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Jorge Vilches

Vamos a la guerra

Si las tropas ya están comprometidas con la ONU, la UE y los ejércitos de Francia, Italia y otros países europeos, ¿a qué viene la pantomima del "acuerdo previo" del Congreso?

Las misiones de paz sin la derrota efectiva de uno de los beligerantes se acaban convirtiendo en misiones de guerra. Ya pasó en Irak, donde las tropas españolas pasaron de construir hospitales y alcantarillas, a repeler ataques continuos. Y está ocurriendo en Afganistán, donde se producen situaciones de "guerra irregular" contra nuestros soldados.

El problema no es que el Ejército español acuda a la guerra para defender la idea de una paz sujeta al respeto de los derechos humanos, la libertad y la democracia, sino el gobierno que está detrás. Porque la política exterior española no tiene mucho margen de discrecionalidad desde la entrada de España en la OTAN y en la Comunidad Europea. Pensemos que ni siquiera el asalto al islote de Perejil, que concernía a nuestra soberanía y al restablecimiento de un acuerdo internacional, se hizo sin consultar a EEUU y a los aliados europeos.

La extraña circunstancia por la que pasamos es que Zapatero y Moratinos han tenido la idea de crear un nuevo paradigma, una novísima doctrina sobre el orden internacional. Había que alejarse de los neoconservadores, del choque de civilizaciones, de Bush y la foto de las Azores. Parecía que daba rédito electoral el adoptar un discurso de paz, de "paz infinita", y se dictó el eslogan: Alianza de Civilizaciones. Pero a la vuelta de la esquina monclovita el gobierno se encontró con que el margen de la política exterior española era escasísimo. Sólo había un camino que le podía distinguir de la política del PP y contentar esa idea progre del orden internacional: los malos gestos y las descalificaciones innecesarias a EEUU, y hacerse amigos poco aconsejables.

A pesar de esa doctrina de paz infinita, España sigue interviniendo, y cada vez más, en operaciones militares internacionales. El esfuerzo español es considerable, perfectamente comparable, en proporción, con el de potencias europeas de larga tradición. Y a pesar de esto, no se reconoce públicamente que además de las labores humanitarias se está haciendo la guerra. Es decir; si un helicóptero es derribado en acto bélico, o un convoy es atacado, o muere un soldado en una explosión trampa, dígase. Si las tropas ya están comprometidas con la ONU, la UE y los ejércitos de Francia, Italia y otros países europeos, ¿a qué viene la pantomima del "acuerdo previo" del Congreso? ¿Es que los cuatro buques que salen el viernes para el Líbano se han preparado después de la votación parlamentaria del jueves?

Si algo nos enseñó la Guerra Fría es que la paz, siendo realista, no es más que la ausencia de conflicto generalizado. La provocación de Hezbolá e Irán puede tener el efecto de una extensión de la guerra a todo el Oriente Próximo. La detención de la presumible victoria de Israel sobre el Líbano no tiene otro sentido que evitar esto. Y es precisa la intervención militar de una tercera fuerza, con la legitimidad moral que le otorga la búsqueda de esa paz mínima. Todo lo demás, las componendas y los discursos de paz infinita, es querer convertir el encuentro de Teherán de Ahmadinejad y González en la conferencia de Munich de Hitler y Chamberlain.

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