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José Bastida

Cobardía, zozobra y separatismo corrupto

En Rajoy hay más cobardía que determinación para afrontar una realidad neurotizada hasta extremos imposibles de asumir por la ciudadanía que le votó.

En un discurso previo a la huelga general, Mariano Rajoy citó a Víctor Hugo sentenciando: "Es la oportunidad para los valientes". El día después de la inefable huelga política, el presidente, ante un grupo de periodistas latinoamericanos, declaró, en referencia a la crisis económica: "No tiene sentido ser optimistas". Mientras tanto, Guindos calificaba la situación española como de "incertidumbre", y Camacho, candidata popular a la Generalidad, descubre que Cataluña debe ser una "autonomía diferenciada". El diccionario de citas célebres, los eufemismos y las hipérboles son el vademécum del Gobierno y la clase política, en estos tiempos que para ellos son más bien de cobardía, zozobra y separatismo corrupto de pijos.

Rajoy, ya que habla de valentía, podría encomendarse, por ejemplo, a doña Margaret Thatcher, en vez de a la cita literaria afrancesada (por influjo de los lassallianos de Moncloa). Porque si, de veras, el presidente quiere reivindicar el valor para afrontar esta época tiene todo un modelo en la Dama de Hierro, una primer ministro conservadora y ama de casa que acabó con la aristocracia de los sindicatos y su poder omnímodo en la Gran Bretaña de los años ochenta a base de coraje, ideas liberales y determinación, es decir, principios y acciones de gobierno decididas a sacar al Reino Unido del estatalismo laborista, que había sumido el país en una profunda crisis social y económica. Contra viento y marea, la señora Thatcher proporcionó horizontes a la debilitada Albión. Mientras Rajoy prefiere leer el Marca, a ver si escampa, esta señora se carteaba con Friedman y Hayek, economistas y filósofos imprescindibles para explicar el mundo libre y próspero en el que, de momento, vivimos.

Es duro decirlo, pero en el presidente del Gobierno hay más cobardía que determinación para afrontar una realidad neurotizada hasta extremos imposibles de asumir por la ciudadanía que le votó. Después de otra astracanada de la izquierda como fue la huelga general política del 14-N, a Rajoy sólo se le ocurre decir que "no tiene sentido ser optimistas". ¿Dónde está la determinación para hacer ya una ley de huelga y acabar con la angustia ciudadana cada vez que se monta un piquete o una algarada radical? ¿Dónde está el coraje para desmantelar el tinglado de cuatro administraciones, más un Senado, las miles de empresas públicas, un sistema educativo rehén de la izquierda y los nacionalismos, los sindicatos políticos subvencionados e incluso los diecisiete servicios meteorológicos para un país con menor extensión que el estado de Texas? Lo único que nos ofrece el inquilino de la Moncloa es "incertidumbre", según su ministro de Economía; mejor sería decir zozobra y déficit, ya que no hay ideas claras ni convicciones firmes para dirigir el Estado. Sólo hay frivolidad y cortoplacismo político. Como decía Fernández Flórez, don Wenceslao, paisano de Rajoy: "Una hormiga vive varios días sin cabeza, un político puede vivir lustros". Menos mal que Europa nos guía como a un ciego, esperemos que no ejerza de lazarillo.

Pero toda esta inacción se vuelve un amargo esperpento en Cataluña cuando, en plena campaña electoral, dominada por el separatismo pijo y corrupto, Camacho saca de la chistera el "autonomismo diferencial", una ocurrencia digna y representativa de toda una clase política sobrepasada por la historia. Tras las últimas noticias sobre las cuentas en Suiza de Pujol y Mas, ¿se van a atrever Rajoy y Camacho a denunciar la corrupción sistémica del pujolismo, o pasará como con Banca Catalana, cuando en 1984 Felipe González y Alfonso Guerra amagaron con meter en la cárcel a Jordi Pujol, padre, y después se quedó todo en nada?

La cobardía es la antesala de la crueldad, afirmaba Montaigne. Y así es, lo que está pasando en España es de una crueldad extrema para los ciudadanos, que pagan sus impuestos y se han convertido en auténticos cajeros automáticos de las castas políticas.

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