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José Antonio Martínez-Abarca

Marcha, Ibiza, Locomía

Una antigua presidenta progresista de comunidad autónoma, cuando la acusaron de haber dejado seca la caja, dijo que ella gastaba el dinero público

La pregunta no es si al secretario general de Organización del PSOE, Pepiño Blanco (blanco pero tirando a crudo, de llevárselo presuntamente ídem), nadie le compraría un coche usado, por usar la traicionera malicia de un Jack Kennedy que usó deslealmente de su telegenia para vencer en su último debate a un Richard Nixon maldormido, sin afeitar, narigudo y con aquella expresión hinchada que ponían las rupestres televisiones de quinientas veinticinco líneas en forma de huevo de los Estados Unidos postatómicos. No. La pregunta es si nadie pondría a don José-Blanco-tirando-a-crudo al cuidado de su tierno rorro mientras los papás van al cine, a no ser que los papás trafiquen directamente con órganos o contraten "canguros" en el museo de madame Tussaud.

La pregunta es, yo lo diré, si alguien con un amor al riesgo razonable se subiría en un tren de la bruja que tuviera a este señor de encargado o le confiaría en la entrada de una autovía rápida la labor de pasar ancianitas ciegas y mutiladas de acera.

En condiciones normales y en un país normal, ningún establecimiento, ni siquiera el PSOE, podría tener a algo como Pepiño Blanco tratando de negar contra toda evidencia a sus clientes que, como diría Paco Rabal en Juncal, "el café es de recuelo, la ternera, cerdo, y el jamón de york, papa y ballenas".

Pero vivimos en un país extraordinario en circunstancias extraordinarias, y será digno de estudiar en el futuro en las facultades de ciencias políticas cómo fue posible hacer pasar un organismo anaerobio como si fuese un político gallego. Mientras, tenemos que conformarnos con saber que después de todo el origen de Pepiño después de todo parece ser la Tierra, porque no es del todo insensible a las asechanzas de la avaricia, como es normal en el PSOE.

Las grabaciones ibicencas que presuntamente le hacen cómplice de un ininterrumpido caso de corrupción socialista que dura lo que su misma historia, con diferentes escenarios y agentes, humanizan o al menos dan corporeidad o visibilidad al personaje. En cuanto al escándalo en sí, esta vez urbanístico y de los gordos, no hay tal escándalo. Una corrupción donde aparecen de nuevo los maletines, las comisiones por ley no escrita y una vieja concesionaria de Luis Roldán no es algo sobrevenido, sino inmarcesible. El socialismo español es una corrupción ininterrumpida, ubicua y genealógica con breves intervalos para tomar impulso y unos pocos cuerpos extraños en su interior que en seguida son eliminados, para no estorbarnos la visión de conjunto. Ya lo decía, como una visión preclara, el cerebro bien fritito de Pocholo Martínez Bordíu y nadie le hacíamos caso: "¡Ibiza, fiesta, fiesta!". Y tanto.

El socialismo aliado con los camisas negras y los corbatas blancas, si es que las tres no son la misma cosa, se va a presentar a las elecciones con esa misma "idea fuerza" de Pocholo. "Marcha, Ibiza, Locomía", que decían aquellos endriagos del abanico que triunfaron durante lo peor del felipismo, anticipando esa auténtica cabalgada wagneriana de la golfemia para viento y cuerda que es, por definición, la alianza socialnacionalista.

Una antigua presidenta progresista de comunidad autónoma, cuando la acusaron de haber dejado seca la caja, dijo que ella gastaba el dinero público "alegremente, no en alegrías". ¿Pero será por falta de alegrías, ahora que, a diferencia de hace diez o quince años, ya no hay contrapesos ni controles democráticos que eliminar? ¡Fiesta!

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