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Jorge Vilches

La complejidad iraquí y el atrezo socialista

Ahora que Kofi Annan anuncia lo que parecía más probable, para todos menos para Zapatero, Moratinos y Bono, y es que una fuerza internacional actuará en Irak, es hora de repreguntarse por la cuestión iraquí. No se trataba, meramente, de apropiarse de su petroleo, pues hay métodos económica, política y militarmente más baratos, o de un expreso repudio a la supuesta “guerra preventiva” y al imperialismo yanqui, ya que, si así fuera, con la retirada de las tropas todo se habría solucionado.
 
La complejidad de Irak, en estos momentos, se cifra, al menos, en cuatro problemas. El primero de ellos es el de si es posible el establecimiento y vida de un régimen democrático en aquel país. Y junto a esto, la preocupación por la extensión del integrismo islámico, en Medio y Próximo Oriente. La violencia terrorista que acompaña a este planteamiento religioso y político, que ha originado, tras el 11-S, la ruptura más importante de la historia contemporánea reciente, se configura como el tercer problema inseparable hoy de la cuestión iraquí. Por último, y quizá englobando a los problemas anteriores, es la cuestión geoestratégica: cómo ordenar Oriente Medio.
 
Entre lo políticamente correcto se ha instalado, sin más, el aserto de que la democracia es un régimen del que cualquier sociedad puede disfrutar inmediatamente. Pero lo cierto es que son precisas determinadas condiciones, como han demostrado en el siglo XX incluso algunos países europeos cultos, entre ellos los que el PSOE, con ligereza, llama la “Vieja Europa”: Alemania y Francia. ¿Existen en Irak las instituciones, los partidos, los líderes, una clase media instruida y un interés popular suficientes como para establecer, con unas mínimas garantías, una democracia? Es difícil contestar que sí a alguna de estas preguntas. La oposición a Sadam Husein y al partido Baas se centralizó en el Congreso Nacional Iraquí. Su líder, Ahmed Chalabi, aseguró a los estadounidenses que Irak contaba con una amplia clase media que sostendría la democracia. No sólo esto se ha demostrado incierto, sino que los principales apoyos de Chalabi eran los partidos kurdos, precisamente aquellos que ahora luchan sin tapujos por un Kurdistán independiente. La restauración de la Monarquía hachemí, por otro lado, es un sueño minoritario y ajeno a los iraquíes.
 
El islamismo integrista se ha extendido al calor del fracaso del panarabismo y del socialismo. Desde las mezquitas surgió un discurso que, basándose en la recuperación de la Sharia y el pasado glorioso del Islam, culpaba a Occidente de la relajación de las costumbres por el colonialismo, del malestar económico debido a la apropiación del petróleo, y de una crisis política que comenzaba con el reparto europeo de África en el siglo XIX, y que desembocaba en la imposición del Estado de Israel. Los chiíes iraquíes, dominados por el integrismo, no creen en la democracia. Pretenden una República islámica, a imitación de la iraní. Sostienen la unidad del poder político y el religioso, la revelación divina como fuente de conocimiento y de ley, y el sometimiento de los derechos individuales a los preceptos coránicos. Es el totalitarismo del siglo XXI, dispuesto a extender por el mundo su “buena nueva”, como ya indicó Mahoma, pasando por encima de nuestras democracias. La participación del islamismo moderado en las elecciones en Turquía, Marruecos o Pakistán no es equiparable a la que pueda haber en Irak, pues en estos países existe un Estado con todos sus atributos y otros partidos con igual o mayor apoyo popular, y la alianza con EE.UU., especialmente con sus Fuerzas Armadas, es estrecha.
 
El terrorismo islámico es la consecuencia del integrismo. La irrupción grave de la violencia integrista surgió en las escuelas coránicas y, por ende, en las mezquitas, especialmente en las de confesión suní. Del wahhabismo, credo oficial de Arabia Saudí, surgieron los imames argelinos del FIS, los talibán afganos y el integrismo de los suníes, el de Ben Laden y Al Qaeda, que le tiene la guerra declarada al infiel, ya sea occidental o chií. Y este es un conflicto del que no se puede hacer objeción de conciencia, o retirarse como medida preventiva.
 
Mesopotamia, el Creciente Fértil, ha sido fuente de conflictos internacionales desde que el mítico rey Sargón unificara las tierras del Tigris y del Eúfrates, 3.500 años a. C. Hoy, el futuro de Irak influirá en Oriente Medio de manera determinante. Si los iraquíes consiguen por sí mismos el establecimiento de una democracia, lo que se antoja casi imposible, su trayectoria marcará el desarrollo político de los países de su entorno, quizá hacia regímenes más tolerantes. Por el contrario, si la democracia es impuesta por la ONU, lo que parece ser la única posibilidad, contará con un rechazó de suníes y chiíes, aunque no de kurdos. Estos sí tienen una asamblea representativa, dos partidos políticos –el Partido Democrático del Kurdistán y la Unión Patriótica del Kurdistán-, y un interés colectivo por un cierto gobierno representativo, aunque no dentro del Estado iraquí. Pero esa democracia siempre será un régimen foráneo, extraño a la soberanía de los iraquíes, y será interpretado como una humillación occidental más al Islam y a los árabes.
 
Y aquí está la segunda parte del problema, ¿por qué Irak, inventado por los británicos tras la Primera Guerra Mundial, debe seguir existiendo como tal? La división del país en tres zonas –chií, suní y kurda-, generaría problemas nuevos. Para empezar, en el Sur se impondría una República islámica chií, que haría frente común con Irán ante Occidente y los suníes. En el centro –y sin salida al mar-, un Estado suní, cuya única organización social y política sigue siendo el partido Baas, el de Sadam Husein. Y al norte, el Estado kurdo, que reclama los territorios de los que fueron expulsados, entre ellos Mosul y Kirkuk –las joyas del petróleo mesopotámico, y hoy en zona suní-, el sur de Turquía, y partes de Siria, Irán y Armenia.
 
¿Y cuál es la política exterior española frente a todo esto? La retirada de la tropas, el desperdicio de ser miembro del Consejo de Seguridad de la ONU para lograr una implicación mayor de esta organización, y el enroque europeo. La imprevisión y la precipitación del Gobierno Zapatero, puesta al descubierto al anunciar Kofi Annam la búsqueda de la ansiada resolución, resta crédito y prestigio a nuestro país. El antiamericanismo patológico y el electoralismo han llevado a trocar el papel de actor de reparto en la política internacional que tenía España, no por el de figurante, sino por el de atrezo, francés, pero atrezo.

En España

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