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José Antonio Martínez-Abarca

El sindicalismo vendrá

El efecto más perverso que ha conseguido el Gobierno al darles a los sindicatos una categoría moral, intelectual, política y laboral de la que carecen es que querrán ejercerla siempre, y en todo caso, a partir de ya.

Lo más inquietante de la manifa sindical de este finde contra los empresarios y a favor de la ausencia estructural de empleo no son las intenciones presentes de UGT y CCOO, sino las futuras, las no expuestas. O sea, no indigna esta escenificación concreta, no más hiriente que una simple broma, sino las que vendrán, infinitamente más graves y determinantes, cuando haya muy otros Gobiernos no tan simpáticos para el gusto sindical.

En esta manifa no sólo se ha echado de ver la aplacencia de los sindicatos con un Gobierno que les ha dado categoría de nada menos que archimandritas de la estrategia económica, sino algo evidente: que ya no sabrán nunca jamás abandonar ese demencial rol. Han probado el irresistible elixir que nunca debió llegar a su boca. El efecto más perverso que ha conseguido el Gobierno al darles a los sindicatos una categoría moral, intelectual, política y laboral de la que carecen es que querrán ejercerla siempre, y en todo caso, a partir de ya.

Eso significa una permanente huelga general cuando al inacabable mal sueño que es el Gobierno de Zapatero ("la mala noche en la mala posada" que decía Lope de Vega ya va durando más que la vida) le suceda otro, tal vez, del Partido Popular. Un jaque perenne al Gobierno democráticamente elegido desde una calle que reclamarán como suya. Aquel (exitoso) chantaje sindical contra el que llamaron "decretazo" de Aznar serán cosquillas comparado con lo que vendrá. Porque por entonces, y también en los tiempos cebolletas de los paros generales contra la reconversión felipista, los sindicatos eran sólo eso, sindicatos. Ahora, gracias al empeño personal del presidente del Gobierno, han devenido en mucho más. ¿Aristocracia de cañita matutina y camisa de mantel? ¿Brazo peludo y armado del Gobierno?

Harto más allá: son nada menos que la élite de magos protegidos de cuyos sortilegios blindados depende que se mueva o no hasta la última ánima del país. Son los expertos, los augures, los demiurgos, los recipendiarios de las sagradas esencias de la superioridad moral y no sólo moral, también telúrica, cuyas recetas sólo cabe escuchar prosternados sin levantar la frente del suelo, para no quedar cegados por su esplendencia. Sí, la manifa de este finde significa todo eso para el futuro, a no ser que signifique algo todavía peor.

Como que, y así nos lo tememos, ningún Gobierno del temulento Partido Popular, a solas o en compañía de otros, sea capaz de enfrentarse al mutado monstruo. Que pueda suceder que acabado el zapaterismo exista una doble legitimidad en la cúpula del poder en España, la democrática y la otra, y que la otra se cargue sistemáticamente a la democrática. En la práctica, que ya sea imposible un Gobierno que no sea correa de transmisión de los sindicatos. ¿Podrá tener arrestos suficientes un Rajoy, de ser elegido presidente del Gobierno, para quebrarles la cintura política y presupuestaria a esta especie de groseros pontífices para el nuevo mundo "y-la-nueva-relación-con-el-planeta" designados por las ensoñaciones más o menos mineras de Zapatero? ¿Lo vemos capaz? Ni siquiera podemos decir lo que Millás en su día de Aznar, aquello de que "va a necesitar toda la ayuda de Ana y los niños".

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