respaldo incondicional del gobierno norteamericano, ya cansado de un asunto que es fuente permanente de conflicto entre los dos principales países del Magreb. Y, aun a pesar de la audacia de los marroquíes, esta vez no es probable que puedan rechazar de plano una oferta más que razonable. Por otra parte, nuestro gobierno debería perder ese miedo ancestral de reclamar lo que históricamente le corresponde. No se puede pensar continuamente que un enfrentamiento con Marruecos por motivos territoriales puede llevar a una desestabilización en las relaciones entre los dos países. En realidad, todo depende de EEUU, que comienza a ver a España como un aliado mucho más importante que Marruecos y, al menos, mucho más leal que su protector francés. Ojalá esto sirva para que España recobre la dignidad perdida en 1975 y para que el pueblo saharaui pueda decidir por fin su destino.

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