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José Antonio Martínez-Abarca

Nadie lo vigila

No todos los hombres importantes pueden ni tienen por qué escribir como Churchill, pero sí están obligados a que no parezca que les ha suplantado un niño de primaria nada aventajado que se hace pasar por Churchill.

No entraré a tachar errores en la instantáneamente célebre Carta abierta a los maestros que ha publicado en la prensa –con su firma y todo indica que a pesar de eso con su autoría– el presidente del Gobierno de España. Debo decir que no me impresiona en exceso que en una misiva abierta de cuatrocientas y pico palabras el presidente haya cometido setenta y tantas metidas de gamba. Yo mismo voy camino de redactar así, al precio al que se está pagando el género. El líder de un país puede escribir fatal, lo cual siempre indica que piensa monstruosamente por aquello de que el estilo es una facultad del alma y el sinsentido o "nonsense" una ausencia de ésta. Lo que no puede es tener libertad o autonomía suficiente como para dar su deposición a las rotativas, sin que nadie lo controle, ni el guarda de la garita de Moncloa. Eso es lo verdaderamente espeluznante de lo que está ocurriendo con todo, y ahora, en este país. Que no hay nada ni nadie entre este tipo de la "carta abierta" y nuestro futuro.

No todos los hombres importantes pueden ni tienen por qué escribir como Churchill, pero sí están obligados a que no parezca que les ha suplantado un niño de primaria nada aventajado que se hace pasar por Churchill. Es como cuando yo imitaba a los mayores intentando la letra de médico, ante el horror materno. La carta abierta de Zapatero a los maestros es inquietante porque no es el texto espeso como contaminación de turba de un presidente dirigido a un sector de gobernados, los profesores, sino la redacción de un niño que acaba de abandonar la "fase anal" enviado a sus tutores en cumplimentación de sus deberes para casa (el "tecé", que le decíamos entonces). Es indistinguible, a este respecto, aquello con lo que el presidente acaba de retratarse en las páginas del periódico más vendido del país y que se supone que aún olía al amor del hogar de Moncloa y lo que el propio presidente pudo entregarle hace cuarenta años a su profesor de Lengua Española, tras ordenar éste que se pusieran por escrito las impresiones vernales sobre un día de campo y sus mariposas. Ninguna progresión gramatical ni sintáctica, temática ni, mucho menos, intelectual en cuarenta años.


Y eso ha salido de la mesa donde se despacha la Alianza de Civilizaciones y sin pasar por la mirada inquisitiva del ama de cría (o del guarda de la garita de Moncloa, hemos dicho) se ha publicado solemnemente como voluntad suprema de Pacto del Poder nacional. Eso quiere decir que cualquier cosa balbuceante de una mente evidentemente por hacer tiene el camino despejado, sin ninguna instancia que ose (ni tenga ganas de) cambiar una coma de lugar, para convertirse no ya en artículo de prensa como ahora sino en Decreto-Ley o en Pacto de Estado. Queda fijado, no en qué manos absolutas estamos, sino al contrario, en qué manos absolutamente no estamos. Entre el presidente de Gobierno y los gobernados, todos son piernas y correlindes, logreros, sin más idea que la que tiene el propio presidente. No hay nadie que nos salve entre el señor que redacta así y el destino de España.

En España

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