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Jorge Vilches

El patriotismo de Zapatero

Después de la trágica estrategia seguida con ETA y el discurso elaborado para agradar a los independentistas, resulta un tanto grotesco oír al Gobierno hablar de “lo patriótico”.

El problema de arrogarse la superioridad moral es saber qué cara poner cuando la pifias. Resulta que los etarras de la costilla rota fueron los que asesinaron a dos personas en la T4, y que planeaban una matanza en Madrid. Y todo se maquinó mientras el zapaterismo auspiciaba un “proceso de paz” y denostaba a los que denunciaban el error gubernamental.

La confesión y maquetación facial de dicha pifia sería un imponderable problema si no fuera porque la moral de estos socialistas posmodernos se basa en el culto a la intención. En consecuencia, como la pretensión era “la paz”, el Gobierno no califica de equivocación el aceptar de ETA la necesidad de negociar para terminar con “el conflicto”. Cegados por las palabras y el electoralismo, no vieron que el iniciar una “retirada pactada” con una banda agonizante era concederles un triunfo.

El error no procede sólo de malentender el terrorismo, tanto el etarra como el islamista, sino de que el zapaterismo ha sustituido las ideas políticas por los métodos, y los hechos por las intenciones. En consecuencia, la única política buena es la que se pacta, sin importar con quién ni sobre qué, ni si el escenario es institucional y público, o clandestino. Porque seguimos sin saber por boca del Gobierno de qué habló con ETA, a qué acuerdos llegaron y qué provocó la ruptura del “proceso”.

Hemos visto, ya sin sorpresa, que en una sola legislatura el Presidente ha pasado de sostener que la nación española no existe más que en la letra de la ley, a fotografiarse continuamente con la enseña nacional y a solicitar patriotismo dialéctico. Pero es tarde. El gobierno Zapatero quiso ganarse la voluntad de los independentistas alardeando de no ser nacionalista español, y menos un patriota. Le parecía preciso negar la nación española, calificarla de pura invención, de auténtico artificio impuesto por la fuerza centralista, para pactar con los nacionalistas el uso exclusivo del poder. Porque lo progresista era aceptar las identidades alternativas, la plurinacionalidad peninsular. Ya se sabe: un terruño, una nación.

El patriotismo tiene muchos adjetivos, es cierto, pero debe tener, quizá para no caer en su uso espurio, algún rasgo de verosimilitud y credibilidad. Por esto, después de la trágica estrategia seguida con ETA y el discurso elaborado para agradar a los independentistas, resulta un tanto grotesco oír al Gobierno hablar de “lo patriótico”. Pero sólo es una muestra del batiburrillo moral e ideológico del progresismo oficial, en el que faltan ideas, principios y valores con contenido, y sobran eslóganes, gestos y prepotencia.

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