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Jorge Vilches

El rojo orgulloso y el socialista manso

El zapaterismo, en fin, sigue siendo lo que fue desde el año 2000, cuando Alfonso Guerra y Maragall decidieron que aquel diputado silente impidiera el paso a José Bono: nada.

Hemos asistido a una legislatura de violencia verbal programada, en la que el enfrentamiento ha constituido un elemento calculado. Ha sido un estilo propicio para lograr la adhesión de los radicales nacionalistas y de izquierdas, y tapar el vacío ocasionado por la ausencia de una política de Estado. Sin más programa que aguantar en el poder, los zapateristas han buscado las alianzas necesarias para conservarlo moldeando las iniciativas gubernamentales al ansia de los aliados parlamentarios.

La crispación premeditada y los pactos del Tinell han servido para marginar a la oposición y provocar una imagen del PP como un residuo filofranquista. Porque treinta y cinco años después de la muerte del dictador, la gran baza zapaterista ha sido la resurrección de los tópicos sedicentes de la Segunda República y la Guerra Civil. A esto han unido ese confederalismo inopinado e impensable, y el llamado "proceso de paz". Y los zapateristas y sus medios afines la han llamado "derecha extrema" a los que han protestado por esta política, llegando incluso a criminalizar a la AVT.

La errante política doméstica del Gobierno, y no hace falta referirse a los Chávez, Castro y Mohamed VI, ha generado un malestar en el electorado de izquierdas. Por un lado, los radicales siempre han entendido, históricamente, que un periodo de gobierno propio o afín es una etapa de ajuste de cuentas, de revolución inmediata, y cualquier medida por extrema que parezca siempre les parece poco. Tan es así que la Ley de Memoria Histórica resulta para este radicalismo una ocasión perdida. Pero, por otro lado, los socialistas no zapateristas han visto que este Gobierno ha desperdiciado la ocasión para construir una opción de izquierdas moderna y sólida, nacional y europea, equiparable a la de Tony Blair.

La verbena palabrera del zapaterismo y su política errada se paga en las urnas. Por esto, el ingente comité de sabios reunido en Ferraz ha decidido que ha de darse una nueva imagen, no una nueva política, porque esto podría separarla de sus valiosos aliados nacionalistas. Esa cara novedosa que quieren presentar ahora se basa en reforzar la identificación del PSOE con Zapatero, al que se le adorna con las virtudes del líder beatífico, siguiendo la vieja tradición de la izquierda: honesto, solidario, adelantado a su tiempo, ecologista, feminista, científico, sensato, educado, tranquilo, sonriente... vamos, un verdadero santo laico. Y se le rodea de hombres moderados y españolistas, españolistas pero modernos, como Solbes y Bono.

Y en frente, la turbamulta, el hedor franquista, el títere de Aznar, del Gobierno invisible de FAES y los neocons, el Bush español, la crispación, el catastrofismo, las tinieblas... El zapaterismo, en fin, sigue siendo lo que fue desde el año 2000, cuando Alfonso Guerra y Maragall decidieron que aquel diputado silente impidiera el paso a José Bono: nada. Esa especie de frentepopulismo que "inventó" Zapatero, que le llevó a decir de forma tan anacrónica como carca que era un "rojo", ahora trocarse en socialismo manso. Pues, aún así, pudiera parecer que este viaje zapateresco llega tarde, pero estamos en la sociedad de la memoria frágil y el Gobierno lo sabe. Atentos.

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