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A estas alturas de la campaña electoral los grandes partidos han definido sus ideas fuerza con claridad. El argumento principal de los socialistas es que ellos sí son europeístas y, sobre esto, se arrogan una mejor disposición para una Constitución europea que bloqueaba un PP complaciente con EEUU Borrell sostiene que Europa debe ser un contrapeso a los norteamericanos reforzando el “núcleo central” del Viejo Continente. Aznar, dicen, aisló a España de Europa, rompió su unidad a favor de los intereses de la Administración Bush. Y la guerra de Irak resuena de forma recurrente en sus mítines, cartas, debates y programas, como si por este asunto se pudiera pasar factura por tercera vez a los populares, después de las municipales y autonómicas de 2003 y las generales de 2004.
 
La conclusión es que “volvemos a Europa”. Ahora bien, y dejando a un lado la falsedad del eslogan, la pregunta es en qué condiciones se “vuelve”. El desbloqueo de la Constitución europea se pretende hacer sobre la base de la destrucción de las cuotas de poder conseguidas por el Gobierno español en el Tratado de Niza, y la transferencia a los países recién incorporados de parte de los fondos europeos que España percibía, según Borrell, para “ser solidarios”. La cesión de los intereses españoles se hace en aras de la firma de una Constitución que se dice “imprescindible”, pero no se explica por qué ni para quién.
 
Rechazando lo conseguido en Niza, al Gobierno Zapatero no le queda más remedio que adherirse a la propuesta del eje franco-alemán con la que, con el nuevo reparto, podrían asumir el control de las decisiones de la Unión Europea. Y esto no es bueno para la prosperidad económica de Europa. El Plan de Estabilidad que Francia y Alemania se han saltado, para disgusto del socialista Solbes, ha permitido el crecimiento del Reino Unido, Irlanda, Holanda y España por encima de la media. Justamente, qué casualidad, son estos países los han plantado cara al Eje en política exterior.
 
El crecimiento económico y la continuidad en la política exterior, abierta y con personalidad propia, habían permitido que en el último Gobierno Aznar, sobre todo con la creación del Consejo de Política Exterior y el Plan de Estratégico de Acción Exterior, España tuviera un peso importante en las instituciones europeas. La incorporación al euro en 1998 y el mantenimiento de las ayudas obtenidas por España de los Fondos de Cohesión hasta el año 2006, permitieron al Gobierno Aznar en la Cumbre de Niza pelear para que España estuviera entre los países grandes. La intransigencia española dio resultados, no completos, pero que sí permitían negociar una buena posición de España peleando duro en la articulación de la Constitución.
 
Los socialistas de Zapatero y Moratinos han decidido, por el contrario, que la posición de fuerza conseguida, los elementos negociables, eran el producto de la contumacia de Aznar. Esa dejación de los intereses nacionales iba envuelta en el reforzamiento de un bloque europeo que contraponer a EE.UU., en torno a París y Berlín. Y aquí entra la guerra de Irak.
 
El gran argumento era la paz, la fraternidad entre los pueblos de buena voluntad, el papeles para todos –no, ya no-, la firma en Madrid de la nueva Constitución –no, tampoco- y la ocupación unilateral de Irak… -ahora, no-. EE.UU, Reino Unido, Alemania y Francia han pactado una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que pretende resolver la cuestión. Zapatero ordenó de forma precipitada la retirada de las tropas, sin verdaderas consultas internacionales, contradiciendo su promesa electoral, y rompiendo la alianza de España con Estados Unidos y una docena de países europeos. El Gobierno socialista ha conseguido con ello eliminar el papel privilegiado, como actor en Irak, aliado y cumplidor de su palabra internacional, que España tenía para involucrarse en la política mundial. Y esto sin contar que se ha desperdiciado el ser miembro no permanente del Consejo de Seguridad. Aún así, Zapatero asegura, como si le hablase a Carod-Rovira, que España facilitará el consenso. ¿Y a quién le importa, después de haber convertido al Ejército español en el grupo humanitario que más rápidamente se repliega del mundo, lo que la España de Zapatero pueda decir o hacer en el plano internacional? Pero, además, la resolución de la ONU va mucho más lejos de lo que exigía Zapatero, pues le da la soberanía al Gobierno iraquí.
 
Quizá se hizo volver tan rápido a nuestros soldados porque se sabía que sí se iba a formular una resolución, y Zapatero prefirió el aplauso interior que la respetabilidad internacional. Moratinos pretende disimular el entuerto asegurando que fue la retirada lo que provocó que EE.UU. se planteara la ocupación, como si la incapacidad para vencer a las milicias chiíes, suníes y laicas, los asaltos fallidos a las ciudades de Faluya y Nayaf, y el golpe moral de las torturas no hubieran sucedido.
 
Francia ha hecho su política y, aprovechando el 60 aniversario del desembarco de Normandía –inédito en TVE; ni un documental o una película que lo recuerde-, Chirac ha llegado a un acuerdo con el malvado Bush. Marruecos ha hecho también su política y se ha convertido para EE.UU. en lo que Aznar había logrado para España, un aliado preferente.
 
Reconociendo que Bagdad no es una capital europea, que Francia ha vuelto a ese atlantismo que la izquierda española denosta pero que se acaba mostrando como la política más útil para cualquier país, y cediendo en los intereses españoles para obtener la sonrisa franco-alemana, ¿qué puede ofrecer el PSOE para estas elecciones europeas?

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