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Jorge Olavarría

ETA desde América

Las gigantescas manifestaciones de rechazo a los crímenes de ETA que se hacen en España con trágica regularidad, no han sido suficientes para que en Hispanoamérica se entienda en toda su dimensión, el demencial disparate histórico e ideológico que los lleva a matar; y menos, para que se reconozca la repugnante hipocresía de la íntima relación de ideas, objetivo y estrategia de ETA con el Partido Nacionalista Vasco (PNV) que, dirigido por Xabier Arzalluz, gobierna desde hace veinte años la comunidad autónoma de España del ‘País Vasco’ formado por los entes históricos de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya.

Los que de este lado del Atlántico, intentan entender los antecedentes y las motivaciones de los crímenes de ETA, caen en enmudecida perplejidad cuando se dejan confundir por el uso disléxico de conceptos, característico de la retórica del PNV, que le da a palabras claves del léxico político –muy sonoras en Hispanoamérica- como ‘libertad’ e ‘independencia’ un sentido falso y contradictorio. Abusando de la ignorancia que de la historia del pueblo vasco se tiene aquí, cuentan una historia de la lucha ‘milenaria’ de un pueblo oprimido, como si fuera verdad conocida y reconocida.

La realidad es que la lucha ‘milenaria’ del pueblo vasco por su independencia no existió jamás, pues en toda la historia de España no se conoce un solo intento, ¡ni siquiera de una minoría! de constituir el País Vasco como entidad política soberana separada de España, alegando su preexistencia. Sólo fue después de las dos guerras ‘carlistas’ a fines del siglo XIX cuando Sabino Arana, usando perversamente la frustración que ello produjo en los vascos, fundó al PNV con ideas de un nacionalismo xenófobo, fanático, y racista. Y la historia de cómo y por qué esas ideas y ese partido sedujeron y secuestraron el amor que los vascos sienten por su patria es un enigma que no se narra –ni aquí ni allá- como en realidad sucedió. “Los etarras” –dijo Fernando Savater al recibir el Premio ‘Sajarov’- “son jóvenes educados en el fanatismo étnico, en el odio a más de la mitad de sus conciudadanos y a todo lo considerado ‘español’, a quienes se ha imbuido una historia distorsionada y una antropología demencial que les hacen creerse víctimas y les convierten así en verdugos”. Esa es la realidad.

La mayoría de los que en América se interesan en el drama vasco se han limitado a la repugnancia por los crímenes de ETA, sin hacer extensivo el peso de su culpa al PNV que, desde el gobierno vasco, da banderas de legitimidad a sus ideas separatistas aunque aparentemente condene sus medios. En América, la inteligencia de las falacias de las distorsiones históricas que llevan a que algunos vascos se sientan víctimas se escamotea, por el simplismo que califica de ‘independentista’ la ideología de la banda asesina. Ello apela aquí al afecto solidario de unos pueblos que, habiendo ganado su independencia de España por la situación creada a partir del colapso de las monarquías ibéricas en 1808; y que como consecuencia de la historia alienante que de sus matrices culturales nos fabricamos para justificarla, tienden a simpatizar con los vascos que alegan que no son españoles y aseguran que están injustamente oprimidos y por eso luchan y matan por su independencia. Ello produce algún grado de indulgencia de los crímenes de ETA, pues nuestra historia nos enseña que aquí también se mató y se murió por algo parecido, aunque nunca con métodos tan cobardes.

Así, todo se queda en la repugnancia por la cobardía del crimen alevoso, pero la identificación y condena de la ideología nacionalista y separatista del PNV como la verdadera instigadora de los crímenes, se pierde en los meandros bizantinos del intento por separar su mitología política de su historia. Así, todo esfuerzo por entender racionalmente lo que alegan, para rechazar sus absurdas falacias, queda en suspenso. Eso es parte del enigma del drama vasco. Otra, es entender cómo es posible que ello suceda en la España de hoy, que vive bajo un Estado constitucional de Derecho, en el cual los derechos autonómicos del pueblo vasco están garantizados y son ejercidos mediante un Estatuto de Autonomía, que reconoce a los vascos la mayor y más amplia libertad de su historia. Y otra, es entender cómo es posible que un hombre de las ideas de Xabier Arzalluz goce de autoridad y audiencia en el país vasco y el PNV lleve 20 años gobernando Euskadi.

© AIPE

El venezolano Jorge Olavarría es periodista y político.

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