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José Antonio Martínez-Abarca

¿Dónde queda la "211"?

Que pisara o no la alfombra roja de ese galpón es lo de menos. Almodóvar ha venido pero porque nunca se ha ido. Queden sus escenas de celos como lo propio de las familias irremediablemente avenidas.

Fui a ver la película sobre la que ha caído el turbión de "goyas" de este edición, Celda 211, y por lo visto me equivocaron de celda o de sala o de año o de país. Quise comprobar sus cantadas e inagotables virtudes hace unos días, antes de la derrama de futuras subvenciones a sus protagonistas escenificada en la gala aunque, eso sí, después de leer los comentarios prácticamente unánimes de la crítica más prestigiosa, que la ponían como lo mejor que se ha hecho en España desde El verdugo de Berlanga hace cincuenta años. Y no sólo respecto a la sabia captación de ambientes carcelarios, decían los críticos. Yendo mucho más lejos, se trataba, al parecer, de un hito inmarcesible de todo el arte fino y el cómo me la maravillaría yo destilado en este país durante la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos de XXI.

Vi, en fin, Celda 211, o creí hacerlo. Mi conclusión es que debe existir alguna extraña conspiración en marcha (siempre me acuerdo de Borges y aquello de que quien tiene manía persecutoria es porque le persiguen), pero temo que después de que los comentarios de los críticos me animaran a romper la honrada costumbre de no ver cine español alguien dio el cambiazo, y, creyendo estar yo ante Celda 211, alguna mano negra en los multicines sustituyó sus rollos por un episodio televisivo un poco peor declamado, con peor oficio, más pretencioso y con más casquería de Los hombres de Paco o algún drama seriado de ésos de situación, para luego, imagino, volver a echar la auténtica película en la que presuntamente alborea el rosicler del nuevo cine español y que así le dieran tantos "goyas" en la gala. Debo de ser el único español que ha visto teóricamente Celda 211 pero en realidad ha visto otra película que desde luego no tiene nada que ver con tal aparición milagrosa.

Una confusión intencionada que me creo que se traslada a la pretendida "paz" que han firmado los titiriteros con el principal partido de la oposición y con quienes le votan. Aguardemos a que el PSOE precise de sus servicios electorales y veremos al PP de Nacho Uriarte "et altri" repetir el papelón que ya hizo Aznar cuando creyó habérselos ganado al cubrirlos de pasta gansa hasta la cencerreta. Todo lo que ha rodeado a la gala de los "goya" de este año ha sido un paripé falsario. Justo lo que no había venido siendo. Todas las demás infamias se habían cometido, menos ésa. Su auténtica esencia, la de la gala, son las camisetas de Ho Chi Minh. ¿A qué, entonces, convertir en noticia escandalosa la recepción de Zapatero a los ganadores de los goyas, a la que acudieron más cabezones de bronce "kitsch" que trasnochadores? Pero si es lo suyo, la pura escenificación del débito de los contrayentes. ¿A qué eso de que la gente se extrañara de que volviera Almodóvar a tan sectaria Academia después de cinco años cuando lo que ha hecho Almodóvar en este tiempo es ser más académico que nadie (está a un paso de convertirse en algo así como la Virgen del Contrapasmo de la Internacional Rosa) y concentrar en su sola mismidad toda la secta? Que pisara o no la alfombra roja de ese galpón es lo de menos. Almodóvar ha venido pero porque nunca se ha ido. Queden sus escenas de celos como lo propio de las familias irremediablemente avenidas.

¿Y a qué enfadarnos porque la peli arrasadora en los "goya" de este año aún esté probablemente por rodarse, al menos en los términos en que los encomiásticos la festejaron? Nada cambia en el cine español, salvo que hay que reconocer que la mejor interpretación de zamburiña al chapapote de la historia corresponde a la expresión de cejas del Malamadre de Luis Tósar.

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