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José Antonio Martínez-Abarca

El ideólogo noruego

No se ha dado el caso de que ningún fanático asesine a aquellos que pretende defender de una presunta amenaza, sino que, obviamente, asesina a los que representan a su (falta de) juicio esa amenaza.

Si lo he entendido bien, lo que suele hacer un xenófobo antimusulmán peligroso, después de verter en internet su odio inextinguible por esos oscuros tíos de la barba y arreglar el mundo en 140 caracteres, es irse, coherentemente, a un limpio campamento de niños noruegos de ojos azules, rubios, blancos, arios y protestantes, casi el sueño dorado de las juventudes hitlerianas, a matar al que le pille por delante y acabar allí con la amenaza islámica mundial. ¿No? Pues qué fanático antimusulmán y "antimulticulti" más raro.

Pero es lo que argumentan ahora nuestros de progres del zumbado que ha asesinado a 78 hombres, mujeres y niños en un país donde dicen que nunca pasa nada y cuya policía se defiende golpeando a los malos con el palito del algodón de azúcar. De aplicar esa misma lógica progre del "fanatismo intolerante" o de la "violencia política" –causas inequívocas del suceso escandinavo según la bienpensancia socialdemócrata y la hoja de ruta de Rubalcaba– a lo que hicieron aquellos violentos cierto 11 de Septiembre en Nueva York, resulta que aquellos en lugar de estrellar los aviones contra las Torres Gemelas, símbolo de la impiedad occidental, los hubiesen dirigido más bien contra un par de "madrassas" para librar a los hijos de Alá de la vergüenza de vivir en un mundo tan degenerado. Pero los fanáticos intolerantes lo que hacen es asesinar al objeto de su intolerancia. Al revés que la simple carne de frenopático.

No se ha dado el caso de que ningún fanático asesine a aquellos que pretende defender de una presunta amenaza, sino que, obviamente, asesina a los que representan a su (falta de) juicio esa amenaza. Pero sí se han dado muchos simples perturbados que matan a su congregación de fieles para librarles de los sinsabores de la realidad, como aquel Reverendo Jones en la Guyana, o que matan a civiles norteamericanos para protestar contra las restricciones a la libre sociedad civil norteamericana por parte del Gobierno (aquel McVeigh, tan zumbadillo que pensó que si ponía una bomba a un edificio de Oklahoma "por el bien común de los americanos" se produciría una revuelta popular contra Washington), o, más modestamente, que masacran a toda su familia para que no sufran (ya lo decía Woody Allen: "yo me suicidaría, pero, para no causar dolor a mis seres queridos, tendría que matar primero a mi padre, a mi madre, al resto de mi familia... en fin, que sería una escabechina"). El fanático quiere acabar con lo que no le gusta en el mundo. El loco pretende sencillamente terminar con el mundo, incorporando con especial dedicación a aquellos a los que supuestamente ha venido a salvar. Lo que ha pasado exactamente en Noruega.

Pero como estamos en vísperas de elecciones, nos tratan de colocar al tal Breivik como el clásico ideólogo de derechas que, como todos aquellos que pretenden llevar a cabo una "revolución conservadora" en Europa, empieza por matar a todo el mundo, que es lo normal en la gente de orden. Están a un cuarto de hora de asegurar que si los votantes de Rajoy no hacen lo mismo es porque no los invitan a pasar unas jornadas en campamentos de verano de alguna isla noruega. 

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