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Jorge Valín

Diversidad, no igualdad impuesta

El lema, “hombres y mujeres han de cobrar lo mismo por el mismo trabajo”, tiene tanto sentido como “las chicas de 16 años y mujeres de 40, han de cobrar lo mismo”, o “a los hombres y a las mujeres han de gustarles las mismas cosas”.

Hace un par de años el profesor Xavier Sala-i-Martí escribía una columna que daba respuesta a por qué las mujeres cobran menos que los hombres. Basándose en un estudio del National Bureau of Economic Research, concluía que la diferencia salarial entre hombres y mujeres radica en que las últimas abandonan el trabajo temporalmente por factores familiares y prefieren en líneas generales más flexibilidad laboral y menos estrés. Expresado de otra forma, tienen una productividad baja e irregular.

Estudios de este tipo pueden hacer chirriar los oídos de cualquier político y amante de la imposición moral socialista como los de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, que no ha dudado en mentir sobre la realidad de nuestro mercado laboral al afirmar que las mujeres son más precarias que los hombres cuando ocurre lo contrario según el INE. La sociedad es diversidad, no todo el mundo aspira a ser igual y si se impone la igualdad no puede haber diversidad. La igualdad es un concepto restrictivo sólo aplicable a la justicia. Ante la ley todos hemos de ser iguales, pero algo así no significa que tengamos que serlo en nuestras vidas personales y mucho que nos lo tengan que imponer. Ahí, nosotros elegimos, no un puñado de burócratas que se creen con legitimidad para opinar sobre nuestras vidas. Curiosamente, las cosas van al revés hoy día.

Políticos y socialistas siempre han mantenido un discurso contradictorio en el tema de la igualdad y discriminación laboral. Por una parte, siempre nos dicen que el capitalismo es un sistema que sólo prima la productividad y no atiende a los valores morales. El empresario siempre es presentado como un hombre avaro que sólo piensa en dinero comerciando con cualquier cosa, lo único importante es el beneficio. Por eso el sistema capitalista siempre es salvaje.

Pero cuando tocamos el tema de la igualdad laboral, las cosas dan un giro radical. Ese empresario avaro que sólo piensa en el beneficio económico, ahora se vuelve un firme defensor de la moral conservadora olvidando sus tan preciadas rentas. Cuando se trata de contratar a un hombre o a una mujer, ahora el egoísta empresario no piensa en la productividad, ni en el coste de oportunidad que hay entre esa mujer y un hombre. El empresario, ahora prefiere perder dinero contratando a un hombre hedonista que no a una mujer trabajadora. O también, prefiere subir el salario a un mal trabajador para bajárselo a una productiva trabajadora aún a riesgo que ésta se vaya a la competencia. Bueno, en qué quedamos. ¿Qué es el empresario? ¿Un defensor de la moral o alguien obsesionado con el beneficio económico?

El empleador que discrimina por razones morales corre el serio riesgo de perder productividad, competitividad y dinero. Ningún empresario hace algo así de forma masiva y constante. El que lo hace, acaba siendo expulsado del mercado. Fíjese, en cambio, que no ocurre lo mismo en el mundo de la política ya que la responsabilidad no existe. Uno de los ejemplos más sonados fue la ratificación de la ministra Magdalena Álvarez, que tras sólo causar desastres en su ministerio de Fomento (socavones, desconfianza empresarial, retrasos, desidia, averías, más retrasos...), fue reelegida en su puesto.

El lema, “hombres y mujeres han de cobrar lo mismo por el mismo trabajo”, tiene tanto sentido como “las chicas de 16 años y mujeres de 40, han de cobrar lo mismo”, o “a los hombres y a las mujeres han de gustarles las mismas cosas”. Si expandimos el igualitarismo a toda la economía ¿también hemos de imponer que enfermeras y camioneros cobren lo mismo porque sino las primeras se sentirán discriminadas respecto a los segundos?

Un buen jefe, no lo es por una ley ni porque lo diga un papel enviado a Recursos Humanos, sino por el respeto que infunde a sus trabajadores, pares y jefes así como los aciertos que consigue para la empresa. Si el jefe vale, los que estén con él medrarán a la vez. En el momento que una ley impone responsabilidades a una persona por haber nacido mujer, ser latinoamericano, negro o pertenecer a una minoría –aunque no haya hecho nada para conseguirlo–, la empresa sólo logrará que sus trabajadores boicoteen al jefe–cuota, le pierdan el respeto, baje la productividad de todos e incluso que le abandonen dejando marginado, además, a la persona productiva y trabajadora.

 

 

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