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José Antonio Martínez-Abarca

Calleja, cada día más joven

Calleja nos da una lección de puerilidad, en el mejor sentido, a todos aquellos a los que se nos quitaron las ganas, pero que alguien le diga que como efebo terrible de la nueva niñería canosa se le ha pasado ya el arroz.

A mí siempre me han gustado más los "cuentos crueles" de Villiers De L'isle Adam que los de Calleja. De aquellos se quedó el dicho: "tienes más cuento que Calleja", que era el equivalente en cuentista al chupóptero futbolístico que te acusaban de ser si en el recreo te decían aquello de "chupas más que Cruyff". Otro Calleja, José María, nos tuvo a todos engañados algún tiempo cumpliendo el apotegma de sir Winston Churchill, pero al final ha acabado por descubrirse más cuento del que se pensaba.

Abandonó el País Vasco sólo para venir a engordar ahora a los que se supone que le habían echado. No es un fenómeno inusitado dentro de las variantes del Síndrome de Estocolmo. Lo asombroso es el fenómeno de rejuvenecimiento que ha experimentado Calleja a los cuidados del régimen zapaterino y exiliado de la tierra que no le era leve hasta antes de ayer. Cuando uno empieza en el mundillo periodístico siente la necesidad de abrirse camino a codazos, y el camino más fácil es insultar mucho y preferiblemente a lo más sagrado.

Los insultos, sobre todo si son ad hominem, o ad mulierem, siempre son de mucho efecto y son una garantía de éxito en esta profesión, pero hay que ser lo suficientemente novato como para creer que no forman parte de una mera representación, para pensar que con ellos arreglas el mundo. He visto al tal Calleja en el programa de TVE 59 segundos vejando gravemente a Isabel San Sebastián con esa inequívoca chulería del maltratador progresista de mujeres, y debo felicitarle porque parece que no fuera ya un agitador carlancón: sin duda es su cercanía a un régimen político en sí mismo adolescente la que causa ese volver suyo a lo que hacemos casi todos en la época de meritorios, para subir los escalones sociales de tres en tres.

Yo respeto mucho a los maduritos que no renuncian a los niños que llevan dentro, pero sólo puedo entender la furia tabernaria parece que sincera de uno de los compañeros de chupipandi de nuestro presidente, el de la mirada clara, bajo dos presupuestos: o le pagan lo suficiente para perderse a sí mismo el respeto o bien es que el proceso de infantilización de la sociedad americana ha llegado a Europa, como la cucaracha voladora rubia, primero a las casas progresistas.

Yo me cansé de insultar con esa saña hace ya muchos años, porque ni me pagaban tanto como parece que ahora a Calleja ni la energía impúber es ya tanta ni tengo por qué demostrar nada en el periodismo ni en la política, y si lo tengo que demostrar me da igual. Calleja nos da una lección de puerilidad, en el mejor sentido, a todos aquellos a los que se nos quitaron las ganas, pero que alguien le diga que como efebo terrible de la nueva niñería canosa se le ha pasado ya el arroz.

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