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José Antonio Martínez-Abarca

El caso "cutrel"

Qué retortijones al ver cómo a un presidente sosito, calvito, honrado, cabal y formal, le viene a visitar inexplicablemente el demonio de la perversidad de Edgar Poe y empieza a hacer todo lo indicado para hundirse en cómodas lecciones.

Todo en el asunto Camps, llamado inicialmente "operación Gurtel" (más bien "cutrel"), me da vergüenza ajena, y no precisamente por sus diminutas aunque, a causa del propio Camps, agigantadas proporciones. Sin duda, hablaremos de esto, cuando pase, como un caso insólito, tal vez sin referentes mundiales, de inexistente corrupción que sin embargo se convirtió en inapreciable carnaza para la opinión pública gracias al empeño reiterado de su víctima, quien decidió suidicarse políticamente de la manera más cutre posible, a tono con todo el material humano y textil incluido en el caso. Será, la de Camps, la dimisión más tonta del mundo mundial. La que él habrá querido.

Aquí no hay por dónde coger nada. Me asquea la pinta del famoso sastre largón (sólo en España podemos considerar, o al menos los jueces lo consideran, elegante y suntuario un traje de "Milano" y un sastre que se deja cerdas de bigote en las costuras), un tipo de ésos que lo pones de camata en un restaurante y le confiesa a tu acompañante que el día anterior habías ido con otra. Me causa repelús que alguien encargue una manga de trajes para no tener que vestirse en los siguientes cinco años, como si fueran metros de enciclopedia en cordobán rojo a tono con el eskay de los "sofares". Y que las medidas se las tome por correspondencia. Y que "El bigotes", que en otro país no le dejarían entrar en esos clubs donde sólo admiten las caras que dan buen ambiente, aquí se considere el no va más del "charme" social con un "look" clavado al del personaje de estafador del bueno de Jaime de Mora y Aragón en Hay que educar a Papá de Pedro Lazaga (aquel artefacto magistral, retrato clavado de toda una época, para lucimiento del grandísimo Paco Martínez Soria).

Y qué retortijones al ver cómo a un presidente sosito, calvito, honrado, cabal y formal, alguien con previsible carrerón que no parecía llamado a torcerse, le viene a visitar inexplicablemente el demonio de la perversidad de Edgar Poe y empieza a hacer todo lo indicado para hundirse en cómodas lecciones. Paco Camps se ha marcado a sí mismo aquel gol de Paco Buyo en Tenerife, situado con honor en las antologías del disparate de cualquier especialidad porque valió perder una liga, cuando iba fuera y el portero del Madrid la alojó mansamente dentro. La atracción del abismo ni siquiera le ha servido para ser un golfo ni para llevárselo crudo. Vamos, ni para llegarle a las suelas de los zapatos ("de una acreditada marca", dicen esos jueces que se conoce que compraron hace años alijos de zapatos de muerto en el extinto comercio "Almacenes Arias" y todavía les duran) al muy fresco ex ministro Bermejo, al que ahora los de su partido han hecho otra vez algo importante. No, en el asunto Camps es todo menor, tan quiero y no puedo como los propios trajes de "Milano". El demonio de la perversidad de Camps encima es un poco rácano. Empezó como "Gurtel" y ha acabado en caso "cutrel".

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