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Jorge Vilches

El Gobierno y el sexo

Parece evidente que el Partido Socialista, azotado por la ineficacia económica y la denuncia de la improvisación, intenta aferrarse a uno de aquellos instrumentos identitarios de la izquierda, el sexo, tan anacrónico como inoportuno.

No hay que tener un MBA en Ciencia Política para darse cuenta de que este Gobierno de Zapatero tiene cierta obsesión por el sexo de los españoles y su derivada, la institución familiar. En medio de la crisis más grave de la Europa del siglo XXI, este Ejecutivo y el partido que le sostiene dedica parte de su tiempo y del presupuesto a cuestiones de índole sexual. Ejemplos de esto son una campaña financiada por la Junta de Extremadura para fomentar la masturbación adolescente, o la intención de la ministra de Sanidad de que la educación sexual en los colegios comience a los once años.

Esa tendencia, lejos de derivarnos hacia planteamientos freudianos sobre la infancia de los responsables políticos, o de Wilhem Reich y hablar de la represión sexual como instrumento de la opresión burguesa, hay que reconocer que posee cierto poso ideológico y elemento identitario para la izquierda.

Tiene su historia, porque en sus diatribas contra la sociedad del siglo XIX, los socialistas de todas las sensibilidades atizaron contra una de sus supuestas instituciones, la familia, que era, a su entender, la piedra angular de la continuidad del sistema opresor, el capitalismo. Y la tradición de la izquierda con el sexo y el matrimonio es clara, desde Engels y su El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en la que la familia burguesa, el patriarcado y la herencia aparecían como instrumentos de opresión.

Pero el paraíso comunista tampoco fue una liberación sexual, dejando en ridículo a escritoras soviéticas como Alejandra Kollontai que decía "En vez de la familia de tipo individual y egoísta (la burguesa), se levantará una gran familia universal de trabajadores, en la cual (...) serán ante todo obreros y camaradas. (...). Estas nuevas relaciones aseguran a la humanidad todos los goces del llamado amor libre, (...), goces que son desconocidos en la sociedad comercial del régimen capitalista".

Entonces llegaron Mayo del 68 y Herbert Marcuse, que mezclaba la rebeldía contra el capitalismo con la liberación sexual, porque no seguir las normas sociales era una forma de ser revolucionario. La lucha contra la represión de la sexualidad era parte del decálogo para combatir la dominación y la explotación capitalista, tanto como la promesa de un nuevo orden social.

Hoy, en España, cuando se han vendido más de un millón y medio de preservativos más que el año pasado, parece que la sociedad civil ha tomado ya por sí sola la decisión de cómo afrontar su sexualidad, al menos en término generales y voluntarios. Pero lo que parece evidente es que el Gobierno y el Partido Socialista, azotados por la ineficacia económica y la denuncia de la improvisación, intentan aferrarse a uno de aquellos instrumentos identitarios de la izquierda, tan anacrónico como inoportuno.

Esta invasión en el ámbito de lo privado, que parece no importarles cuando se refiere a la educación religiosa, deberían sustituirla por alguna política sobre algo útil. Por ejemplo, no fomentar la piratería en los mares, o detener la caída del empleo, o aliviar al ciudadano de impuestos y trámites agobiantes, o que funcione alguno de los ministerios, cualquiera, o eliminar los que carecen de competencias reales, o al menos que Defensa y Exteriores se pongan de acuerdo, o no amenazarnos con escucharnos a todos con Sitel. Eso sí, que lo hagan con mucho amor.

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