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Jorge Vilches

Los prejuicios de la derecha

Los prejucios de la derecha son una de las numerosas taras de la Transición. Ya sabemos cuánto costó aquél que decía que sólo los nacionalistas podían gobernar en el País Vasco

La manifestación del sábado en Madrid en apoyo a las víctimas del terrorismo y contra la negociación con ETA, ha mostrado algo que la propia derecha no se quería creer: puede ejercer sus derechos constitucionales como un partido de izquierdas. Esto es; se puede manifestar en la calle… sola, sin que le acompañe uno de sus “propietarios” progresistas. Ahora los populares, después del éxito, se muestran ufanos, como recién casados, encantados de haberse conocido. Han salido del armario político y todavía no se lo creen. Y es que la derecha española anda aún llena de prejuicios.
 
La historia de España es una cuestión despreciable en el PP. Pero sin historia no hay una idea de España posible. Se han creído el cuento de Tuñón de Lara, la historia de un país de segunda división, acomplejado, inferior a los modelos idealizados de Francia e Inglaterra, que ha sufrido a la derecha de los 500 años, a la del bonete y el tricornio, a esa oligarquía que ahogó al pueblo con el yugo del despotismo. Y como no son la izquierda, se creen los herederos de “esa España”. Arrastran la leyenda negra, sin saber que con ella cercenan su presente e hipotecan su futuro. La izquierda les sabe acomplejados, y por eso les arroja a la cara la Guerra Civil y les llama franquistas. Mientras otros pasean sin vergüenza a Sabino Arana o a Largo Caballero, los populares esconden el conservadurismo histórico español, a personajes como Cánovas o Maura. Prefieren identificarse con Winston Churchill, que no compromete a nada.
 
Tienen también grandes prejuicios con las palabras, así como con las ideas con las que se relacionan, normalmente por un mal entendido marketing electoral, o por simple desconocimiento. Rechazan la definición del partido como “centro derecha”, su realidad sociológica, porque contiene la palabra “derecha”. El término “liberal conservador”, que utilizó Aznar en su libro sobre sus ocho años de gobierno, y que creó Cánovas, tampoco les sirve. “Conservador” y “liberal” –con el prefijo neo- son palabras que utilizan los medios de comunicación para denostar a personas o ideas contrarias a lo políticamente correcto. Y esto asusta, claro, por lo que los populares prefieren no definirse, o salir con lo de “centro-reformista”.
 
La publicidad de las ideas propias del partido, y la presencia en la sociedad civil son cosas normales y deseables en las democracias consolidadas. Las fundaciones de partido, con sus actos, seminarios y publicaciones, son corrientes y eficaces; y los populares han tenido que esperar a la derrota del 14-M para dar a conocer la FAES.
 
El desprecio a la historia, la indefinición ideológica y el avergonzamiento han contribuido a que el sector educativo y el mediático estén en manos mayoritariamente de la izquierda. Y en un régimen de opinión pública es primordial el control de la educación y de la información. Esta es una de las razones, quizá la más importante, de por qué al PSOE le cuesta la mitad que al PP convencer al electorado.
 
Los prejucios de la derecha son una de las numerosas taras de la Transición. Ya sabemos cuánto costó aquél que decía que sólo los nacionalistas podían gobernar en el País Vasco. Sería deseable que el PP de Rajoy se librara de prejuicios, porque en una democracia juegan todos. Los maestros del totalitarismo son otros.

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