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Jorge Olavarría

Montesinos y Chávez

Ya no es difícil entender el affaire Montesinos. Vladimiro Montesinos entró a Venezuela con el conocimiento, la anuencia o la ayuda del presidente venezolano y permaneció bajo su protección. Esto concluyó cuando el torpe intento de retirar de un banco de Miami una gruesa cantidad de dinero, con un mandadero inepto, llevó a que el banco se lo soplara al FBI. Esta investigó al mandadero y a partir de allí se halaran los hilos que llevaron al ovillo.

El FBI informó a las autoridades peruanas del paradero y la identidad de quienes tenían la custodia del prófugo, lo cual llevó a los guardaespaldas de Montesinos a negociar su entrega a cambio de la impunidad por el hecho ilícito de la fallida gestión en Miami, más los cinco millones de dólares de la recompensa ofrecida por el gobierno peruano. Fue así como los peruanos montaron la operación "jaquemate” que consistía en la entrega de Montesinos a la embajada del Perú en Caracas, el 23 de junio, mientras se celebraba en Valencia –a unos 150 kilómetros– la reunión de los presidentes andinos, con la presencia del primer ministro del Perú, Pérez de Cuéllar.

Si el secuestro de la operación “jaquemate” hubiese tenido éxito se habría creado un delicioso problema de Derecho Internacional. Por una parte, la sacrosanta extraterritorialidad de la sede diplomática. Por otra, la calificación del status de Montesinos. ¿Era un refugiado que pedía asilo y al cual había que darle salvoconducto? No. ¿Era un prófugo apresado por una autoridad policial legítima? Tampoco. ¿Era un secuestrado? Sin duda. Montesinos fue víctima de un secuestro que se frustró. El secuestro fue ejecutado –aparentemente– por venezolanos, a cambio de la recompensa que pagaría Perú. Actuaban por su cuenta y lo hacían a cambio de un perdón prometido por el gobierno de Estados Unidos, en un secuestro ejecutado en un país extranjero. Y hay que preguntar cómo, de haberse realizado la operación, se pensaba sacar a Montesinos de la residencia de su embajador en Caracas.

¿Remedarían lo que Israel hizo con Adolf Eichman cuando lo secuestraron en Argentina? Y ¿qué hubiera hecho entonces el gobierno de Venezuela? ¿Protestar? ¿Qué? ¿El haber apresado a un prófugo al cual encubría? En síntesis, una situación muy peculiar de enfrentamiento de tres estados delincuentes. El de Venezuela, culpable por encubrir a un prófugo acusado de delitos de lesa humanidad. El del Perú, por secuestrar a ese prófugo y usar para ello la extraterritorialidad de la residencia de su embajador en Caracas. El de Estados Unidos, por prometer indulgencia a cambio de un secuestro en un país extranjero y amigo. Menudo pastiche.

Pero dejemos ese enredo en el estado en que se encuentra. Tiene suficiente cuerda para enredarse más cuando Vladimiro hable. Veamos el asunto desde otra perspectiva, más trascendente: el patrón de conducta que como Jefe de Estado, Hugo Chávez ha dibujado de sí mismo ante la comunidad internacional y que éste incidente ha fraguado con brutal contundencia.

El primer trazo en el dibujo de ese patrón de conducta fue la carta que, el 3 de marzo de 1999, el recién estrenado presidente Hugo Chávez le envió a su compatriota Vladimir Ilich Ramírez Sánchez, el famoso terrorista preso en Francia y conocido como El Chacal. Este sujeto comparte con Vladimiro Montesinos la coincidencia de ser ambos hijos de comunistas convencidos, que le dieron a sus hijos el nombre de Lenin.

En su carta a El Chacal, Chávez cita al conde de Montecristo y con ello le da esperanzas al terrorista y le pide confiar y esperar. “Digamos con Bolívar que el tiempo hará prodigios en cuanto mantengamos rectitud de espíritu en cuanto observemos esas relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas” y concluye con esto: “Con profunda fe en la causa y en la misión ¡por ahora y para siempre!”

La carta fue publicada por Le Figaro de París. Para ese momento, la embajada de Venezuela en Francia había sido encargada de extremar esfuerzos con los abogados de El Chacal para hacer valer la irregularidad cometida en su aprensión y tratar de anular el juicio. El Vladimir Ilich venezolano fue secuestrado por la policía secreta francesa en Sudán en una forma algo similar a como el Vladimiro peruano fue secuestrado en Caracas para ser entregado a la embajada del Perú, lo cual la policía militar venezolana impidió.

Y desde su carta a El Chacal, Chávez ha estado haciendo y diciendo cosas que dibujan un patrón de conducta coherente con el encubrimiento de Vladimiro Montesinos. Chávez ha visitado, abrazado y besado a Muamar Gaddafi en Libia, es el único presidente que ha visitado a Saddam Hussein y expresó abierta simpatía por la política racista de Mugabe por arrebatarle sus tierras a los agricultores blancos que tenían cinco generaciones cultivándolas en Zimbabue. Las múltiples evidencias de su abierta simpatía por Fidel Castro son harto conocidas. Sus expresiones de solidaridad con cuanto movimiento insurgente existe en América son evidentes, desde los zapatistas de México hasta los ‘sin tierra’ del Brasil y los grupos ‘indigenistas’ de Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia. Y parte de este patrón de conducta son las diatribas de Chávez en contra de lo que entiende como “neoliberalismo”. Eso en la superficie y con palabras. Por debajo de la mesa, se sospechan cosas aún más serias. Por ejemplo, los rumores de su ayuda material a los subversivos bolivianos y a los ecuatorianos del coronel Lucio Gutiérrez y Felipe Quiste Huanca salieron a la luz cuando Peter Romero, secretario de Estado para asuntos hemisféricos, dio a conocer pruebas de las andanzas del “gordo” Miguel Quintero, que era la mano operativa en el ministerio de Relaciones Exteriores bajo José Vicente Rangel y correo conocido de Chávez con Fidel Castro, además de mandadero para “asuntos especiales” como en el que lo atraparon con las manos en la masa.

Y allí están las evidencias de las estrechas relaciones de Chávez con los guerrilleros que tienen ensangrentada a Colombia. Con esos, la sintonía de Chávez no puede ser más evidente. Muestra de esa relación es la descarada protección que Chávez le dio al aeropirata Ballestas, acusado de secuestrar un avión de Avianca. Todo esto configura un patrón de conducta en cuyo contexto el amparo dado por Chávez a Montesinos no es una excepción sino algo que ensambla perfectamente con la continuidad de una política para la cual el espacio para el doble discurso ya no es suficiente.

© AIPE

Jorge Olavarría, venezolano, es periodista y político.

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