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Jorge Valín

Corruptos hombres de Estado

Maragall no ha destapado un caso aislado de avaricia política, sino que nos ha dado otro ejemplo de cómo actúan los hombres de estado, políticos y burócratas

En el parlamento catalán ha estallado la polémica de la corrupción: Maragall ha acusado a CiU de cobrar comisiones ilegales por la licitación de obras públicas.
 
De aquí podemos extraer un interesante análisis de cómo la corrupción es un fenómeno general y masivo en cualquier gobierno, mientras es un fenómeno aislado en una sociedad totalmente libre y capitalista.
 
Muchos le dirán que la corrupción se debe a la avaricia, y como señaló el filósofo David Hume en el siglo XVIII: “la avaricia, o el deseo de ganar, es una pasión universal que opera en todas las épocas, en todos los lugares, y sobre todas las personas”. No hay nada malo en el “deseo de ganar” o “avaricia”; toda persona está en continuo tránsito para ganar más en lo económico y social, y para tal propósito se marca unos fines usando unos medios. Esto afecta a cualquier hombre ya sea político, empresario, pacifista, izquierdista, liberal… Pero ¿cuál es la diferencia entre la avaricia del político y la avaricia del resto de la sociedad que sólo opera mediante la voluntariedad del resto de la comunidad? Los medios.
 
El empresario por ejemplo, en su deseo de ganar, ha de contar con el plebiscito de su cliente y comunidad. Si el empresario usa como medio la extorsión, el robo o la amenaza no tardará mucho en ver como sus ventas caen y verá también como sus proveedores y acreedores, por miedo a esa extorsión, le abandonan. El empresario es el auténtico sirviente de la sociedad, y sus acciones siempre se desarrollarán dentro de la paz social y económica, sino se arruina. La única excepción la encontramos cuando el empresario se alía con el político creando leyes que le favorecen, monopolios, licencias… Un asalariado común también se rige por el mismo modelo. Nadie, por izquierdista que sea, renunciará jamás a un aumento de sueldo. En este escenario de libertad, el deseo de ganar no daña a nadie, sino al revés.
 
Los medios políticos son radicalmente opuestos. A diferencia de los “medios económicos”, los medios políticos son hegemónicos, sólo uno, o un grupo reducido de personas (oligarcas) toman decisiones y el resto de la comunidad obligatoriamente está forzada a obedecer. No hay ningún acto voluntario aquí, o se obedece o se es castigado. Así, los medios políticos rechazan la libertad y el carácter voluntario de la comunidad: son el acatamiento obligatorio, la autoridad y la extorsión. Uno de los mejores ejemplos en economía son los impuestos: si usted no paga un tributo al estado (al político) éste tomará represalias contra usted. Ningún empresario puede usar este tipo de medidas porque sino se hundiría en la miseria. En cambio, el político no sólo usa habitualmente estas herramientas como medio para beneficiarse, sino que la ha convertido en su forma de vida.
 
Maragall no ha destapado un caso aislado de avaricia política, sino que nos ha dado otro ejemplo de cómo actúan los hombres de estado, políticos y burócratas. Cuando excluimos los medios económicos dando poder hegemónico o político a alguien, no sólo corremos el riesgo de perder más libertad y prosperidad, sino que estamos incentivando abiertamente la extorsión y los beneficios de unos pocos que se lucran a expensas de la mayoría.
 
Murray Rothbard, uno de los mayores economistas del siglo XX, definió excelentemente la diferencia entre un sistema libre y otro dominado por el poder político: “en el libre mercado cada uno se beneficia en concordancia a su valor productivo satisfaciendo las decisiones del consumidor. Bajo la distribución estatal, cada uno se beneficia en relación a la cantidad que puede saquear del productor.”
 
Esperar honestidad, talante y respeto de un político es como creer que un pacifista se pueda liar a tiros en un parque infantil. Sólo un sistema voluntario y libre nos puede asegurar el beneficio de todos. La “naturaleza del hombre” no es la culpable de los fallos económicos ni sociales, sino los propios políticos. Prescindamos de estos últimos y estaremos trabajando de verdad para nosotros y la comunidad.

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