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Jorge Vilches

La excusa nacionalista

La aprobación o no del Estatut no debe reabrir un debate sobre el ser de España, que sólo lleva a que los nacionalistas resuciten una vez más el viejo discurso regeneracionista sobre el fracaso español, y la fórmula del Estado plurinacional como salvación

En todo este tremendo lío del Estatuto de Cataluña que el Tribunal Constitucional está aún por dilucidar subyace el manoseado debate identitario y sobre el ser de España, pero más como excusa que como argumento político.

El nacionalismo está construido, al menos, sobre elementos culturales y sentimentales, a los que normalmente se suelen añadir biológicos, geográficos y atávicos; es decir, la preservación de las características genéticas, el carácter que infunde el paisaje, y la imitación de lo que se cree que fueron las formas de vida o costumbres de los ancestros. Esta visión de un mundo compuesto históricamente por naciones, tan contemporánea como artificiosa, ha servido de coartada a políticos locales que normalmente han atesorado tanta ambición como mediocridad.

El mecanismo es bien sencillo: apelar a la defensa de los intereses y las esencias "nacionales" propias y diferenciadas, siempre atacadas o en peligro, para granjearse el apoyo de los lugareños. Hay un "los otros", un enemigo que nunca reconoce la "realidad nacional" de esa "nación" que siempre hunde sus raíces en lo más profundo de la Historia de la Humanidad.

El programa de gobierno de estos nacionalistas se resume en lo siguiente: asumir competencias de forma paulatina hasta llegar a la independencia, o a la fórmula política más parecida, para autogestionar con plena autonomía su presupuesto. En el momento en el que se quiere profundizar en el tipo de gestión, o en las políticas públicas, la financiación o en su beneficio, y se debate acerca de su conveniencia, el nacionalista espeta eso de "¡Cómo no eres de aquí no lo entiendes!".

El llamado "pacto de 1978" para llegar a un Estado de las Autonomías ha ido más allá de lo que los ciudadanos pensaban o deseaban. El motivo ha sido dar satisfacción a las élites locales, que desde el primer día que ganaron el poder fueron construyendo y difundiendo las señas de identidad de su particular nación hecha a medida. Tejieron su propia parcela de poder; ese territorio donde ellos, por definición y esencia nacional, atesoran más derecho a gobernar que cualquiera que flaquee en las características patrias o ponga objeciones al alegato nacionalista. Y ahora tenemos todo una abanico de artificiosos discursos nacionalistas, asentado sobre la necesidad de unos políticos de conseguir y aferrarse al poder.

La aprobación o no del Estatuto de Cataluña no debe reabrir un debate sobre el ser de España, que sólo lleva a que los nacionalistas resuciten una vez más el viejo discurso regeneracionista sobre el fracaso español, y la fórmula del Estado plurinacional como la salvación. No; lo que debe abrir de una vez por todas es el debate sobre la argumentación que utilizan los nacionalistas, sobre la base científica, cultural, histórica, lingüística y biológica en la que se apoyan esos políticos y sus seguidores. Un verdadero debate que aquilate el grado de veracidad de su discurso y dé la auténtica medida de su uso político y electoral tanto como de su eficacia gubernativa.

Abramos el debate sobre el ser nacional catalán, vasco, gallego o cualquier otro, que son los discursos políticamente dominantes, omnipresentes e intocables, y no sobre el manoseado y falso debate acerca de la "debilidad histórica" y "el fracaso" del Estado español.

En España

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