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Jorge Vilches

Extender el dolor

La dura certeza de los que ven con preocupación a este Gobierno, paladín de la improvisación y la contradicción, es que ahora se van a enterar en Europa qué piensa, dice y hace quien administra la política y la economía española.

La presencia y el peso del Gobierno español en la esfera internacional han ido menguando descaradamente desde 2004. Zapatero comenzó su andadura muy fuerte, con una propuesta antinorteamericana revestida de pacifismo que plasmó con la retirada de las tropas de Irak y la propuesta de la alianza de civilizaciones. Los aires contrarios a Bush, especialmente por una guerra impopular y el terrorismo islamista, dieron cierta vida y credibilidad de fronteras a dentro al Gobierno socialista, y parecía en consonancia con las opiniones mayoritarias fuera de nuestro país. Era un espejismo.

La asunción del éxito electoral de Obama como victoria propia de Zapatero y de sus planteamientos fue patética. La aparición de Leire Pajín para declarar el próximo acontecimiento planetario cuando el Gobierno español tuviera la presidencia de turno de la Unión Europea, resultó ser una muestra triste de una debilidad que proporcionó risas y bochornos.

A los errores diplomáticos cometidos en estas dos legislaturas con Marruecos, Gran Bretaña, Francia, Italia, Venezuela y Cuba, tan sólo por nombrar algunos, se suma el pobre papel desempeñado por el equipo de Zapatero en las negociaciones en la Unión Europea, y el aislamiento en que se veía al presidente del Gobierno en las reuniones de presidentes y jefes de Estado del Continente. El resultado es que España ha ido desapareciendo de la esfera internacional, haciendo un ostensible mutis por el foro, sin que la silla prestada en el G-20 sirva para algo más que para pagar.

Empequeñecido, el Ejecutivo socialista de las contradicciones e improvisaciones, de la inacción y la política de escaparate, se había quedado tan sólo para el rubor doméstico y limitado a las fronteras españolas. Esta presidencia de la Unión Europea, que nos costará 90 millones de euros; es decir, 500.000 euros al día, hará más visible a Zapatero y a sus ministros, mostrando al resto de Europa qué Gobierno tenemos.

Y, claro, como no podía ser de otra manera, el presidente español creyó que podía tratar a la opinión pública europea y a sus gobiernos como a los propios. De esta manera, inauguró su "mandato" con demagogia no razonada, ni consultada ni analizada, hablando de "sanciones" por incumplimiento de los planes económicos, siendo el representante del país con peor perspectiva laboral del Continente y donde la crisis se asentará más tiempo.

El resultado fue el lógico: la prensa occidental le recibió con duras críticas (¿No hay un asesor, entre sus 644, que cuestan 28 millones de euros al año, que no le advirtiera de que así no se hacen las cosas? En fin). Solamente un diario alabó una cosa: The Guardian, de izquierdas, destacó su interés por reforzar los mecanismos para reducir la violencia contra las mujeres. La reacción de los socialistas fue de catón: si nos critican es que son de derechas.

La dura certeza de los que ven con preocupación a este Gobierno, paladín de la improvisación y la contradicción, es que ahora se van a enterar en Europa qué piensa, dice y hace quien administra la política y la economía española. Es como extender el dolor, como lo del "mal de muchos...", pero ruborizados.

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