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José Antonio Martínez-Abarca

Accidentejos mortalillos

Por unos muertejos accidentalillos o unos accidentalitos mortichuelos que se habían dormido donde les había indicado Rajoy para hacer fracasar el proceso, no se van a parar las rotativas del Nuevo Régimen.

Me contaba un veterano periodista de provincias que una noche, en época de Franco, se había ido a dormir con la conciencia muy tranquila como pocas veces, porque en el periódico, esa vez, no le había tocado publicar nada arriesgado sobre nadie, con lo cual ese nadie no podía ser amigo a su vez de otro alguien influyente, susceptible de crearle complicaciones. De hecho, ese día el periodista se había limitado a incluir a última hora una breve nótula sobre un matador, que había salido a hombros tras cortar los dos apéndices.

Pero a las cinco de la madrugada sonó el teléfono y, como no existía democracia, en efecto no se trataba del lechero.

Era el responsable de la rotativa, que se mostraba espantado porque por casualidad había echado un ojo a una página del diario aún caliente, la cual informaba que el Gobernador Civil se había estrenado en el cargo de matador cortando orejas. Al día siguiente, claro, el diario matutino llegó de bien por la tarde. Antes de clarear se había parado la difusión como se paraban las cosas entonces: poniendo civiles camineros en todas las carreteras de acceso a la central distribuidora, armados con los "naranjeros" reglamentarios, para buscar y destruir, antes que se enterara el nuevo Gobernador desayunando, todas las copias del periódico que ya habían salido en sus furgones.

Aquello no había sido una errata como la que era habitual en aquellos tiempos (como cuando llegaba el día de la Purísima Concepción y el periódico celebraba la festividad cambiándole la "r" por la "t", algo tan increíblemente habitual que ni siquiera era noticia y no hacía alzar las cejas ni al obispo de la Diócesis), sino un sospechosísimo "lapsus" producido por mezclar la noticia taurina con el subconsciente del periodista, estimulado por la opinión real que sobre el baranda franquista habían intercambiado los chistosos de la redacción. Por una simple errata nadie corre así y no se monta ese pitote. Porque, en efecto, el asunto era infinitamente más culpable.

Para el presidente del Gobierno Rodríguez Zapatero, los chistes privados sobre las víctimas del terrorismo (los sujetos de "accidentes mortales") se confunden con la noticia pública todas las noches. Ya no puede sorprenderse nadie. Como redactor de periódico de provincias sería una calamidad, casi tanto que como gobernante. Pero en la era de la comunicación, por desgracia nadie detiene y destruye de madrugada sus palabras armado con los "naranjeros" de la Guardia Civil. Y tampoco le ocurre nada, salvo el ofrecer una disculpa que no se cree nadie. No hay errata. No hay confusión posible, porque el lapsus linguae sólo se confunde de oportunidad, no de pensamiento.

Como si todos no nos supiéramos ya de memoria lo que cree Zapatero sobre lo que es o no terrorismo: sólo una palabra sin valor que no profundiza en sus causas (el hambre mundial, el tedio), y por tanto es obligación del gobernante justiciero el despreciarla. El hacer gracias privadas sobre los muertos que luego se le escapan en declaraciones públicas. Por unos muertejos accidentalillos o unos accidentalitos mortichuelos que se habían dormido donde les había indicado Rajoy para hacer fracasar el proceso, no se van a parar las rotativas del Nuevo Régimen. No merece la pena ni despertar al presidente de madrugada. Para qué, si al día siguiente no tiene que trabajar.

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